Sexto Capítulo: La Chispa.

34 2 2
                                    

Caminar por el desierto no es fácil y hay que vigilar bien donde pisas. El que íbamos, por ejemplo, estaba situado en una región de vientos alisios, así que estaba repleto de dunas y dunas de la misma altitud y semejanza. Decidí coger unas cantimploras de agua y algo de comer, pero sabía que se acabarían gastando. Ya había estado otras veces en el desierto, y sabía lo que era pasar hambre.

-Yo aguantaré un poco más bien el calor, los mareos y la sed o el hambre, pero tu…- le comenté a Alexis.

-Astrid,- me intentó tranquilizar con un tono de razonamiento parecido a la burla… el mismo tono al que Cronos se veía tan ligado. Ese hecho solo me hizo replantearme el darle una bofetada por tratarme como una cría que no sabe lo que es el dolor– estaré bien, tranquilízate.- dijo él, ajeno a lo que pasaba por mi mente.

Como vi que no tenía remedio, abrí la puerta y tomé mando en la expedición. Fuimos a pie hasta las afueras de la ciudad, y des de allí seguimos por un sendero de rocas y ramas secas que nos conducirían a un sinfín de dunas de arena.

Tras caminar una noche y un día, paramos a descansar en un rincón de una gran duna en el que tocaba un poco la sombra y sería prudente encender un fuego, puesto que eras un sitio ideal para hace frente a los coyotes. Al anochecer, Alexis preparó los zorros de Fennec que previamente había ido a cazar la noche anterior (de ahí el arco y el carcaj) al mismo momento en el que yo me entrenaba sentada, con la pierna apoyada en un montón de tierra blanda… Mientras movía las manos en llamas al son de la capoeira, me di cuenta de que el fuego ya no me respondía como tal. Sus movimientos empezaban a ser lentos, la llama era más diminuta, menos potente que antes. Poco a poco, empezó a apagarse hasta que solo quedó mi dedo nudo lleno de ceniza.

Supuse que sería el cansancio, así que me fui a tumbarme un poco antes de que Alexis acabara de preparar la cena. Me despertó con dulzura y me acercó un plato de conejo al regazo. Yo acepte, y me ofrecí para encender la hoguera… pero por mucho que chasqueaba los dedos intentando que la llama se extendiera por el dedo, solo salían chispitas diminutas. Empecé a asustarme, así salí del saco y las mantas a duras penas, lastimándome la pierna rota, corrí (me arrastré, más bien) hacia detrás de la duna e intenté convocar el conjuro más potente que conocía para que mi cuerpo estallara en una bola humeante de fuego. Eso quemaría mi ropa y mi piel (no fatalmente, por supuesto), pero al menos sabría que el fuego no se había ido de mis venas. Pero por mucho que lo intenté y lo volví a intentar, ya no sentía ningún calor interno. Parecía una necia que jugaba a ser bruja lanzando conjuros sin sentido. Al final, caí rendida al suelo con los ojos negados de lágrimas. Alexis, que lo había visto todo, decidió tenderme la manta y, sin decir, susurrar o ni siquiera tararear nada, me dejó que contemplara las estrellas, borrosas por mis lágrimas.

Me levanté a lomos de un camello. Le rodeaba el cuello con fuerza y su reluciente pelo amarillado frotaba mi nariz. Me di cuenta de que pesar de estar en el desierto, no hacia un especial calor, ni siquiera la brisa era cargada ni sofocante… Estábamos cerca de nuestro próximo destino. El cielo permanecía con el mismo azul intenso que de costumbre, pero esa vez ninguna nube flotaba perezosamente por él.

- Alexis, la niñita despertó.- dijo mofándose la voz áspera que sonaba a mi derecha.

Nuevamente, repetí el desafortunado movimiento que realicé meses antes en la bodega del barco girándome en sentido opuesto para ver  el propietario de esa antipática alocución y cayéndome del animal con un estrepitoso sonido. La pierna estalló en dolor soltado por mi boca un horrible grito.

No había llegado a contar hasta diez cuando Alexis saltó de su camello y se dispuso a levantarme del suelo. Lo hice antes de que él llegara a mí, pero me rodeó igualmente con su brazo la espalda, ayudándome a caminar, supongo que por miedo de que mi pierna hubiera sufrido, lo cual era en parte cierto. Pero mi supuesta lesión había quedado reducida a una fea cicatriz de la zarpa de esa enorme fiera, y la venda ya no hacía nada de falta… Simplemente se tendría que acabar de soldar. Mi caída debió de ser graciosísima, dado que el hombre de facciones pronunciadas y pose erguida se carcajeó cual niño de un juglar.

Ese hecho fue el que me impulsó a atacarle con mi sable por banda y puño por el otro. Yo normalmente no era así, pero mi rabia contenida por mi gran pérdida de la noche anterior y ese simple hecho colisionaron a unisón.

No obstante, el tipo paró mi puño lleno de rabia con una sola mano y la lanzo con fuerza hacia el suelo. Pero no me dejó tirada, me levantó aunque me resistiera, y dejó que Alexis me guiara hasta mi posición inicial. Una vez hay, soltó una carcajada por mi desesperado suspiro y dijo:

- ¿Qué pasa, Astrid? ¿Es que no reconoces a tu padre? – dijo.

Le miré a los ojos, extrañada… No me lo creía, pero de pronto mi cuerpo no respondía, así que caí sin remedio entre sus robustos brazos.

Llamas cantarinas.Where stories live. Discover now