Tercer capítulo: Todo empieza en el mar.

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Cuando desperté, me encontraba en la bodega de un barco de madera mohosa llena de algo parecido a las algas, probablemente hongos, y todo olía a sal. Y aunque veía borroso, pude divisar pequeñas rajas en la madera de donde salían débiles franjas de luz. Me encontraba cuidadosamente tapada por una manta de punto y tenía ropa limpia en un poste que aguantaba la estructura  al lado de la hamaca. Me di cuenta de que tenía el tobillo vendado y un brazo en cabestrillo. También me acuerdo que tenía mucha hambre.

- ¿Ya te despertaste?- dijo una voz grave y cascada que salía del final de la estancia.

Automáticamente, reaccioné. Me intenté levantar la hamaca, antes de darme cuenta de que tenía la mano buena atada a ella y caí estrepitosamente al suelo. Alguien soltó una risa y otro alguien, un sonido sofocado. Casi al mismo tiempo, la persona del resoplido, Alexis, me ayudó a levantarme del suelo frío.

-Tiene chispa, la muchacha…- dijo la voz cascada, y seguidamente se carcajeo nuevamente.

-¡¿Te has hecho daño, Astrid?!- dijo Alexis, todo jadeando. El crujido de mis costillas le contestó la pregunta. ¿Por qué tuve que balancearme tan velozmente hacia Cronos? ¿Me había roto costillas y todo?

Cuando levanté la vista, vi que Alexis me sostenía en sus brazos y tenía un corte que le cruzaba la mejilla derecha, probablemente provocado por mi puñetazo. A su lado, había un hombre de barba y bigote completamente blancos. Se fue riendo hacia cubierta.

-A-Alexis… ¿Qué…?

-Tranquila, estamos de camino…

-De camino… ¿De camino a dónde? ¿P-pero como sabes…?

-Consulté la biblioteca de mi tía. Me costó muchísimo, pero al final encontré la receta de la dichosa poción.

-¿Tu… tu tía?- Estaba ida, dolida y desorientada… ¿Y que demonio tenia que ver aquí su tía? Además… ¿Quién le había dicho que yo tenía esos planes? ¿Por qué no me había consultado nada?

- Te llevé a su casa… Estabas muy malherida… Tenias el pie roto y la rodilla fracturada a cause de la caída. A media noche, recuerdo que te despertaste, creo que en trance o soñando, pero no te lo puedo asegurar… Empezaste a destrozar garrones y todo lo que tenías a mano. ¡Hasta te rompiste el brazo y un par de costillas! Cuando ya no pudiste forzar más la pierna fracturada, te dormiste de nuevo… El médico personal de mi tía se encargó de subministrarte la morfina para que te pudiéramos subir al barco sin riesgos de que nos mataras a todos.- dijo, ahora con tono irónico y riéndose por debajo la nariz. Intenté asimilarlo todo lo más rápido que pude, pero me costó cinco minutos. Cuando lo tuve todo en orden, seguí con el cuestionario.

-De acuerdo… ¿Pe-pero que hacemos aquí?-. – Es más, qué haces tú aquí- pensé malhumorada.

-Vamos a Luce, la ciudad de hielo y agua… - un escalofrío me recorrió la columna. Él lo vio y me alcanzó una gran taza humeante de té de hierbas, pero él no sabía que esa no era la razón que me había provocado el escalofrió: odio el frío… pensándolo bien, odio el agua y todo lo que relacione con ella.

-Y… ¿Y cómo has conseguido el barco?- pregunté, con una taza de té en las manos.

-Cortesía de mi tía.- contestó Alexis con una sonrisa pícara en los labios que no llegué a entender.

Los siguientes días fueron, probablemente los más tranquilos que había tenido durante años. Cielo sereno, brisa marina y, como no me podía mover, Alexis me daba de comer y me curaba las heridas. El anciano de la barba era el capitán del barco, un hombre amable, y también muy de la broma. Por las noches, les ofrecía a la tripulación un concierto de pianola en el que Alexis participaba casi siempre. Me encantaba verlo tocar la flauta y bailar con la tripulación. A las semanas de estar a bordo, ya pude caminar con ayuda de un bastón y las costillas se recuperaban casi milagrosamente, pero el brazo aún necesitaba días, así que me quedaba en la cama todo el día, pero por la noche Alexis me ayudaba para que subiera a ver el espectáculo. Cuando llegamos a puerto, casi tenía el brazo curado, pero Alexis me rogó que no buscaran el primer ingrediente hasta que mí brazo no estuviera del todo bien o, si más no, que nos hubiéramos alimentado como es debido. No le pude decir que no, dado que no podía blandir el sable con el brazo en ese estado y estaba eufórica por probar un trocito de carne. Además, quería tranquilidad para intentar conocer mejor a mi acompañante, ya que no le podía decir que se diera la vuelta después de lo que había echo por mí. Nos alojamos en un hotel muy bien preparado y lujoso, propiedad de la tía de Alexis. La estructura, de estilo rural, apoyaba todo su peso en unas bases solidas y consistentes de madera que lo levantaban del suelo para dejar correr el caviloso río corriera por sus bajos. Las ventanas, pintadas de tonalidades verdes, recordaban a los verdes bosque que rodeaban dicho hostal. Esa noche cenamos en el gran salón principal, con ventanales encortinados de terciopelo con vistas al río y mesas recubiertas de pétalos rosados y delicados manteles de punto… nunca había estado en un sitio de tanta riqueza y atención. Por delante de nuestra mesa pasaba todo tipo de delicias y exquisiteces propias de los bonachones que se los zampaban.

Llamas cantarinas.Where stories live. Discover now