Capítulo 3

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Su padre la encerró en su habitación sin saber cuándo podría salir de ella. Sus hermanas la habían visitado y le habían hablado a través de la puerta para saber cómo se encontraba tras enterarse de lo sucedido.

Nunca se había sentido más frustrada que en ese momento. No comprendía por qué su padre la había encerrado en sus aposentos cuando ella no tenía culpa de lo ocurrido. Sentía el peso de la injusticia sobre sus hombros y no hacía otra cosa que encender un fuego interno que temía que acabara por explotar. ¿Cómo controlar esa rabia interna cuando lo único que quería hacer era derrumbar todo ese castillo y a la mayoría de los hombres que habitaban en él? Quería dejar de sentirse como un objeto de intercambio, deseaba huir de allí, pero sabía que si lo hacía, su destino sería igual o peor. A saber qué clase de persona podría encontrarse en los caminos si cabalgaba en solitario. Vándalos, asesinos, secuestradores... La peor clase de personas cohabitaba con las bestias de los bosques y sería imprudente alejarse más de lo debido de su hogar.

Tras lo que le parecieron horas, llamaron a su puerta y ella, malhumorada, respondió apoyada en su ventana:

—Padre, no pienso hablar con usted a menos que venga con la llave para dejarme salir. —Aunque no podía verla, se cruzó de brazos para dar firmeza a su declaración.

La llave giró el cerrojo y la puerta se abrió. El rey entró y pidió al sirviente que le había abierto que la cerrara a sus espaldas. Cuando Skena vio que no se trataba de su padre, se enderezó y desenlazó sus brazos, que dejó caer a ambos lados de su cuerpo.

—Su Majestad... Le pido perdón, pensé que se trataba de mi padre... —se disculpó tras hacer una pequeña reverencia.

—No te preocupes, muchacha —el rey hizo un gesto con la mano para quitarle importancia a las palabras de Skena—, puedo comprender tus palabras. Tu enfado es natural, nadie quiere estar en la situación en la que te encuentras y menos que te encierren en tu habitación siendo la víctima. Y de eso quería hablarte, querida... —El rey se acercó y le agarró las manos—. Sé que los eventos de anoche son inusuales y también sé que la resolución no es del agrado de nadie, Dios sabe que tampoco es del mío, pero a veces, como monarca, hay que saber escoger el mal menor. —Le apretó las manos con fuerza y la dirigió hacia los sillones. Skena se sentó en uno y el rey en el otro—. Pero tengo muy en cuenta que minutos antes oficialicé tu compromiso con Alexander McGroth, y no es justo para él ni para ti cambiar vuestra situación de un momento a otro. He hablado con el señor Black y, aunque debo reconocerte que pidió expresamente tu mano al ofrecerle la posibilidad de comprometerse con distintas muchachas, parece haber decidido dejar en tus manos tu destino. Le expliqué tu situación y prometió que dejaría que fueras tú la que decidiera con quién te casarías, que no pondría ningún obstáculo. Así que, Skena, dejo en tus manos la elección de tu prometido. Sé que tu padre es partidario de que te cases con Alexander, nunca había imaginado que su fortuna pudiera acabar en manos de un highlander, pero ya sabes que yo velo por el interés del reino y mi postura está a favor de que te cases con el señor Black. Considero a tu padre un buen amigo y no quiero perderlo por este enfrentamiento, así que prefiero dejarte a ti la decisión: ¿prefieres comprometerte con Alexander McGroth y vivir la vida que estaba planeada para ti? ¿O prefieres comprometerte con Kendrik Black y contribuir a que el reino mantenga la paz con los habitantes de las Tierras Altas?

Skena no se emocionó ante aquellas palabras. El rey parecía comprender un poco mejor que su padre la posición en la que se encontraba y, a pesar de que era una decisión pretendida —puesto que no había opción a no comprometerse con nadie—, le aliviaba ver que alguien tenía mínimamente en cuenta su parecer.

Pensó bien en las palabras que le dirigiría a su monarca. Cada decisión tenía unas pérdidas que sufriría mucho, pero también le aportaban ventajas que no obtendría jamás con la otra parte: Alexander, aunque fuera su verdugo, le permitía quedarse en la corte y poder mantenerse al lado, al menos, de su hermana menor y de sus amigas. Cierto, tendría que soportar mucho dolor a su lado, el riesgo existiría cada día y cada noche mientras conviviera con él, pero confiaba en que, en un momento dado, podría recurrir a su padre y que este la defendería. Por otra parte, Kendrik le ofrecía la posibilidad de empezar de cero en un lugar completamente distinto, lejos de la aburrida vida de la corte y, sobre todo, lejos de Alexander, por lo que no correría peligro a su lado, pero, sobre todo, sabía que se sacrificaba por la paz del reino y de los suyos al no poder ver a su familia y amigos.

Skena, La Indomable - Damas de la corte I [DISPONIBLE EN AMAZON]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora