Re menor

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Leah subió al estrado, lista para comenzar con su parte de la pieza: era difícil saber cómo reaccionaría el público, pero lo que sí sabía era que no serían capaces de permanecer sin reacción alguna.

Ella empezó a tocar el violín hacía años, cuando ni siquiera alcanzaba aún la pubertad: aunque no era la estudiante más talentosa, sí puso bastante de su parte para que, antes de cumplir los catorce, fuera capaz de ejecutar complicadas piezas, partiendo de rock/metal de lo más moderno hasta las sinfonías y piezas clásicas más elaboradas. Si bien no era una Paganini, podría acercarse con unos cuántos años más de esfuerzo.

Aun así, a Leah no tocaba seguido, pues le apenaba mucho hacerlo, ya que casi siempre, alguien en la audiencia lloraba, como mínimo.

Ahora, en el estrado, Leah sujetó con destreza el arco con el que tocaría su violín, espiró suavemente y empezó a recorrer las cuerdas con él, aplastando una o dos con sus dedos cada pocas fracciones de segundo: era un ritmo frenético, casi inhumano que le había costado semanas dominar. Cuando practicaba, prefería hacerlo a solas, así que realmente, jamás lo había interpretado en público hasta ahora. Sus ojos echaban chispas y su largo cabello castaño casi se movía por su cuenta cuando ella agitaba la cabeza, dejándose llevar por las notas de aquella pieza musical.

Entonces pudo sentirlo: iba a ocurrir de nuevo. Alguien del público, un pobre anciano, cerró los ojos y abrió un poco la boca, dejándose caer sobre su asiento. No volvió a abrir sus ojos y Leah supo que la víctima en aquella ocasión habría sido ese viejo. Lejos de perturbarse por ese hecho, Leah siguió tocando, cada vez más rápido, ansiosa por llegar al puente de aquella canción, donde reduciría lentamente la velocidad de aquellas notas para pasar a la parte lenta de la canción.

Entonces, justo ahí, sintió cómo el último aliento del anciano soplaba hacia ella, como intentando alojarse dentro de su cuerpo, pero no lo consiguió, pasando a través de ella.

— Ahí va otro -murmuró Leah, resignándose. Por cosas como esa, no le gustaba tocar.

Le Parole LontaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora