Presagios funestos

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Grandes paredes de roca translúcida dejan atrás, donde la luz del sol se cuela por sus redondos pasillos de cristal. Los amplios salones desbordan música y echizos que van al compás.

Túneles lapislázuli conectan la ciudad por debajo y a todas las casas. La Avenida principal. La gente tiene los negocios en la puerta, pero el pequeño escualo con piel de leopardo, no hace caso a nadie, ni a los dulces olores ni tiernas palabras que salen de las puertas, pues se dirige a otras escaleras, subiendo, subiendo siempre, por la falda de Linda.

Al exterior dan miradores y balcones escondidos. Desde fuera no veríamos, aunque tienen todo el aspecto de matacanes y almenas en un castillo. Sía pasa mucho tiempo entre ellos vigilando en la distancia.

En la torre más alta y con mueca taciturna, la princesa aprieta sus labios carnosos y los ojos blancos se ciñen en la distancia, más allá de los dominios de su madre, pasando los Escollos, que son rocas punzantes, donde solo viven unos pocos animales que no tienen miedo a nada.

-Oh, Aalhai, espero que hoy estés bien.

Su voz es vibrante, suena en alma y corazón. Es tranquila cuando está sola, enérgica, alrededor de gente. Pero ahora, tiene un matiz triste que pocas sirenas han oído y desde luego, ningún mortal terrestre ha conocido.

-Mi madre sintió algo al despertar. Qué desmayo le dio a mi pobre corazón verla así en su lecho... -suspira en su mente, recordando las sábanas dobladas y el rostro cansado de una reina que ha dormido mal. -Una tormenta, quizás-. Abre su boquita brillante. Baja el rostro y se lamenta con voz de incipiente pena en un ser inmortal: -...Ojalá.

Sía es como el cielo en la mañana y grandes aletas violetas le crecen en la espalda. Lleva un vestido de algas y sobre los hombros le cuelgan cabellos ondulados como las olas que con la luz, de color cambian.

Observa con recelo y dudas, todavía con su libro de conchas en las manos, ese lugar de donde provienen los monstruos.
Si existieran seres peligrosos para las sirenas, serían aquellos que moran más allá de esos picachos subacuáticos. Son estas aguas de náyades, la reina Triana, muy peligrosas.

Los Abruptos vienen luego, donde rocas negras cortan y se juntan como dientes. Las aguas de La Bruma, donde el agua es opaca; azul marino confunde al cielo en la noche incipiente que ahoga la distancia. Se emplaza en la Sima, cerca del Gigante muerto, su única montaña. Con un ancla en el pecho, el gran esqueleto rocoso se hunde en el fango cerca del cementerio de barcos donde grandes reyes y reinas de toda especie hay enterrados.

Más lejos, el Abismo. Más allá, no hay nada.

Sía y su gente siempre han protegido estas aguas del horror que engendran los mares; lugares más terroríficos, extremos y misteriosos que los recónditos basureros del espacio más oscuro en galaxias olvidadas. Adivina movimiento, su torso vira hacia allí con premura; ve cuerpos enormes flotando con desgana, las plumas moradas de su cabello sedoso se erizan como púas. Una ballena y su cría trinan en la distancia más lejana, jugando como si la corriente las arrastrara. El bebé da vueltas a su madre y juntos, cantan. Su calma irradia y en Sía nace una sonrisa.

Más tranquila, se permite terminar los tentempiés que Merelin le ha dado esa mañana. Y un chocoralte que mantiene en la taza con los poderes del mago, que la princesa ya domina desde pequeña.

Acelerar moléculas es un juego de niños para sirenas, que son dueñas de los elementos como el fuego, el agua, el aire... Y el nitrógeno, el fósforo, el helio, el cobre o el tungsteno...

Repentinamente, nota una vibración en el suelo cual redoble apasionado de tambores. Sabe perfectamente de quién se trata. Se presta a aparentar serenidad de tal forma que se acaba haciendo un lío; ¿abrir las páginas o terminar la bebida?No sabe qué hará más daño a los sentimientos del mago si este descubre su malestar; un Merelin preocupado no es alguien agradable de aguantar.

La Tierra del mar  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora