El principio del fin

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¡Sía!, piensa Aalhai mientras pasa, sin creer del todo que la princesa haya llegado a verle. Pero un grito estridente a su espalda le hace volverse.

—¡Chico, ayuda, me desangrrro...!

Sus ojitos negros van directos hasta la herida del pobre shirįmp.

—¡Lo siento, me olvidé de vos!

—Chico, ¡dame tu pañuelo!

—¿¡Qué!? —Aalhai se horroriza. Empalidece al instante.

—¡Necesito cortar la hemorragia...!

Aalhai mira hacia atrás, pues van dejando una pista, como un polvito azul.

Pero su espanto viene del pudor. Desesperadamente intenta convencerle de usar cualquier otra cosa, pero Cameron muerde con fuerza a un lado y se tapa los ojos con sus dos brazos restantes mientras se agarra lo poco que le queda del cuarto. La sangre parece un humo enturbiando el agua y le suplica que haga algo.

Con un auténtico ataque de pánico, Aalhai se arranca al pequeño atolondrón de la espalda y sin pensar, lo encasqueta justo en el muñón de la mano, resultando en un sonido sordo y en el cese inmediato de la discusión. De hecho, hasta se sorprende que haya encajado.

Cameron se queda con una mueca parecida en cuanto alivio.

—¡Oye! —exclama Cameron tras recuperarse del asombro— ¡Ya ni me duele! ¿Tú sabíads lo que...?

El atolondrón tiene la misma cara absurda y adorable de siempre. Parece que hasta se duerme como si nunca hubiese pasado nada.

—Hoy he aprendido muchas cosas contigo, que no está mal, tras doscientos seis años—dice Aalhai. Pero mirando de reojo a la piedra se dice con recelo: —Espero que no acabe gustándole el sabor de la gente...

—¡Pueds que bien! Ahora solo tengo que esperar a que me crrrezca de nuevo.

Cameron mueve su nuevo brazo rematado en maza de piedra con la misma soltura con que agitarías una raqueta de tenis.
Pero algo sucede entonces que causa a su atención virar abajo.

—¿Didsculpa?—dice el viejo—. ¿Sabeds por qué el djinn está alejándose del castillo en vez de ir a él?

Aalhai se da cuenta de esto que le indica.  Djinn-Sía no tiene intenciones ni de acercarse. Le ordena, agarrando la masa azulada con desesperación, que baje de inmediato.

—Imposible —replica la manta—. "¡Sácanos de aquí, imbécil!", en curso. Orden prescrita, ocurriendo.

Cameron se señala el muñón rocoso conteniendo las ganas de darle un golpe, porque sabe que es inútil.

—¡Edsto lo has hecho a drrede, sin duda!

Sin esperar una nueva discusión estúpida, Aalhai pretende saltar por la borda y acudir a nado directamente hasta Selabí, pero unos tentáculos gelatinosos le retienen en el sitio. Le aprietan tan fuerte, de hecho, que hasta lo hunden en el blando cuerpo de la criatura. El chico magenta se revuelve en su interior acuoso sin poder moverse ordenándole que le suelte de inmediato.

—No te prrreocupeds, chaval. Edstarás bien... —indica el shirįmp irguiéndose con mirada de estar claramente apuntando a un lugar seguro donde aterrizar—. Te dejo el cacharro. ¡Ya no lo quiero! —En ese momento clava la lámpara dentro de Djinn-Sía hasta que desaparece, a la manera en que se meten anillos en los pasteles. Luego sonríe y le hace un saludo militar con la mano en la frente. —¡No te olvideds de mandarnods una postal para ir a recogerte!

—¡Cameron! —exclama Aalhai— ¡Por favor, no me dejes; tengo miedo!

—¿Le clavas su propio diente en el ojo a un drragón por una estúpida piedra y luego no quieres que te deje? ¡Ereds lo opuesto a mi ex-mujer!

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