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Lloraba en silencio, temblando de terror al sentír su cálido aliento sobre mi piel, su cercanía siempre me había alterado los nervios, y esta vez no era la excepción.

No tenía ni puta idea de cómo salir de aquella situación.

Él estaba acostado junto a mí y me sostenía la cintura. Estábamos cara a cara, ambos desnudos en todos los sentidos.

Un día pensé que conocía hasta sus más profundos pensamientos, pero ahora lo desconocía completamente.

En ningún momento dejó de tocarme con ternura, me miraba cómo siempre lo había hecho: con amor y deseo, me acarició cuánto quiso y yo no podía ni moverme del miedo, incluso sentía asco de mi misma por disfrutar aquello.

—Lamento que tu primera vez haya sido así, de verdad te tenía algo planeado, pero eres una gatita muy curiosa, ¿Sabes lo que le pasa a los gatos curiosos?

—Por favor, amor, yo te sigo amando, quédate conmigo, con ésta yo, por favor... ahora...

Empecé a llorar escandalosamente después de pronunciar esas palabras, no quería morir y lo único que se me ocurrió fue tratar de apelar al supuesto amor que él me tenía, pero ya no podía ni siquiera hablar y el que él me estuviera consolando en su pecho y acariciando la espalda hacia que todo esto fuera más retorcido e irreal de lo que ya era.

Él esperó pacientemente a que me calmara, tiempo era lo que le sobraba, una vez mi llanto se convirtió en pequeños sollozos se dispuso a hablar.

—Shhh, tranquila, no te mataré hoy ni mañana, te mataré en el momento indicado, te prometo que la próxima vez te haré feliz, Jessica.








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