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—Buenos días, bella durmiente.

Me había dormido en el asiento del copiloto escuchando su dulce voz, parecía que conocía todas las canciones que habían sido escritas a lo largo de la historia, además de que tenía una prodigiosa voz, desde hace mucho había desistido de pedirle que grabara un demo o participara en un show de talentos ya que solo cantaba para mí, pero en ese momento no quería escucharle, quería seguir durmiendo, por lo que le dí la espalda y solté un quejido.

—¿O qué? ¿No quieres ver a dónde te traje?

—Sí, sí —dije en medio de un bostezo—, ya te sigo.

Escuché su risa seguido de sus pasos alejándose, si no me apuraba me iba a dejar ahí en el auto, pero no era mi culpa estar así de cansada.

El día anterior había sido mi cumpleaños y en plena madrugada me levantó con la excusa que me llevaría a mi regalo, al principio me había emocionado saber qué era lo que había estado planeando durante tanto tiempo, pero los viajes largos nunca han sido de mi agrado.

Salí del auto estirándome un poco y me acerqué casi en automático hacía él mientras me hacía una cola de caballo alta, sabía que me veía horrible, pero a esas alturas de nuestra relación sabía que el cómo me viera a él no le importaba en lo absoluto, pero mi dignidad me obligaba a verme un poco presentable.

—¿Sabes dónde estamos?

Su pregunta me hizo ver hacía el edificio que estaba frente a nosotros, y estoy más que segura que mi rostro demostró lo confundida que estaba.

—¿Por qué estamos en nuestro antiguo colegio?

—¡Aún lo recuerdas!

Ya me sentía un poco más despierta, pero aún no entendía su emoción por aquél edificio abandonado, aún no sabía la importancia de aquél edificio en el cuál mi vida había sido arrebatada incontable veces.

—¿Cómo lo olvidaría? —dije de tratando de imitar su felicidad por estar ahí—, aquí fué dónde nos vimos por primera vez.

—Sí, apenas teníamos 12 años, hace nueve años... Ven, tenemos que ir a la azotea.

Su idea me agradó, en la azotea tenía tan buenos recuerdos...

—¿Te acuerdas de tu primer día de clases? No me quitabas los ojos de encima y me seguiste hasta la azotea para pedirme ser tu amiga.

—Recuerdo lo nervioso que estaba, aún no me creo que la niña más bonita del salón me haya aceptado.

Entre bromas y coqueteos empezamos a subir los polvosos pisos, me sentía de nuevo cómo cuando nos escapabamos para besarnos. Lamentablemente nuestro colegio cerró en nuestro último año, nunca se nos dió una clara razón, algunos decían que alguien compró el colegio y lo remodelarían, otros decían que lo demolerían, pero al parecer no pasó nada de eso.

Nos tuvimos que mudar a la ciudad con mi familia para que pudiera terminar mi educación, casualmente la familia de Adrián también lo hizo y seguimos estudiando juntos.

En mi mente, todo era obra del destino, éramos almas gemelas, nos unía un hilo rojo atado en nuestro meñique desde nuestro nacimiento, pero nada más lejos de la realidad...

Al llegar a la puerta Adrián me dejó pasar primero, en la azotea no había mucho, un tanque de agua medio oxidado, algunos conductos de ventilación, un gran espacio en el medio y una pequeña barandilla que ahora me ha de llegar a la cintura, razón por la cuál teníamos prohibido subir ahí... Pero en ésta ocasión todo estaba decorado, perfectamente decorado cómo para solo haber sido decorado por él.

YesterdayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora