La Mansión del pecado

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La noche puede ser tan fría como el hielo, aun siendo pleno verano, tan oscura como el ébano a pesar de transcurrir en el centro de una gran y transitada ciudad. Y tan silenciosa como la muerte, a pesar de vivir en la Mansión del Pecado.

Paredes altas pintadas de color crema, columnas doradas y en el techo candelabros de cristal. El piso de madera pulido perfectamente, muebles rojos y dorados colocados convenientemente; luces cálidas, adornos costosos y elegantes para dotar a aquel lugar de una distinción principesca.

Podría decirse que este lugar es una mansión real, aunque aquí no hay princesas ni reyes, sólo hay esclavos para complacer los instintos más bajos y reprochables de los hombres, con sus deseos asquerosos y pervertidos. Bestias es la palabra para referirse a estos intentos de seres humanos. Es la definición más apropiada.

La pureza es la joya más valiosa en este lugar. Aquellas bestias, repulsivamente ricas, pagan cualquier precio para poseer a su antojo tan magnifica gema, sin importarles en lo más mínimo hacerla trizas, quitándole su esencia, despojándola de amor, reduciendo esa piedra preciosa a simple carbón.

Esos seres son lo más bajo que puede encontrarse en este mundo. Le quitan a un ser humano lo más hermoso que posee, machacan ilusiones y matan a placer sin remordimiento. Juegan con la vida de un alma pura para satisfacer sus placeres carnales y, sólo después, deciden si vive o muere. Como un ciervo herido en medio de una cacería cortan su cuello y la devuelven a la sociedad de la que fue robada. 

Rosa Negra. Nada es lo que parece. (Cynthia Jiménez N.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora