2: La Gran Maquinaria

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 Soy Gustavo Vargas, tengo 46 años, y soy un esclavo del sistema. Vivo en un pequeño mono ambiente de la Ciudad de Buenos Aires y trabajo de 9 a 5. Soy soltero y tengo muy pocos amigos, menos de los que me gustaría. Escribo esto porque estoy cansado y agotado de la rutina laboral. Necesito expresar lo que siento. Este es mi manifiesto:

 Me despierto. Desayuno. Trabajo. Me ducho. Ceno. Duermo.

 Así es mi vida. Todos los días la misma maldita rutina de mierda. Estoy podrido. Me siento como una rata esclava del sistema. Soy tan solo otro pequeño engranaje de una gran maquinaria que solo beneficia a unos pocos, y eso me enoja. Me enoja mucho. Mientras yo trabajo diariamente de 9 a 5 hay algunos que viven a costa de los demás sin realizar una pisca de esfuerzo; no me molesta trabajar, me molesta ser el esclavo de un sistema que me tortura solo con el fin de hacer más grande su bolsillo.

 Cada vez que salgo de mi triste y lúgubre mono ambiente para ir a mi trabajo siento como si mis ojos tuvieran un filtro que hace que todo se vea más lánguido, más inerte. De lunes a viernes mis pies transitan las frías veredas de la Ciudad de Buenos Aires, la conocidísima ciudad de la furia. Todos luchan por ser quien tiene el auto más veloz, la ropa más cara, el teléfono más grande, la cara más operada. Todos se preocupan por trabajar y trabajar. Todos quieren su rodaja del pastel, y yo, tristemente, soy uno de ellos. Como diría un amigo, esto es la ley de la selva; solo el más fuerte gana.

 Si quiero sobrevivir, debo formar parte de este burdo sistema. Debo ayudar a mover la maquinaria. Estoy obligado a alimentar a la bestia. Lo que realmente me indigna es el resultado de mi esfuerzo. Todos los santos días me mato trabajando para recibir tan solo 40.000 míseros pesos, y no, no me hablen de meritocracia, porque en un mundo injusto como este eso no existe, es una vil mentira. Entre impuestos, alquiler e insumos básicos me quedo sin nada. A fin de mes mi sueldo desaparece completamente, y no es que sea algo muy triste, sino que es algo real y debo entenderlo y aprender a vivir con ello. No soy rico y nunca lo seré.

 Lo que sí es realmente triste es el saber que si el dinero me sobrara aun así no lo gastaría; mis actividades fuera del horario laboral se distribuyen entre ver televisión y ver las redes sociales. No hago absolutamente nada para mi gozo fuera del trabajo. Al llegar a mi casa pienso que soy libre, pero en realidad me convierto en otro esclavo de la información, constantemente quiero saber qué es lo que pasa en el mundo, y a veces siento que me preocupo más por los demás que por mí mismo. Mi vida es realmente una pesadilla de la que no soy capaz de despertar. Me siento estresado y atrapado por el trabajo, pero nada puedo hacer: si no trabajo muero de hambre.

 Hace unos pocos días me enteré de una terrible noticia que me dejo devastado y que todavía no puedo terminar de asimilar. Decidí asistir a un médico porque comencé a sentirme más torpe con mi cuerpo y a experimentar debilidad para hacer cosas tan normales como caminar. Las tazas se me caían de las manos y las cosas se me resbalaban.

 Mi cita con el doctor había quedado programada para un día martes a las 11:30 am. Obviamente me pedí un día libre en el trabajo.

 Llegue al consultorio con una hora de anticipación. Mis nervios eran de lo peor y me encontraba muy ansioso por conocer el veredicto final. El doctor, que por cierto se llamaba Pedro Sánchez, me había pedido que me hiciera estudios de la columna y de los genes. Números y datos que no comprendía se asomaban en las hojas y mi tensión aumentaba cada vez más, estaba aterrorizado.

 Mis nervios aumentaron aún más cuando el doctor me llamó. Me paré y empecé a sentir como mis músculos temblaban y se debilitaban, el miedo estaba consumiéndome. Apuré el paso y rápidamente entré en la habitación. Me senté en la silla y comencé a sentir como la transpiración caía por mi frente.

-Hola señor Vargas, ¿Cómo le va? Lo veo muy nervioso, tranquilícese hombre, que seguro no sea nada- dijo Sánchez.

-Ho...hola doctor. Estoy bien, solo un poco inquieto. Acá tiene los estudios.

Le entregué el sobre que contenía los análisis y mientras Pedro lo recibía pude notar dos cosas: mi mano temblaba y el envoltorio de papel madera estaba empapado en sudor.

 No emitió palabra alguna e instantáneamente comenzó a revisar los resultados. No sé si era mi nerviosismo, pero su cara parecía cambiar a cada segundo: de tranquilidad a sorpresa, de sorpresa a susto. Sus reacciones influían en mi ansiedad, la cual aumentó cuando el medico volvió a emitir palabra.

-Bueno, Vargas. Le voy a ser sincero. El diagnostico obtenido no fue el esperado, así que usted elije, ¿quiere que sea directo o se lo digo con tacto?- dijo Pedro. Su expresión era de completo defraude.

-Por favor, sea rápido. Quiero saber qué es lo que me pasa- le respondí. Me encontraba completamente mojado en transpiración.

Se demoró unos segundos en darme la noticia, y creo que él se encontraba igual de aterrado que yo.

-Gustavo, usted tiene Esclerosis Lateral Amiotrófica.

 Esas pocas palabras lograron devastarme. No esperaba que el diagnostico fuera tan desalentador, me sentía completamente deshecho. Mis pensamientos divagaban y no lograba concentrarme. Pedro hablaba pero no podía comprender lo que decía; lo único que logre captar fueron las palabras parálisis, perdida del habla y silla de ruedas. Esos tres conceptos comenzaron a dar vueltas por mi cabeza y de solo pensar en ellos sentía nauseas.

-Lo siento mucho, doctor. Debo retirarme.

-Espere un poco, Gustavo, no se vaya.

-No, así está bien. Ya entendí mi situación. Muchas gracias.

Rápidamente salí del consultorio y me dirigí hacia mi casa sin mirar atrás. Me acosté a dormir, no quería pensar en nada.

 Desde el momento en que fui diagnosticado con ELA mi vida cambió. No, no voy a decirte que mi vida cambió para mejor, es más, puedo decirte que mi vida está completamente arruinada, pero de lo que estoy seguro es que la llegada de esta enfermedad me hizo darme cuenta de algo. ¿De qué sirve sacrificar tantos años de tu vida en un ordinario trabajo? Mi antiguo yo hubiera sabido responderlo, pero mi nuevo yo no le encuentra sentido a esa pregunta. Pienso en todos aquellos años que malgasté en transportes y reuniones, en todos aquellos buenos momentos que me perdí por el trabajo y que por culpa de esta puta enfermedad no voy a poder volver a vivir. Pienso en el amor que nunca conseguí y en la familia que nunca formé. Pienso en todos aquellos momentos que mi vida pasada me arrebató y que ahora que me encuentro comenzando mi nueva vida no podré recuperar, es algo triste pero cierto.

 Antes mi vida estaba exclusivamente centrada en el trabajo, y la de ahora también, no te voy a mentir, pero aprendí a hacer un lugar para disfrutar y comenzar a ser feliz. Me tomo algunos días libres y salgo a dar muchos paseos.

 Me gusta mucho recostarme en el verde césped de la plaza y ponerme a pensar en cualquier cosa. A veces pienso en canciones y en películas, y otras tantas pienso en lo efímeros y fugaces que somos y en como aprovechamos nuestro tiempo. Creemos que seremos inmortales y que el tiempo nos alcanzará para todo, pero no, no es así. Los años pasan y con ellos la misma vida también, y aquellos años de plenitud comienzan a alejarse para nunca volver. El ELA me quito mucho pero considero que es más lo que me otorgó. Esta enfermedad logro enseñarme de que la vida es mucho más que aquella rutina de 9 a 5. La vida se basa en las pequeñas cosas, en aquella cama en la que dormiste, en aquel paseo por el barrio, en la naturaleza. La vida es sumamente efímera y fugaz a la vez que hermosa y placentera. Es cierto, uno puede llegar a ser un esclavo, pero es tu perspectiva de la vida la que te va a sacar de esa situación, y como dijo un viejo conocido: somos como mariposas que vuelan durante un día pensando que lo harán para siempre.

Crónicas Ficticias de un Joven EscritorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora