Papi llegó a casa, abrió la puerta de una patada y se apoyó sobre la pared para no perder el equilibrio. Yo tomé de la oreja al señor anteojos y me escondí rápidamente entre los abrigos del armario. Papá suele llegar desfajado y con los ojos rojos, a mí me da mucho miedo, pero mamá dice que él jamás nos haría daño. Mamá miente y no sé por qué.
Intenté cerrar los ojos y me cubrí las orejas con las manos para no escuchar los gritos. Papá siempre grita. "Papá es bueno, pero el alcohol lo hace decir cosas malas", mami siempre repite, pero yo no le creo. Azotó una cerveza contra el suelo y empezó a gritar. Yo estaba muy asustada pero no lloraba, me había prometido no llorar más.
Escuché un par de groserías. Mamá no contestaba nunca, me la podía imaginar fácilmente; sentada con la cabeza agachada, con el rímel corrido por las lágrimas, escuchando sin chistar. Trataba de pensar en otra cosa, pero no podía, sus gritos eran demasiado profundos y nublaban con facilidad mi mente.
Papá no me ponía atención. Me veía por las mañanas con los ojos entreabiertos, mientras él dormía en el sillón y yo me alistaba para la escuela. Después llegaba por la noche, se sentaba y se perdía en la televisión sin siquiera dirigirme la mirada. Podía aceptar esa vida, él no me hablaba y yo no lo molestaba, pero siempre tenía que haber algo. Siempre se quejaba de cosas diferentes: sobre el dinero, sobre mamá, sobre mí, sobre todo. Mamá lo defendía mucho, siempre encontraba una justificación. A veces era su culpa por no ser una buena esposa, a veces era mi culpa por no ayudar en la casa. En el fondo ambas sabíamos que nosotras no éramos el problema, pero a mamá no le gustaba aceptarlo.
Los gritos continuaban, yo seguía en el armario escondida. Un golpe retumbó en el departamento. Pocas veces me había sentido tan impotente en la vida. Después se escuchó otro, y otro, mamá empezó a gritar y yo detrás de ella. Podía sentir las sucias manos de papá estrellándose contra su bella cara. Yo sólo cerraba los ojos. "Pase lo que pase no debes salir", mami me decía. Yo le hacía caso, no quería causarle más problemas, así que permanecía escondida.
El señor anteojos me miraba pero no hablaba, su compañía no terminaba de agradarme pero era mejor que estar sola. "Después de la tormenta viene la calma", pensé. Los sonidos cesaron, me empecé a sentir un poco más tranquila y tomé valor para salir del armario. Intenté hacer el menor ruido posible, pero se me complicó enormemente cuando un pequeñísimo trozo de vidrio se incrustó en mis pies descalzos, el suelo estaba lleno de ellos. Me asomé tímidamente. Papá lloraba casi en silencio y se cubría la cara. Mamá estaba acostada en el piso, pero ya no lloraba, ya no gritaba, ya no sufría... ya no vivía.
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Historias para reflexionar
Historia CortaAprovecha el tiempo, cuida lo que quieres porque los recuerdos no se abrazan...