Día IV. Lluvia

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Las gotas de lluvia golpetean en el cristal de la venta, una tras otra, sin descanso alguno, y armonizan perfectamente con el tarareo suave de Shoyo

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Las gotas de lluvia golpetean en el cristal de la venta, una tras otra, sin descanso alguno, y armonizan perfectamente con el tarareo suave de Shoyo. Está parado a un lado de la cuna, meciendo con ligereza su cuerpo de un lado a otro. La habitación está a medio iluminar, por esa lámpara en forma de nube que está sobre la cómoda. La luz amarilla, cálida, pega solo un costado del cuerpo de Shoyo.

En cambio, Sakusa está sentado en el sillón en las penumbras de la noche, dónde los rastros del alumbrado apenas llegan a su personas. Él está en silencio, con la cara recargada sobre su puño y la mirada fija a su frente. No dice palabras, porque no hay nada que pueda decir que le pegue con la intensidad en su pecho.

Así que sella sus labios, que están curvados por las comisuras.

Repasa el perfil de Shoyo por décima ocasión en un minuto. Su nariz respingada, su cabello alborotado, y las bolsas bajo los ojos que no le roban ni un apíce de la sonrisa que tiene incrustada en su persona. Kiyoomi también tiene esa sonrisa incrustada en su corazón y en sus entrañas.

Vuelve contemplar frente suyo, pero esta vez sus ojos tienen viajan hasta las mano derecha de su pareja. No es grande, nunca lo ha sido; pero el rostro de su bebé es tan diminuto que la mano de Shoyo se ve inmensa cuando acuna su mejilla. Lo escucha susurrarle cosas indescifrables. Kiyoomi no se molesta por intentar descifrarlo, porque sabe de que se trata.

Palabras de amor. Porque eso es todo lo que pueden sentir por Nao.

Él no creía en las palabras de amor hasta que conoció a Hinata. No encontró su sentido más allá de una definición de diccionario. No creía en los adjetivos empalagosos, mucho menos en las sensaciones cálidas y los colores en los sentimientos.

Hinata le había revolucionado la existencia. Embriagado con el olor del durazno y enseñado el significado de un te amo. Reformulado su interpretación de la familia que ha memorizado de pe a pa. Y También le ha dado una tesis entera de la palabra hogar. Con Acotaciones y demostraciones; con sacrificios y los mejores ejemplos.

Un rayo cae, y retumba en las paredes. Shoyo carga a Nao entre su cuello y su nariz. Su corazón se calienta, el mundo le da vueltas y en el estómago le revolotean parvadas de cuervos enteras.

Y Sakusa pensó que nunca podría volver a amar a otro hombre con la misma intensidad, pero que equivocado estaba. Porque la única verdad es que desde el día en que se volvió padre, entendió que podría dejar que un avión le cayera encima, antes que algo le dañara.

Se le aguan los ojos y tiene que respirar profundo para contenerse. Siempre se supo con suerte, pero jamás se imagino que podría ser aún más dichoso. ¿Es que se puede serlo aún más?

No lo cree, porque no puede imaginar un mejor escenario. Porque no necesita una medalla olímpica si tiene un par de manitas que se aferran con fuerza a su dedo. Porque los silbatos ya no le causan la adrenalina, que ahora siente con las carcajadas de un bebé. De su bebé.

Y mira con devoción a Shoyo. Porque más perfecto no puede ser, aún cuando está agotado, y se mantiene de pie por pura voluntad. Le regresa la misma mirada intensa, llena de complicidad. Se intercambian secretos y frases no dichas. Susurros ahogados, también uno que otro chiste interno que se encierran en sus bocas selladas, con labios curvados.

¿Es que se puede hacer el amor por telepatía? Porque Sakusa siente que eso mismo han hecho,

Se palmea las piernas, Shoyo se acerca a paso lento y se sienta en ellas. Su aroma lo envuelve entre los duraznos recién cortados, quizá lo embriaga un poco, o tal vez es que ya está muy borracho de amor. Su cuerpo cansado se relaja aún más, cuando Hinata se acurruca en el hueco de su cuello, con la cabea de Nao entre el pecho de ambos.

-¿En que pensabas? - dice Shoyo con suavidad. Deja que su aliento choque contra la piel de su alfa.

Sakusa siente cosquillas, y suelta otra risa ligera. Ladea la cabeza, acunando aún más el rostro de Hinata que descansa sobre su hombro.

-En lo afortunado que soy.

-¿Ah sí? ¿Y eso cómo es?

-Pues, que los tengo y creo que son más de lo que merezco. No sé cuantas veces te lo he dicho, pero, gracias. Gracias por entrar a mi vida, aunque me negué al principio, gracias por darme a Nao.

-Uhm, entonces, Mr. Fiebre te hace feliz, ¿quién lo diría?

-¿Nunca vas a olvidarlo?

-No, le diré a Nao que te diga así en lugar de papá - susurra con un deje de burla..

-Oye... eso no es justo - replica con diversión.

Sakusa abraza aún más fuerte a Hinata. Sus piernas cuelgan por el descanso del brazo y Kiyoomi lo sostiene por la cintura.

-La vida no es justa. Tú eres ridiculamente guapo y perfecto. Buda no repartió bien los beneficios a todos.

-Tienes razón. Que a mí me lo ha dado todo, en forma de un enano torpe y un bebé comelón.

-¡Ey!

-Los amo como un loco.

-Nunca te desharás de nosotros.

-No podría.

Y vuelven al silencio, al mutismo cómodo. Al amor volando y la calidez en su cuerpo. A las respiraciones acompasadas. Dónde ellos son los únicos testigos de sus promesas y los acuerdos silencioso.

Porque sí hay algo en lo que están de acuerdo, es en la fortuna que tiene la familia Sakusa. Porque no hay seres en esta tierra más dichosos. Porque se quieren, se tienen y se sostienen. Así lo sería siempre.

El mundo en que nací [OmiHina]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora