Capítulo uno.

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La música estaba alta, igual de alta que todas las noches. A veces era insoportable, pero había que aguantarse; nos pagaban, en parte, por movernos al ritmo de esta. Bailar, a eso me dedicaba. A mi pasión, mi necesidad, a mi vida entera pero en el sitio equivocado.

La voz de Nina, aquella mujer a la que cada vez soportaba menos, indicó que mi turno empezaría en breve, así que me quité el albornoz color café algo descosido por los bajos que tenía desde hacía bastante tiempo y lo dejé en mi silla. Me posicioné cerca de la salida del escenario y calenté un poco las articulaciones. Después de oír mi presentación por parte de aquella voz en off que no me causaba nada más que náuseas, salí al escenario a bailar y, sobre todo, a mostrar mi cuerpo.

Trabajar en el club Inferno nunca había sido mi sueño. Nunca sería el sueño de nadie, a decir verdad. Porque, ¿quién querría trabajar en un striptease? Nadie. Pagaban mal y ser observaba por gente que no conoces mientras te contoneas medio desnuda no era agradable. Pero si una chica de 24 años, recién salida de la universidad, conoce a un chico que se mueve por lugares como aquellos y necesita, además, dinero urgentemente, al final siempre termina metida en algo así.

Al principio se está bien. Los empleados te tratan decentemente porque eres nueva y nadie se pasa de la línea. Pero cuando llevas más de tres meses y firmas un contrato de permanencia, se vuelve un infierno, como el propio nombre del local indica. La gente empieza a pedir bailes privados y tú los haces porque ofrecen una cantidad de dinero elevada y la necesitas. Pero se sobrepasan, y eso termina contigo. Te miran de más, te hablan de más, te tocan de forma obscena y de cualquier manera y no te puedes quejar, porque con el tiempo y la experiencia descubres que el cliente siempre lleva la razón, y si tienen quejas sobre ti, tus jefes pueden ser capaces de cualquier cosa por complacerles a ellos, a los que pagan por sus chicas y el servicio de estas.

Y te amenazan. Y tienes miedo. Y no puedes irte porque, si te vas de la lengua sobre todas las ilegalidades que se cometen entre bambalinas, terminan contigo.

Acabé mi baile y salí de allí sin prestar mucha atención a los comentarios de los hombres que se encontraban en la barra más cercana a la pista. Saqué aquellos manoseados billetes de mi escote y los conté: 150 libras.

«Cada vez queda menos », me animó mi subconsciente.

Cada vez faltaba menos para ahorrar el dinero necesario para aquella escuela de danza a la que quería ingresar desde que era una niña. Desde que mis padres murieron en aquel incendio el año antes de terminar mis estudios, todos mis planes se vinieron abajo. Mi abuela fue la que me ayudó a pagar el último curso de la carrera en Oxford, y tenía pensado irme a vivir con ella a la casa que tenía en mi ciudad natal, Northampton, en cuanto me graduara pero un inesperado cáncer de pulmón acabó con su vida. Y me quedé sola.

Entonces conocí a Eric, mi actual novio y el que me metió en todo esto. Le conocí en una fiesta que organizaba un chico de mi clase de literatura inglesa. Su apariencia llamó mi atención: misterioso y de mirada sugerente. Comenzamos a salir a las semanas y le conté sobre mi situación. Decidió presentarme a una chica, Stella Bradley, mi mejor amiga, quién me invitó por primera vez al club. Empecé a trabajar en el local y, aunque odiara este sitio, en el fondo sabía que era mi salvación. Si no hubiera sido por Eric y Stella, no sabría donde habría podido terminar.

Fui caminando entre bambalinas hasta llegar al vestuario, donde me cambié y me retoqué con maquillaje estratégicas zonas del cuerpo para que este se viera mejor. Todavía me quedaba otra actuación y terminaría la jornada de hoy.

Al salir de este, mientras me alisaba el diminuto corsé que me cubría apenas lo necesario, me sorprendí al ver a casi todas mis compañeras en grupo taponando la salida de los camerinos al bar. Me acerqué confundida y curiosa por lo que quisiera que causara tanto revuelo y decidí preguntar.

—Un grupo de hombres en traje acaba de entrar— me contestaron. Mis ojos se abrieron y entonces comprendí todo.

Era bastante extraño que gente de la élite viniera a este lugar porque, aunque hubiera hombres pervertidos en el mundo empresarial, Inferno no se caracterizaba por ser uno de los mejores. Así que eso era bastante raro, y esperanzador. Mis compañeras se encontraban en ese estado de euforia por la leyenda urbana que hacía partícipes a los hombres de la alta sociedad.

Se decía que, cuando un hombre rico entraba a Inferno, se llevaba a un demonio con él y salvaba su alma.

Nosotras éramos los demonios, y aquellos hombres nuestros salvadores.

Había pasado un par de veces, según nos contó Nina, en el que un par chicas que bailaban aquí cautivaron con su encanto a dos hombres de buena familia y los enamoraron, consiguiendo que las sacaran de Inferno, de aquella vida. Todas las presentes tenían la ilusión de ser las siguientes en ser rescatadas.

La historia era un poco sexista, pero servía como incentivo para que bailáramos con mayor sensualidad para que aquellos pervertidos con dinero se dejaran todo su sueldo en el club.

—Deberíamos hablar con ellos.

—No, no. Se van a sentir agobiados.

—¿Agobiados por qué? ¿Por estar rodeados de tías casi desnudas? Esos saben lo que tienen y a lo que vienen— contestó una de las chicas en aquella discusión. Unas palmadas por parte de nuestra mediadora hicieron que aquel grupo formado por todas se dispersara. Stella y yo nos adelantamos a observar a esos tres hombres, ya que con tanta cabeza teñida y extensiones de por medio no habíamos podido verles bien. Estaban en una de las últimas mesas, en frente de la pasarela principal del escenario. Estaba oscuro, por lo que no pude distinguir sus rostros con exactitud.

—¿Y si nos acercamos?— preguntó mi amiga mientras miraba en su dirección. Negué con la cabeza—. ¿Por qué no? No hay nada que perder.

—Stel, somos strippers, esos querrían un polvo con nosotras y nada más. No nos van a sacar de aquí solo por nuestra cara bonita y por un simple rumor.

—Bueno, tal vez esa historia nunca pasó de verdad, pero a lo mejor nosotras la podemos hacer real. Piensa que, si alguno de esos hombres se fijara en ti y salvara tu alma, podrías entrar en The Royal Ballet School— suspiré, viendo mi sueño frustrado cada vez más inalcanzable.

Unas de mis compañeras me avisó de que tenía que salir al escenario a bailar. Después de despedirme de Stella, me dirigí por segunda vez al escenario.

¡Y, de nuevo, deleitándonos con su encanto les presento al único ángel de Inferno! ¡Os aseguro que caeréis en la tentación por ella! ¡Caballeros, Angélica Blair!— decidida, me hice paso desde bambalinas hasta sentir los cálidos focos sobre mi piel. La sonrisa más amplia que nunca; mis movimientos más sensuales que los anteriores.

Al fin y al cabo yo también tenía la esperanza de que alguno de esos hombres cayera a rendido a mis pies y me sacara de aquel lugar.

***

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