⒈Doméstico

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El sol se asomó ya hace rato por el horizonte iluminando así de forma intensa cada punto a su exposición

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El sol se asomó ya hace rato por el horizonte iluminando así de forma intensa cada punto a su exposición. La residencia de los Forger no fue la excepción.

Los fuertes rayos del sol se colaron entre las cortinas de la habitación de Anya, dándole directo en sus ojos logrando incomodarla y despertarla debido a ello.

Sus verdes y adormilado ojos se enfocaron en el techo, procesando que día era, que había pasado se anoche, que quería comer y que iba a hacer ahora. Ese pequeño tren de pensamientos fue interrumpido por otro que la alarmó un poco...

«¡La escuela! ¡Llego tarde! ¡Pa se va a enojar y no va a haber paz mundial!»

Con todo el esfuerzo que pudo reunir se levantó de su cama de golpe. Un mareo la atacó por la velocidad aplicada y su cabeza por "casualidad del destino" cayó de nuevo en la almohada.

«Solo un ratito más...»

Sus ojos volvían a cerrarse, al menos así era hasta que escuchó un ruido en la sala que logró preocuparla, incluso más que aquella vez dónde escuchó un poderoso estruendo contra su pared y pensó que era el fin del mundo.

Esta vez se levantó con éxito y fue corriendo a la sala, encontrando a sus padres en una situación un tanto... comprometedora.

—Papi y mami cariñositos— ambos adultos se sobresaltaron al escuchar la voz de la niña, negando y aclarando que nada era lo que parecía. Excusa que no le importó a Anya, quien lo seguía repitiendo con su sonrisa de niña "madura" en el rostro, al menos hasta que recordó un pequeño detalle.

»—¡Pa, la escuela!

—Sigues adormilada, ve y lávate la cara. Ni bien termines de desayunar comenzarás a limpiar tu habitación— la pequeña abrió la boca conmocionada.

Yor mientras tanto luchaba por esconder su sonrojo.

¿Qué había ocurrido para que terminen uno encima del otro?

Eran casi las nueve de la mañana cuando el rubio ya estaba sentado en el sillón de la sala bebiendo su café y leyendo el diario que contenía la información acerca de la siguiente misión

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Eran casi las nueve de la mañana cuando el rubio ya estaba sentado en el sillón de la sala bebiendo su café y leyendo el diario que contenía la información acerca de la siguiente misión.

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