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A veces, te repites y repiten tanto que un determinado objetivo es el único adecuado para tu vida, que no llegas a notar el momento en el que tu percepción de este comienza a cambiar

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A veces, te repites y repiten tanto que un determinado objetivo es el único adecuado para tu vida, que no llegas a notar el momento en el que tu percepción de este comienza a cambiar. A transformarse. Quizás vislumbres el nuevo pensamiento colándose por una grieta pequeña y decides ignorarlo al principio, porque causar una conmoción en tu vida por una idea fugaz no vale la pena, pero no cuentas con que, al pasar el tiempo, la grieta continuará expandiéndose, hasta dejar ese pensamiento nuevo palpitando en tu cabeza. Cada segundo, cada minuto, cada hora del día.

Entonces despiertas y debes decidir... pero yo estaba ciega, o prefería estarlo porque así mi existencia era mucho más sencilla.

Era lo que necesitaba creer.

Mantenía la vista fija en la pizarra donde el profesor de Marketing había escrito un par de preguntas con marcador rojo. Las palabras se entrelazaban en mi cabeza hasta formar una ensalada de letras del tamaño del Gran Cañón. Comenzaba a marearme. Me preguntaba por qué la sensación de apatía se iba acrecentando en mi interior. Por qué existía ahora en mí un rechazo a las clases que jamás había sentido antes.

Era extraño.

En mis años de secundaria solía ser la primera en levantar la mano cuando el profesor requería participación. Un par de puntos extras nunca me iban mal, pero en esos días me encontraba en un estado de inconsciencia. Mi mente flotaba en una nube de algodón amarilla y estrellas brillantes danzaban a mi alrededor.

Me perdía fácilmente en el color del cielo. En el cambio que las hojas de los árboles comenzaban a experimentar con la llegada del otoño. En el movimiento de estas cayendo con una delicada danza hacia el suelo. En sonrisas de extraños y el recuerdo de una mirada verdosa. Intensa. Llena de un todo inexplicable. Una que me empujaba a dibujar girasoles y perder el tiempo creando más de lo normal. 

La inspiración brotaba por mis poros y me obligaba a pasar las noches en vela, realizando bosquejo tras bosquejo. Jugando con colores y distintos materiales de pintura. Respirando. Libre.

Sin embargo, al poner un pie dentro de esas aulas algo en mí se apagaba. Sentía rechazo hacia esas cuatro paredes y puerta cerrada. Hacia el color de la pizarra y los distintos pupitres. Las voces de los profesores y mis compañeros cuando respondían o realizaban preguntas. A mis libros y todas mis asignaturas.

Estaba vuelta un desastre. Lo reconocía, aunque quisiese pretender lo contrario. Necesitaba despertar y recordarme todos los esfuerzos que había realizado para llegar hasta ahí. Para lograr mis objetivos.

¿Mis objetivos o los de mi madre?

Sacudí la cabeza y me obligué a prestar atención.

Vivir una crisis universitaria en ese momento no era buena idea. Terminé atribuyéndole todas mis dudas y nuevas emociones al cansancio. Quizás, me dije, transitaba por una larga fase de adaptación. No suponía que mi transición de estudiante de secundaria a universitaria fuera a ser sencilla, pero tampoco imaginé que me resultaría tan complicada.

Girasoles en InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora