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—¿En qué pensaban ir? —preguntó Saúl al subir en el ascensor de nuestro edificio

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—¿En qué pensaban ir? —preguntó Saúl al subir en el ascensor de nuestro edificio.

Mila no había dejado de tararear una canción desconocida desde el momento en el que le había terminado de arreglar el enterito y pudo ponérselo. El color había vuelto a su rostro y el brillo que ahora había en sus ojos me recordó a los de su hermano.

Mi hermano había sido el de la idea y, sin embargo, se encontraba escondido tras mi espalda.

—Tren —respondí—. Podría usar el auto de mi padre, pero aún no tengo licencia de conducir.

Manejar me ocasionaba vértigo. Había tenido varías clases de manejo, pero nunca lograba dejar ese absurdo miedo.

—¿Vamos en mi auto? Así no pasamos frio en el camino.

—¡Si! Odio el frío —dijeron Mila y Milo al unísono.

Después, voltearon a mirarse sorprendidos. Ella realizó una mueca mientras mi hermano agachaba la cabeza. Les estaba costando agarrar confianza en el otro, probablemente por las grandes diferencias en sus personalidades. Mila se comportaba con mucha seguridad y algo impulsiva, lo que podía parecer un tanto descortés frente a un niño como Milo, quien era más tímido y un poco serio para su edad, por esta razón le costaba hacer amigos. Los otros niños solían malinterpretar sus acciones.

—Está bien —respondí con los nervios revoloteando en mi estómago.

Llegamos al vestíbulo y nos dirigimos hacia el estacionamiento. Saúl tenía un auto color negro, no estaba segura del año ni del modelo, los autos no eran mi fuerte, pero podía leerse Kia en el logo. Sentamos a los niños atrás, me aseguré de ponerles los cinturones y ocupé el asiento de copiloto. Saúl se acomodó tras el volante y puso el auto en marcha. El aire caliente de la calefacción calentó mis mejillas.

Tragué saliva. No tenía idea de cómo había pasado de ser casi ignorada por él a compartir un espacio tan pequeño. Me sostuve del cinturón y observé las calles por la ventana. El sol de mañana se reflejaba en los edificios de la zona. Las nubes estaban tan blancas como el algodón y las veredas repletas de gente trotando, paseando a sus perros y otras sosteniendo cartones de café.

Saúl prendió el equipo de música. Lead Paint & Salt Air de Aaron West comenzó a sonar a un volumen bajo. Las trompetas de la canción me obligaban a cantar cada vez que se reproducía. 

Down in Asbury Park, in a sublet I'm renting, I got a new job, where I'm out painting houses —susurré junto al cantante.

Saúl me observó de soslayo.

The Sun on my neck and some cash in my pocket. At least there is fresh air here. —Él se unió y al calor de mis mejillas se le unió el de mi estómago.

—Es mi canción favorita del álbum —confesé.

Detuvo el auto en un semáforo en rojo sobre la calle Marín Boulevard. Donde los edificios tenían formas geométricas triangulares y el arte se respiraba en el aire.

Girasoles en InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora