Capítulo 9 - Rosas

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Madrugada del viernes 28 de octubre

Las manos de Gustabo acarician el volante durante el camino de vuelta, su mente lejos del vehículo o la carretera, su corazón aún de pie frente a la casa de Conway, como un perro espera en la entrada del hospital el regreso de su amo enfermo. Aunque no quiera admitirlo.

La ventanilla del coche está bajada pero aún puede olerle en su ropa tras ese largo abrazo. Si se concentra unos segundos todavía puede sentir sus brazos a su alrededor, su respiración en el pelo y su calor en el pecho. Es intoxicante y ridículo, se siente terriblemente expuesto y vulnerable.

Cuando Gustabo comenzó a chatear con Conway a través de una aplicación de citas, suplantando a una mujer inexistente, no imaginaba que el destino le llevaría hasta este puerto, alejándose de la vivienda de su jefe de madrugada, con el corazón en la garganta y una media erección en los pantalones.

No sabe qué ha sido ese abrazo pero no es idiota, sabe que algo ha sido.

Desgraciadamente, por culpa de no ser idiota también deduce que, de intentar obtener alguna respuesta del propio Conway, éste acabaría distanciándose sin remedio, porque Conway ya le dio una, inamovible y definitiva.

'Soy heterosexual y no hay ninguna posibilidad de que algo pase entre tú y yo, jamás'

Gustabo exhala, compungido, casi cediendo al impulso emocional que le insta a darse un cabezazo contra el volante. No lo hace por miedo a que salte el airbag y acabe estrellándose contra algún quitamiedos. Conway se lo recordaría para los restos.

Una parte de él admite la posibilidad de que ese abrazo haya sido lo máximo que Conway está dispuesto a ofrecerle, teniendo en cuenta que conoce sus sentimientos. Podría ser una especie de 'recompensa' por los servicios prestados como acompañante nocturno y cómplice de ausencias laborales injustificadas.

La sola idea de que Conway crea que le debe algo le repugna. Lejos quedan ya los días en que fantaseaba con la posibilidad de sacarle dinero. Se sentiría sucio, casi traicionado si los primeros sentimientos románticos que han nacido en él para durar más de una semana fuesen recompensados con dinero. Amor romántico, un sentimiento, al que hasta ahora había sido tan ajeno, debe permanecer puro, como un hito si es necesario. Es su secreto y siempre lo será.

Otra parte de él se inclina por la posibilidad —ínfima a su parecer— de que esté analizando ese abrazo en exceso. De que sea su mente pueril la que le esté jugando una mala pasada, percibiendo deseo y erotismo donde sólo ha habido cariño y camaradería. Después de todo, Conway no es un hombre afectivo físicamente y lleva mucho tiempo solo. Si a eso ha de sumarle la época en la que se crió y su paso por el ejército, no es complicado deducir que probablemente tenga profundas carencias afectivas y que su forma de buscar confort físico haya podido llevarle a errar.

Pero no puede negar que existe la tercera posibilidad y que la convergencia de universos haya logrado para él que Conway se replantee su respuesta. ¿Y acaso no es eso más terrorífico que cualquiera de las otras dos opciones?

Gustabo aparca frente a la vivienda de su vecino, como suele hacer, y abre la puerta de su casa despacio, intentando no hacer mucho ruido, ya que deduce que a estas horas Horacio debe haberse acostado porque no le ha avisado de que fuera a salir. Un pensamiento intrusivo le recuerda que él tampoco le ha dicho a Horacio que fuese a salir. Ninguna de las veces que se ha escabullido en mitad de la noche.

Se deshace de las deportivas y la chaqueta antes de avanzar por el pasillo hasta su habitación, sin encender ninguna luz y con cuidado. Cierra la puerta y se deja caer contra el colchón de espaldas, exhalando un suspiro de anhelo e impotencia en el silencio nocturno.

Of Curiosity, Chance & CausalityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora