Prólogo

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Desperté en una primavera, explorando aquella pequeña pero acogedora nación en compañía de la que pensaba que era mi amiga.

Conocí al dios que no hacía nada por su gente, ayudé a esta y emprendí mi viaje a la nación de los contratos, y pasó lo mismo, siendo yo un héroe pero, ¿de qué me servía? si no podía serlo junto a la persona que más quería y más anhelaba tener a mi lado.

Lumine.

Le rogué a una deidad que desconozco, le pedí al cielo que, por favor, por fin encontrase a mi otra mitad, a mi gemela. Entonces fui a la nación del trueno... ¿Saben qué pasó? Sí, exactamente lo mismo.

Retorné sin parar en esos malditos lugares, conocí a tanta gente como pudiese y nadie, ni siquiera un dios, un arconte que todo lo sabe podía decirme algo de mi rubia perdida.

Los días pasaban y la esperanza en mi corazón se iba esfumando, al igual que mi buena educación y paciencia. Así que, fue en esa noche que...

— ¡Aether, deja de demorarte y hazme algo de comer! —Exclamó la pequeña flotante, bromeando, aunque el rubio no parecía reírse.

Este hacía un platillo en una fogata recién improvisada, se habían quedado en medio de la nada porque la noche ganó, avecinándose con anticipación. Aether se apresuraba para terminar pues Paimon no era la única que moría de hambre.

— ¡Lo olvidaba! —Tenía la manía de ser escandalosa, más cuando tenía nuevas noticias. — Creo que en Inazuma nos necesitan, los Fatui han- ¡Aether!

El mencionado había pateado y empujado todo lo que habían planeado para la cena en lo que gritaba y soltaba lágrimas, resbalando estas por sus rosadas mejillas. Pasó a mirar a la otra, pero no con una mirada tranquila o triste, daba miedo.

— ¿Qué pasa? ¿Dije algo malo?

— ¡Ese es el problema, que no cierras la puta boca! —El exaltado de a poco iba acercándose, tomándola desprevenida para derribarla al suelo. — Estoy harto de que aceptes encargos por mí, estoy harto de que todos se aprovechen, estoy cansado de que nadie, nadie pueda ayudarme... Quiero que te calles, para siempre.

Al ser tan pequeña y ligera, al rubio le bastó ponerle una mano en su torso para dejarla contra el suelo de tierra en lo que buscaba la solución a su más grande problema.

Había tomado una roca, algo grande pero que pudiese aguantarla con ahora ambas manos y estamparla en la cabeza de la de cabello blanco, dejándola destrozada, sin embargo, él ya no sabía lo que hacía, así que no paró hasta que sólo quedara un charco de sangre con trozos de carne.

Se levantó luego de arrojar la roca lejos, y estando ido, sintiéndose tan solo, emprendió camino hacia ningún lado, dejando a su compañera (o lo que quedaba de ella) atrás.

who lied first? : childe, aether, ayatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora