1. Calisto

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La inspiración no existe; en realidad son los padres, como el Ratoncito Pérez, Papá Noel y los Reyes Magos.

A mí que no me engañen los escribidores tuiteros del siglo XXI, que se inventan que escriben veinte mil palabras al día para quedar guay ante sus seguidores, porque algo no me cuadra. O son adictos a las sustancias psicotrópicas, o a mentir de manera compulsiva, o sus gatos, perros o unicornios les hacen el trabajo sucio.

Si de verdad existiera la inspiración, yo estaría ahora mismo pasando todos mis poemas a limpio en mi cuaderno de terciopelo rosa. Pero, en lugar de eso, me encuentro devanándome los sesos frente a una libreta cochambrosa, llena de tachones horribles, sujetando un bolígrafo mordisqueado mientras me zampo un regaliz tras otro (menos los negros), sentado en el césped de un parque, a la sombra de un árbol.

Llevo un mes sin escribir ni una sílaba... ¿Qué digo una sílaba? ¡Ni una triste letra! Y debo ponerme las pilas, porque tengo que elegir mis mejores poemas para presentarlos al certamen literario de esta ciudad, que el premio es bastante jugoso: veinte mil euros, la publicación de la obra con una editorial y un pack de bolígrafos que brillan en la oscuridad.

Yo quiero ganar, sobre todo, para tener esos bolis en mi poder, no por el dinero, que no da la felicidad.

Necesito un muso de carne y hueso. Pero ¿quién podría ser? En Oxímoron no hay hombres que se parezcan lo más mínimo al que me imagino yo en mi mente; aquí sólo hay gente con la mayoría de las siguientes características: feos, con el pelo oscuro, los ojos marrones, granos en la cara, aparatos en los dientes, orejones, calvos, ancianos, con el cuerpo del montón, más bajos que yo, con la piel uno o varios tonos más oscura que la nieve, con gafas... Las mujeres quedan totalmente descartadas porque soy el chico más gay del planeta.

No es por ser exigente ni superficial (porque no me considero un Chris Hemsworth), pero mi muso debe ser un rubio con mirada azulada, piel de porcelana, guapísimo, atractivo, musculoso, de mi edad, más alto que yo, sin ninguna imperfección en su rostro, que se bañe todos los días y que no vista de negro.

Pero no. En esta maldita ciudad, la belleza brilla por su ausencia.

Continúo comiendo regalices al mismo tiempo que paseo la vista por el parque, haciendo una búsqueda exhaustiva de mi posible muso, pero sólo veo un montón de mujeres, unos abuelos echándoles de comer a las palomas, un tío haciendo pis en el árbol de enfrente, un pelirrojo masticando patatas fritas con la boca abierta mientras camina y, por último, un chico rubio (que llama mi atención al momento), sentado en un banco y deslizando los dedos por la pantalla de su móvil.

Ojalá sea mi Dulcineo del Toboso.

Dejo mis pertenencias en mi pedazo de césped para que no me lo robe nadie, me levanto con elegancia, me sacudo mis pantalones de color fucsia y me acerco con disimulo hacia ese chico. Cuando llego hasta él, me detengo a escasos centímetros y me percato de que no es rubio natural porque sus raíces son oscuras.

Calisto y Melibeo (SE ELIMINARÁ EL 31 DE AGOSTO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora