Capítulo 1

18 1 0
                                    


¡Lilith! ¡Liliiith! ¡Liliiiiith!

Ahí estaba otra vez él, gritando mi nombre y buscándome, como un perro en celo. A veces me resulta difícil creer que sea hijo de mi Padre, pues mi Señor no se comporta de manera tan insensata y brusca.

Desde lo alto de un árbol observo sus movimientos, confiada que jamás me podrá ver, pues su arrogancia y soberbia le impiden alzar la mirada a otro ser que no sea nuestro Padre. Solo tengo que esperar que la desesperación se asome por su mirada, para saber que no aguantara mucho tiempo en largarse a dar caza a otra hembra que cumpla con mi deber.

— ¡Aaaah! ¡Otra vez lo hizo! — exclama dándose media vuelta. Dirigiéndose con fuertes pisadas a la colina donde las vacas pastan.

— Tan predecible — murmuro al bajar del árbol en el que me encontraba escondida y empiezo a caminar del lado contrario por donde se fue Adán.

Pienso que conozco a Adán a la perfección, cada detalle, cada pensamiento, cada acción de lo que estará haciendo y de lo que hará, después de todo es porque así es el hombre, porque así es Adán, porque así es mi compañero. Aun que, antes no era así; antes me maravillaba y me sorprendía cada cosa que él hacía; eran sus palabras que me hacían reír, eran sus acciones las que me hacían que me interesara por él. Ahora esa diversión se esfumo, la sorpresa se volvió nula. Ha dejado de ser fascinante, ya no me atraen, ha dejado ser importante para mí.

Reflexiono, mientras camino en el inmaculado pasto, adentrándome cada vez más entre los árboles de troncos blanquecinos y doradas hojas, atravesando las hermosas flores de distintos tamaños y formas, pero siempre del mismo color, como casi todo lo que abarca el Edén; blancuzcas, así siempre han sido y siempre serán, como Adán, no cambiarán a menos que Elohim me escuche.

Con aquellos pensamientos, llego a una colina de margaritas, donde me recuestó de brazos abiertos, dejándome abrazar por las pequeñas flores y la yerba que brota del suelo, dispuesta a dejar descansar mi mente del fastidioso hombre. Cerrando mis ojos, decidida a dormir el resto de la tarde, sin importarme ya si me encuentra o no. Hasta que el dulce toque frío de algo reptando por mi pierna, me hace abrir los parpados, encontrándome con la seductora mirada de su dueño. Sonreí al ver aquellas sombrías escamas tan familiares. Dándole la bienvenida a mi único amigo de toda la creación.

— Hola, Samael — aun sonriendo, le extendí mi mano para acunar su cabeza contra mi palma —. Ha pasado un tiempo desde la última vez que nos vimos. Dime, ¿Por qué no has venido a verme?

— He tenido...dificultades para poder venir ¿Qué? Es que caso me ha extrañado tanto, mi pequeña rosa del desierto.

Solo me puedo reír ante su cosquillosa labia. Samael, siempre llega en los momentos que necesito olvidar a mi otra mitad y liberarme un poco de las pesadas palabras del Yahveh. A pesar de saber que él no es bienvenido en el Edén, me gusta su compañía y disfruto su toque. Es por eso, que siempre trato de estar todo lo que pueda a su lado, antes que se tenga que ir a las desoladas tierras que le hicieron habitar.

— Veo en su rostro él cansancio. Lo mejor es que venga en otro momento — dijo haciendo una reverencia y apartando su cabeza.

— No — hablo, sosteniéndolo de nuevo y juntando nuestras frentes —. Es cierto que me siento cansada pero más que cansada, me siento...aburrida.

— Comprendo, al parecer la insistencia de "eso", con querértela meter sigue molestándola. Mi dama, debe de sentirse tan excitada por su terquedad. Sobre todo, si se trata de que él que te lo va a meter y sacar es Adán — puedo notar la burla brillar en sus ojos —. Es por eso, que te escondes de él, es por eso, que aquel que se hace llamar tú "compañero", se ha ido otra vez acompañar a las chivas ¿o me equivoco?

— Tú suave lengua habla con la verdad, pero tengo curiosidad ¿Cómo sabes que él está con las vaquillas esas?

— He visto un poco de su diversión en mi camino hacia aquí — esto último, lo dice haciendo un singular ruidito con su lengua.

Samael tiene razón, Adán me aburrió. A decir verdad, al inicio no me importaba en los más mínimo que intentara abrir mis piernas, en busca de penetrarme, dejando en mí interior la semilla que daría vida a sus hijos, cumpliendo de tal forma con el mandato de nuestro Padre. Me era indiferente, pues yo también quería cumplir con los deseos de mi amado Señor. Pero no cedí, no me doblegue ante los deseos y ordenes de Adán. Siendo, el paso del tiempo que las irritantes, como arrogantes acciones de él, me hartaron, agobiándome de tal manera que empecé a evitarlo. Sin embargo, no quería que Adonai se decepcionara de mí, pero tampoco me sometería a Adán, por eso, esperaba que el amor que nos tiene; a él, como su hijo y a mí como su hija, le permitiera entenderme.

Dándome cuenta también, que solamente, en escasas ocasiones; cuando no está deseoso de mi cuerpo o en su insoportable estado de egocentrismo, es que puedo tomar su mano, siendo su igual sin sentirme de aquella forma tan asfixiante, dejando de ser a sus ojos la mansa y obediente hembra, que desea que sea. Me he es frustrante pensar en ello, tanto que no puedo controlar la serenidad de mi cara, provocando que mis cejas se frunzan y me muerda los labios con evidente enojo, olvidándome por completo de mi querido invitado.

— ¡Hey! En que puede estar pensando mi señora, para que su hermoso rostro se vea como el culo de un cerdo — habla, haciéndome reír y olvide un poco mi enfado –. Me alegro ver que esas feas arrugas, se han disipado del bello rostro de mi dama. Como también me siento feliz, al verla reírse de mis no tan sensatas palabras — teniendo nuevamente mi atención, sigue—. Espero, permita el atrevimiento de este humilde sirviente, por el intento de tratar sus pesares conmigo — me divierte cuando imita el habla de una de las palomas mensajeras de mi Padre.

— Habla claro ¿Qué quieres Samael?

— Solo quiero que mis intenciones, hagan olvidar todas las molestias que acongojan a mí señora. Específicamente, hablo de aquella molestia que igual que a usted, fue hecho a imagen y semejanza del todo poderoso, hablo de aquel imbécil que en vez de sesos tiene una polla.

Es obvio a quien se refiere, a pesar de que su vocabulario al referírsele es desvergonzado e irrespetuoso, no me molesta en lo más mínimo. Es entonces, que curiosa por su propuesta, me incorporo y miro enfrente mío a la divina criatura que se yergue de su grande, como fuerte y largo cuerpo, cubierto de negras escamas; tan negras igual que las mismas tinieblas, mirándome con ojos del color del cielo nublado; atentos e impacientes por mi respuesta.

— Bien, si mi permiso es lo que deseas con gusto te lo concedo.

En un parpadear, su largo y ágil cuerpo me envolvió de la cintura, volviéndome a tumbar entre las florecillas, esparciendo mi cabello rojizo por ellas. Teniendo su rostro a un suspiro del mío, contemplo como el cielo nublado de sus ojos se han convertido en una salvaje tormenta; una que quiere tragarme entera. Pareciera que, al darle mi permiso, haya desatado la cadena del animal que mantenía preso debajo de toda esa amabilidad y respeto que hace un segundo me mostraba.

— Tócate — me susurra al oído con voz baja y sugerente —. Quiero que te toques, mi pequeña Lilith.

La caída de los amantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora