La leyenda del bosque embrujado

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En un pueblo dedicado a la tala de árboles, bastante alejado de la gran ciudad, existía la creencia de que el espeso bosque que lo bordeaba estaba plagado de bestias aterradoras y horribles que atacaban o raptaban a cualquiera que pasara por allí. Muchos aseguraban haber visto a un ser en especial que era enorme y se asemejaba a una montaña, el cual parecía liderar a las demás bestias. Por eso los campesinos evitaban tomar el camino del bosque para ir a la ciudad, pero quienes eran más osados entraban para dejar alguna huella en el lugar y probar que habían sobrevivido. Aun así, en el último tiempo, el margen del bosque había sido completamente talado por los leñadores del pueblo. Uno de ellos era un joven comprensivo y de buen corazón.

Una mañana muy nublada y neblinosa, el joven leñador salió a trabajar como cualquier día, sin importar el clima. Tomó el camino principal del bosque y se adentró en la espesura. Tenía mucho trabajo que hacer ya que el clima había retrasado la tala por una semana. Llegado a un punto del bosque, eligió uno de los árboles marcados, sacó su hacha y comenzó a cortarlo. Para no aburrirse se puso a silbar una canción.

Al pasar un par de horas, cuando ya había talado varios árboles pequeños, un ruido entre los matorrales lo hizo detenerse, pero enseguida reanudó su trabajo. Otra vez un ruido, pero esta vez más fuerte (como algo que sacudió los árboles), atrajo la atención del leñador, para ese entonces ya sentía algo de temor; "quizás fue un oso" pensó. De repente, entre los gigantescos árboles, una de las elevaciones de la tierra se movió con brusquedad; aquella montaña se enderezó. Era una montaña con vida, podía vérsele unos grandes brazos de piedra que se arrastraban y unos ojos brillantes, su espalda estaba cubierta de tierra y musgo, algunas plantas crecían en ella.

— ¡¿Qué haces en mi bosque?! Soy el espíritu protector de este bosque, me pertenece y debo cuidarlo —rugió el espíritu— he dado muchas oportunidades a los humanos ya, pero siempre las desperdician destruyendo la naturaleza. Si talan todos los árboles ya no habrá más bosque y las criaturas que habitan en él no tendrán un hogar.

El muchacho aterrado dejó su hacha en el suelo y retrocedió un par de metros, pues no todos los días se encuentra una montaña parlante. Pero enseguida se dio cuenta de la tristeza que el espíritu guardaba.

— P-perdón, es que nuestro pueblo vive de eso —se disculpó el joven pensando una forma de ayudarlo— espíritu, ¿qué te parece si por cada árbol talado plantamos otro en su lugar?

El espíritu accedió algo desconfiado, ya que había sufrido mucho, pero le pareció buena idea. Luego el muchacho se marchó no sin antes prometer que iba a hacer todo lo posible para que lo escucharan.

En cuanto llegó de vuelta al pueblo, impactado por la situación, buscó a los otros leñadores y les explicó su experiencia, detalló la promesa que le hizo al espíritu del bosque y manifestó su preocupación sobre lo que pasaría si seguían talando. Los demás leñadores no le creyeron y se burlaron de él. Pero el joven insistió por lo que uno de ellos, un hombre bastante arrogante, dijo en tono burlesco:

— ¡Bueno! iremos al bosque para ver a esa horrible bestia. Hay que amedrentar a ese monstruo para que nos deje seguir con nuestro trabajo, no nos puede decir que hacer.

Los leñadores se rieron y aceptaron ir al bosque. El joven iba detrás corriendo y tratando de convencer a los demás de que era mala idea romper con la promesa.

Pero de todas formas llegaron, y se pusieron todos juntos a talar los robustos árboles sin piedad, los animales huían a los fuertes pasos de la muchedumbre de leñadores. El chico buscó con desesperación a la montaña parlante para explicarle todo, pero fue en vano.

A las pocas horas, una parte del bosque ya había sido arrasada por las hachas dejando un ambiente triste en contraste con la crueldad de los leñadores.

Un atronador ruido, como un golpe en el suelo, movió la tierra y los árboles. La muchedumbre se tambaleó, algunos se asustaron. El muchacho ya sabía que iba a pasar, estaba aterrado por la catástrofe que se había armado, y se sintió culpable en parte. Entonces el espíritu reapareció, esta vez su rostro denotaba dolor de alguien que fue traicionado y herido, pero los demás solo veían a un temible monstruo. El joven intentó explicar lo sucedido al espíritu y este lo comprendió, sabía que había hecho lo posible por ayudar al bosque pero no había sido escuchado, de todas maneras les dio otra oportunidad.

— ¡¿Cómo se atreven a destruir el bosque?! ¿acaso no ven que este lugar es parte importante del equilibrio de la naturaleza? ya no habrá vuelta atrás si siguen así —explicó indignado el espíritu.

Pero nada de esto funcionó pues los leñadores continuaron agrediendo el entorno sin importar las consecuencias.

— Tú, bestia, una montaña parlante no puede decirnos que hacer. Necesitamos este espacio para expandir el negocio, así que vete de aquí y búscate otro lugar —espetó el arrogante leñador.

Como no veía buena voluntad entre la muchedumbre y ninguno de ellos estaba dispuesto a recapacitar, el espíritu del bosque con gesto decepcionado por la necedad de sus vecinos, golpeó el suelo con sus puños de roca y todos se tambalearon; ninguno parecía darse cuenta que al dañar al bosque se estaban lastimando a sí mismos. De la tierra comenzaron a brotar raíces que atraparon y enredaron los pies de los leñadores, quienes luchaban por zafarse y gritaban de horror. Las raíces se fusionaron con la piel que tomó forma de tronco y textura de madera, de las cabezas y brazos de cada uno de ellos, surgieron ramas que se llenaron de hojas. Pronto, casi todos los leñadores se transformaron en diferentes árboles y en el bosque reinó la calma. Los que pudieron huir de la escena contaron lo sucedido a los demás campesinos, quienes le temieron aún más al bosque. Desde entonces aquél bosque jamás pudo ser talado de nuevo y se lo consideró embrujado por las siguientes generaciones.

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