2. Destino inesperado

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Cuando terminaron las clases, el grupo se dirigió hacia casa de Kasumi sin que las chicas le hablaran a Daichi sobre su plan para llevar a cabo la última compra antes del cierre definitivo del bazar de curiosidades. Ambas conversaban alegremente sobre cualquier tema, mientras que su compañero de viaje caminaba detrás de ellas, miraba sus pies y pensaba que no podía pedirles que hicieran una escala en su trayecto para volver a ver a su primer amor.

Tiempo atrás, lo primero que hubiera hecho sería hablar claramente de sus deseos y de sus necesidades; pero por más que lo pensaba, por más que buscara una razón, no sabía a partir de qué momento se volvió un muchacho tímido: quizá desde la primera vez que dudó de sí mismo, quizá desde que murió su padre, quizá ya era así desde antes de decir su primera palabra. Quizá por ello, cuando su amiga castaña le dijo que se detendrían unos minutos en el lugar que él quería, su expresión cambió y sus pasos lentos y silenciosos se convirtieron en pequeños saltos de alegría y, posteriormente, en pasos veloces que obligaron a ambas a correr.

Y todo parecía ir de acuerdo al plan hasta que Kasumi chocó contra una persona y perdió de vista a sus acompañantes a pocos metros de llegar a su destino. Maki no se percató de que su amiga se había detenido, solo se concentró en correr y perseguir al lector apasionado, quien entró al local sin saludar y comenzó a buscar ese libro antiguo que le fascinaba.

La chica de trenzas quiso saludar al encargado y disculparse por la brusquedad del chico, pero él no estaba detrás del mostrador; intentó decirle algo a Kasumi, pero ella tampoco estaba ahí; buscó a Daichi con la mirada y lo encontró en frente de la vitrina del libro antiguo, embelesado, perdido como la vez anterior. Se acercó despacio para no arruinar el momento, sin despegar los ojos de él, e intentó decirle algo para llamar su atención por un momento; sin embargo, notó algo extraño: los ojos azules no veían fijamente la vitrina sin el libro, sino un objeto que se encontraba justo detrás de ella: una espada larga con empuñadura plateada y negra y la silueta de una corona de laurel grabada sobre su hoja.

Todo ocurrió de forma tan extraña que Maki no pudo asimilarlo ni detenerlo: para cuando había llegado a su lado, Daichi ya había sacado el amuleto perfecto del bolsillo derecho del pantalón y había soltado y dejado caer el listón amarillo de la suerte. De inmediato, el chico tomó con la mano izquierda la espada con la punta hacia arriba y colocó aquel tesoro que había mantenido celosamente a su lado durante años; le dio media vuelta para dejar su punta hacia abajo, la tomó con ambas manos y la enterró en el suelo sin decir palabra.

De repente, todo era desconocido: el bazar se había convertido en un lugar abandonado, vacío, lleno de polvo, con una entrada sin puerta que cruzó Daichi con espada en mano mientras Maki intentaba comprender la situación en la que se encontraban; sin embargo, tenía la certeza de que mantenerse al lado del chico era más importante en aquel momento. Al salir para seguirlo, se percató de que estaban en una ciudad en ruinas, sin más personas alrededor que no fueran él, ella y...

—¿Kasumi? —llamó un par de veces intentando no despegar la mirada de su amigo; pero no hubo respuesta.

Notó en aquel momento que él se dirigía hacia un castillo, la única construcción que, al parecer, había soportado el desastre ocurrido. ¿Un terremoto? ¿Un tornado? ¿El apocalipsis? ¿Por qué el castillo se mantenía en pie a pesar de que a su alrededor solo había escombros y naturaleza muerta? ¿Y por qué Daichi no se detenía a pesar de que ella lo llamara una y otra vez? ¿Por qué no volvía la cabeza, ni la esperaba, ni le prestaba atención cuando ella logró alcanzarlo? ¿Por qué sintió de repente que la simple presencia del chico había destruido un muro invisible?

Cuando ambos habían llegado a la entrada del castillo, ella acercó su mano al hombro de su compañero para detener su marcha; pero eso solo tuvo un efecto inesperado: antes de tocarlo, Daichi giró y apuntó la espada al rostro de la chica, quien apenas tuvo tiempo de retroceder un paso para evitar cualquier rasguño.

La misión del rayoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora