Capítulo III: La verdad

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La mañana estaba fría como de costumbre. A pesar de que el colegio quedaba a pocas esquinas de mi casa, mi papá insistió en llevarme. Llegué mas temprano de lo común y mis hermanas ya habían terminado las clases la semana pasada. Mi tía Zara se pasaba los días con ellas. De pronto comenzó a llover, y mi padre entró a los aparcamientos mas cercanos a alguna puerta para no mojarme mucho, encontró uno lo suficientemente cerca y ahí me dejó, corrí lo mas rápido que pude para no llegar empapada.

Entré rápidamente a mi primer examen, los pasillos estaban mas llenos que nunca, aunque no eran mas que las 7:30 y el horario de clases iniciaba a las 8. Al parecer darían las pruebas más temprano. Las aulas se veían vacías, pero los pasillos, el gimnasio y las mesas de la cafetería estaban llenas; fui al salón de Biología que sería mi primer examen, esperaba encontrarme a Harold pero mi sorpresa fue mayor, allí estaba únicamente David, sentando en el medio del salón, un área estratégica para poder pedir respuestas.

Entré e hice como si no hubiera nadie, pues en mi mundo David no era nadie. Ocupé mi lugar y saqué mi libro para repasar un poco. Mi indiferencia le parecía muy interesante y quería saber cuánto soportaría, porque escuché sus pasos cuando se acercaba a mí.

Se sentó en el asiento que se encontraba a mi lado, pararon como 25 segundos y no habia dicho nada, solo se quedo mirándome fijamente y eso me incomodó, hasta que me desesperé.

— ¿David me harías el favor de retirarte de mi lado?

— Pues, hoy me sentaré a tu lado

— Pues, a mí me parece que no

— Anda Stella, no me digas que sigues enojada por lo que pasó — dijo. Le parecía divertido.

— Pues sí David, estoy muy enojada porque pase una vergüenza pública, delante de personas muy importantes y el gobernador le dijo a MI padre que era una desvergonzada e imagínate como está mi papá

Al parecer captó si me importó lo que pasó y por un momento pareció estar avergonzado por haber sido un tonto.

— Lo siento — se disculpó. No lo creía. Lo miré a los ojos, el me estaba mirando y parecía arrepentido. No le creí.

— ¿Qué dijiste? — dije en voz alta

— Que lo siento mucho — repitió — Lo que hice estuvo mal y te pido disculpas

— ¿Me estás tomando el pelo? — dije irónica

— Stella, no todo son embustes y pantallas — declaró

— No sé si tu cerebrito procese mas que eso — bufé

— Admite que te divirtió tirarme a la alberca

— Pues... — estallé en risas — Si, pero ¿a qué se debe que quieras que te perdone? ¿Estás cumpliendo una apuesta?

— No, es que necesitaba decírtelo, porque no me sentía bien conmigo mismo — afirmó

Sus palabras sí eran sinceras, por unos instantes David me pareció menos desagradable.

— Entonces, ¿bien? — preguntó, sonriente. Me extendió la mano y yo se la estreché, con una sonrisa también.

— Ya hablé con el gobernador

— Si, ¿y de que?

— Que tú no tuviste la culpa de lo que paso, y asumí responsabilidades

— Gracias

Me miraba y sonreía. No entendí si se burlaba o había quedado como un tonto mirándome y riéndose. Pues hice una revisión mental de la última vez que me vi en el espejo esa mañana, mi ropa estaba limpia, mi cabello olía bien y presentaba buenas condiciones, no tenía granitos en la cara y me había lavado bien los dientes, ¿de qué diablos de reía este menso?

Lluvia de EstelasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora