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Lleva cerca de un año casado con ella, y es magnífica. Adora la vida en la granja, el aire limpio, los sabores de una comida con ingredientes recién cosechados, el olor a pino en la casa, la fogata caliente por las noches. Quizá no sea tan diferente a vivir en el rancho de Marnie, pero él lo siente como una experiencia completamente nueva... Por ella.

Ya no cae inconsciente a la cama luego de llantos y lamentos provocados por una insana ingesta de alcohol ni se despierta en medio de la noche para mirar el techo preguntándose qué mierda está haciendo con su vida. Ahora despierta cada mañana y la ve a ella, descansando tan apaciblemente a su lado. Su pequeña boca ligeramente abierta, babeando un poco le provoca una sonrisa. Su aroma a hierba, café y flores cosquillea en su nariz y le gusta tanto que solo quiere atraerla a sus brazos y dormir bien pegada a ella toda la noche. Pero no puede.

No tiene el valor de tocarla. No se cree merecedor de siquiera tenerla en su vida ¿Qué fue lo que hizo para merecerla? ¿Qué hizo para ganar su atención, su amistad, su cariño... su amor? Por más que se lo pregunta no haya la respuesta, porque él es un desastre y ella es... perfecta. Estando a su lado solo opaca su cálida figura. Y esta seguro de que nadie en Pueblo Pelícano es capaz de entender por qué están casados. Él es el primero.

No hizo nada. Todo fueron avances de ella. La primera palabra, el primer regalo, la primera en extender la mano. Fue ella quién le entregó aquel hermoso ramo de flores para cubrir con ellas su sonrojo al pedirle ir más en serio. Pero una vez siendo novios él la beso... se sintió culpable de inmediato, pero ella calmó sus inseguridades al regresarle el beso y abrazarlo por el cuello como si no quisiera soltarlo. Siempre ella.

Al contraer matrimonio y besarla frente a todo el pueblo se sintió el hombre más feliz de la tierra. Y cuando esa noche juntos en la cabaña, alumbrados únicamente por la luz de la chimenea, tomaron su luna de miel, él se llenó de dudas al punto en que las manos le temblaban.

—¿Shane? ... ¿Ocurre algo? —ella preguntó.

—Y-Yo... Yoba, lo siento, estoy tan nervioso. Seguro que has estado con chicos mejores que yo ¿P-Por que-

—No —interrumpe—. Tu eres... el primero.

—¿Eh? —Shane jura haber oído mal—. ¿Qué? ... ¿Y-Yo seré tu primer...

Ella asiente, elevando los hombros como si quisiera esconderse por la vergüenza.

—Ann, ¿Eres de creer que hay que reservarse para el matrimonio? ¿Por que querrías que tú primero fuera alguien como yo? Soy un maldito desastre, yo-

Ella lo calla, con un dedo sobre sus labios. Y niega con suavidad.

—Cállate. No es así para nada. No creo en reservarme para el matrimonio ni nada solo... jamás tuve interés en nadie... hasta ahora —le sonríe con un tierno sonrojo alojado en sus mejillas —. Y tu, Shane, eres mi marido ahora y te amo completamente. Que tu seas mi primero es perfecto.

Consigue convencerlo. Ella lo atrae a su boca para besarlo, y logra hacer que olvide sus inseguridades por el momento. Él tampoco es el más experimentado en esas cosas, lo único que ha tenido ha sido sexo casual con alguna chica cualquiera en un bar de la gran ciudad, pero Ann no es cualquier chica, Ann es su compañera, la quiere, joder, la ama y quiere tratarla con tanto cuidado como es posible. 

Fue capaz por primera vez de tomar la iniciativa. Aunque tuvo dudas en un principio pudo atreverse a acariciar sus senos con sus manos, acercarse a ellos aspirando el aroma que desprendía su piel y besarla. Pudo jugar con sus pezones, lamiendo y succionando con cuidado de no lastimarla, deleitándose con sus suaves respiraciones. Y se atrevió a besar hasta más abajo del ombligo, a posicionarse entre sus piernas y atender la parte más íntima de ella provocando sus gemidos.

El Marido InseguroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora