Pecados en paralelo I

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Carlos: "El tamaño es cuestión de perspectiva"

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Carlos: "El tamaño es cuestión de perspectiva".

¿Nunca han tenido la sensación de que alguien los observa? Algunas personas dicen que dicha sensación ocurre cuando se está cometiendo algo que nos hace sentir culpables, algo que otros calificarían como un pecado. Les pregunto porque es una sensación que he tenido muchas veces, aunque a mí, en lo personal, no me provoca ninguna culpabilidad, al contrario, ¡me gusta! Es más, me encantaría que alguna mujer me viera cuando me estoy masturbando en la ducha. ¡Sí, eso! Y que al observarme se relamiera los labios de deseo, mientras yo me agito el pene con la mano izquierda, más de un ciento de veces, hasta expulsar mi semilla por la punta en la culminación de mi morboso acto. Pero... nada de eso ocurre en mi monótona vida.

"Mi nombre es Carlos, tengo 28 años, mido 1.70 metros de estatura, tengo los ojos cafés, cabello negro corto, tez morena clara y soy de constitución media. Tengo un pene de tamaño normal, pero todo depende de la perspectiva de quien lo mire...". ¡Suena bien!, pensé al terminar de llenar mi perfil para la red social de sexo en la que me había inscrito. Me provocó un poco de risa el hecho de que mi descripción sonaba a cliché. Luego pensé con ironía que si realmente quería ser sincero debería de agregar que tengo un pene de diecisiete centímetros de largo, por cuatro de ancho, y que hablando de perspectivas eso parecía no importarle a mi esposa.

Llevaba tres años de casado y mi matrimonio –sin hijos aún–, quizá había roto el récord mundial del menor tiempo requerido para convertirse en una completa y aburrida rutina. Mi esposa, Fernanda, era una alta ejecutiva de ventas de una famosa empresa de telefonía. ¡Tan elegante ella!, con su cabello largo y rubio, sus ojos grandes de color miel, su piel blanca y delgada, su estatura media y su cuerpo de lujo: con unos senos de muy buen tamaño y un culo que era la envidia de todos los vecinos, tanto de hombres como de mujeres, y cada uno lo envidiaba por las razones propias de su sexo. Sin embargo, de nada me servía, ya que ese culo se estaba volviendo tan exclusivo que ni yo tenía acceso a él.

Mi esposa siempre estaba ocupada, cansada, con la cabeza en otro lado o con dolor en la misma. Nuestra sesión de sexo semanal ya se había retrasado un par de semanas más. Lo más triste del caso era que cuando la interesada era ella, yo también recurría a los mismos pretextos para evitar la intimidad, ya que me resultaba un esfuerzo demasiado grande para una recompensa que podía obtener de manera más rápida y "práctica" con la masturbación. Me encontraba de vacaciones y, siguiendo el dicho de que el ocio es la madre de todos los vicios, trataba de perfeccionar mi estrategia para que las chicas que conocía por el chat aceptaran verme masturbándome por la webcam, así mi acto se tornaba más placentero.

Luego de una sesión de cibersexo con mi amante de turno, salí mental y físicamente agotado del estudio para dirigirme a la sala. Un disgusto invadió mi mente al observar que los cojines del sofá no estaban en orden, inclusive había uno tirado en el suelo. Lo recogí para ponerlo en su lugar, me senté y tomé el periódico de la mesita. En ese momento no supe si mi enojo era auténtico o si únicamente era un pretexto para traer a mi presencia al objeto de mis deseos.

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