Pecados en paralelo III

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María: "La profesión no siempre va de la mano con la vocación"

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María: "La profesión no siempre va de la mano con la vocación".

Mi nombre es María, y hace poco terminé con uno de los trabajitos más largos a los que me he metido: me hice pasar por sirvienta. Fue demasiado tiempo el que tuve que invertir esta vez, tanto que por un momento hasta tuve la loca idea de acomodarme a esta actividad y dejar de arriesgarme haciendo cosas peligrosas que luego me robaban el sueño al repasarlas mentalmente por las noches. De hecho, nunca dormí más tranquila que en los tres meses que trabajé en esa casa; independientemente de los malos tratos de la señora Fernanda, todo allí fue muy sencillo para mí. Tenía techo, comida, televisión, baño privado y hasta un poco de entretenimiento morboso. Yo era natural para el trabajo de criada, desempeñarlo me trajo muchos recuerdos, ya que fue el primer tipo de trabajo que realicé antes de encontrar, en mi largo camino laboral, otras cosas para las que tengo vocación.

Nací en un pueblo muy cercano a la ciudad, de esos de clima cálido, donde la gente aún se puede dar el lujo de mantenerse en las tardes con la puerta principal de la casa abierta. Fui criada bajo el seno de una familia disfuncional, con un padre mecánico de profesión, además de alcohólico, y de una madre fanática religiosa que se refugiaba en sus actividades de la iglesia para evitar a su familia. Fui siempre la hija de en medio, con un ejemplar hermano mayor que ayudaba a mi padre en el taller mecánico y con una hermanita menor que a los ojos de los demás se portaba siempre como una blanca palomita; sufrí durante mucho tiempo de las comparaciones. La pregunta que todo el mundo me hacía siempre era: ¿por qué no puedes ser más como tus hermanos?

Siempre fui muy madura para mi edad, recién entrando a la pubertad me convertí de inmediato en el centro de atención tanto de los chicos como de los maestros del instituto en donde estudié. Aprendí a utilizar sabiamente mis atributos para influenciar a la gente, ya que mis coqueteos con los maestros me ayudaron a terminar la secundaria sin problemas. El secreto era ofrecerse, al principio, para luego chantajear al interesado, negando las apariencias iniciales con la amenaza de una acusación por sus intenciones indiscretas basadas en sus "malos entendidos". Siempre funcionaba.

El ambiente de mi tierra natal no era lo suficientemente entretenido como para retenerme. Cansada de no sentirme parte de la familia, me largué a la ciudad con el pretexto de encontrar un buen trabajo que me ayudara a pagar mis estudios universitarios que al final jamás realicé. Mi prima solterona tuvo la bondad de darme albergue en su humilde apartamento de dos piezas y un baño. A pesar de la reducción del espacio y de los malos hábitos de mi prima, principalmente el de fumar cigarros demasiado orgánicos y de no limpiar en absoluto, me sentía fascinada por el bullicio nocturno de la ciudad; eso, combinado con el hecho de que ahora era libre, me bastaba para no extrañar el terreno tan amplio y el ambiente desolado del pueblo en el que nací.

Luego de muchas noches de fiesta con los amigos de mi prima recibí, por parte de ella, la indirecta de que ya era hora de conseguirme un trabajo para colaborar con los gastos del apartamento. Mi esperpento de hoja de vida y mi forma de vestir informal parecían no agradarle a nadie; los exámenes de aptitud que me realizaban las empresas de recursos humanos parecían mostrar resultados que me hacían ver como una persona que no encajaba en ningún lado. Otro factor que quizás influía era el hecho de que yo era de las que salía a la calle a buscar trabajo pidiéndole a Dios no encontrarlo. "¡Debí haber estudiado secretariado, de nada me sirve el bachillerato!", era la frase con la que siempre me excusaba a mi misma cuando recibía las llamadas telefónicas que me comunicaban que no había calificado para el siguiente paso del proceso de selección.

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