Pecados en paralelo IV (Final)

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Carlos: "Este es el epílogo de mi divorcio"

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Carlos: "Este es el epílogo de mi divorcio".

Ya habían pasado casi seis meses desde la vez que me enamoré de nuevo y que el objeto de mi amor había desaparecido. Aquel día con María sin duda había sido el más extraño y excitante de mi vida. Recuerdo, como si hubiese sido ayer, que regresé a casa tarde por la noche y encontré a Fernanda aún vestida con su ropa del trabajo y con el maquillaje corrido como si hubiera estado llorando a mares.

Para mi sorpresa me confesó que me había sido infiel, que llevaba ya algunos meses haciéndolo, que se atenía a las consecuencias de nuestro acuerdo prenupcial, pues estaba consciente de lo que había hecho, y de que la única razón con la que podía justificarse de haber cometido tal acción era que ya no me amaba.

Por alguna extraña razón el suceso en vez de llenarme de ira más bien me provocó un cierto alivio que me hizo sentir libre. Hasta en ese momento me di cuenta que yo tampoco amaba a Fernanda, y sólo había seguido con ella por tratar de hacer lo correcto. Ni siquiera me interesé en saber quien era su amante.

Nunca tuve las agallas para decirle a Fernanda lo que yo había hecho con mi amada María, antes de que ésta desapareciera misteriosamente, pero, fui justo, yo también había obrado mal, y eso me remordía la conciencia, por lo que dividimos todos los bienes equitativamente. Jamás mencionamos algo relacionado con infidelidad frente a los abogados. Al final yo me quedé con el auto y con muchas de mis cosas. Nadie se quedó con la casa, la vendimos y nos repartimos el dinero.

Ya no supe que pasó con Fernanda, lo último de lo que me enteré fue que se cambió de trabajo y que le dieron empleo de asistente personal en una de las empresas en las que solía vender sus servicios de telefonía.

A mí, por el otro lado, me ascendieron por mis logros como Director del nuevo proyecto de mi empresa, pero a pesar de mi éxito en el trabajo me sentía vació en otros aspectos.

Empecé a rehacer mi vida y el primer paso fue irme a vivir a las afueras de la ciudad. Todas las tardes, antes de regresar a casa, me iba al bar que siempre he frecuentado para ahogar mis penas con mi nueva y solitaria libertad.

Un jueves por la tarde me encontraba solo en el bar, sentado en la barra, disfrutando de un whisky en las rocas mientras veía la televisión. Resonaba la noticia de que habían capturado a un tal Jorge Torres, o algo así, acusado por tener una red de trata de blancas y extorsión. El desgraciado ése chantajeaba a figuras públicas con videos comprometedores. La teoría del noticiero era que sin duda alguien lo había delatado con una de sus potenciales víctimas, a lo mejor un importante funcionario del gobierno.

–¡Qué hijo de puta! –comenté con el cantinero, mientras sorbía un nuevo trago de mi vaso, riéndome de la cara de purgante que tenía el tal Jorge mientras se veía como lo metían esposado en un auto de policía en las imágenes de la noticia.

La risa me produjo nostalgia, no sé de qué, el hecho es que me sentí triste. Terminé mi escocés y me dispuse retirarme por lo que comencé a hurgar entre los bolsillos de mi pantalón en busca de la billetera. De pronto sentí unas manos tibias que me cegaron al cubrirme los ojos desde atrás.

–¿Quién es? –pregunté intrigado.

Una voz femenina y bastante sensual me murmuró al oído:

–Adivine..., patrón

–¡¿María?! –pregunté casi saltando del asiento.

–¡Hola, Carlos!... ¿Cómo estás? –respondió ella, descubriéndome los ojos para luego sentarse a mi lado.

–¡Oye pero qué gusto verte! ¿Qué haces aquí? ¿Qué ha sido de tu vida? –le pregunté mientras la admiraba incrédulo.

María estaba muy hermosa, aparte de que nunca la había visto vestida formalmente, se veía muy feliz, su rostro y su cuerpo resplandecían.

–Bueno, la verdad es que vine a buscar a alguien a quien he extrañado muchísimo...

–¿Es alguien a quien conozco? –pregunté sonriente

–Sí, la verdad es alguien a quien conoces muy bien.

–¿Acaso esa persona a quien buscas..., soy yo?

–No, la verdad es que...–María se inclinó hacia mi oreja, su acercamiento me estremeció–,¡busco a Don Pepe! –murmuró, haciéndome sonreír.

FIN


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