3. Prisioneros

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Lo primero que Obi Wan sintió al despertarse no fue el desagradable dolor de cabeza, sino una mano cálida acariciando su intimidad, que al parecer había despertado antes que él, con inusitada delicadeza. Estaba tumbado, el aire era fresco y perfumado y en algún lugar cercano sonaba una música agradable, tenue. Unos labios húmedos rozaron el lóbulo de su oreja y la atraparon, juguetones. Soltó un suspiro desvaído, removiéndose bajo el peso de su amante.

Las brumas del sueño aún enturbiaban su mente. Había sido pesado y extraño, recordó remotamente otra de sus pesadillas en la que los ojos de Anakin destellaban de malignidad al alzar la mano y cerrarla estrangulando el aire. Levantó los dedos para rozar su espalda con alivio. Solo eran sueños. La piel suave, la carne lisa sin apenas musculatura fue lo que evidenció el resto de disonancias: no reconocía el perfume dulzón que atestaba el ambiente, ni el roce de la seda bajo su cuerpo, ni los labios que le besaban el cuello. Ni los pechos hinchados y turgentes que se apretaban contra su torso.

No era Anakin a quien tocaba.

—¡¿Qué...?! —El jedi forcejeó bajo su captora, empujándola para apartarla de él y buscó el sable láser con un manoteo torpe sobre las sábanas.

No solo no tenía el arma cerca, al intentar concentrarse en la Fuerza para atraerla sus sentidos embotados solo captaron un silencio inquietante a su alrededor. Alterado por la sensación, Obi Wan reculó hasta que su espalda chocó con el cabecero de una lujosa cama con dosel.

—Buenos días, cosita preciosa...

La voz fue un suave ronroneo a su lado. Una twi'lek, de su edad por el tamaño de sus lekkus, le miraba apoyada en un codo, vestida solo con un culotte rojo a juego con los tatuajes de sus brazos.

—Intenta no ponerte nervioso. El collar que tienes en el cuello emite descargas si tus pulsaciones suben demasiado... o si yo considero que debe emitirlas.

Tras avisarle, mostró una sonrisa de dientes afilados y bajó la vista hacia la parte de su anatomía que seguía preguntándose dónde estaba la fiesta.

Obi Wan se llevó la mano al cuello. Enseguida lo reconoció. Aquellos dispositivos eran tan ilegales como la misma esclavitud en todos los planetas de la República. Ya era consciente de su situación al bajar la mirada y comprobar que estaba prácticamente desnudo, a excepción de un cinturón ancho con un exiguo faldón que haría de taparrabos de estar de pie y algo parecido a unas hombreras que dejaban su pecho totalmente al descubierto. Aparte del collar de control, llevaba uno dorado y más ancho sobre el pecho, del que se enganchaban varias cadenas que serpenteaban hasta su espalda.

No solo no había sido una pesadilla: les habían atrapado y ahora era el esclavo de una señora del crimen twi'lek. Antes de que el pulso se le disparase, Obi Wan hizo acopio de todo su entrenamiento para calmarse, aunque su mente enturbiada por las drogas se lo pusiera difícil.

—Lady Daesha, supongo —dijo relajando la postura contra el cabecero—. Es... una situación extraña para una presentación formal.

—Acertaste. Me gustan las situaciones extrañas, suelen ser... excitantes.

Daesha pasó la mano por el muslo de Obi Wan y le dio un apretón.

—Supongo que estarás empezando a preguntarte cómo escapar. Te será difícil con el collar y la droga que tienes en las venas, dificulta vuestro sentir de la Fuerza. Pero no te preocupes, me canso enseguida de mis putitos. Cuando eso ocurra, te venderé. Con suerte para ti, a algún cretino del que sí puedas huir.

Se giró y tomó un vaso de agua de la mesilla, que le ofreció tras dar un trago. Obi Wan aprovechó para cubrirse las vergüenzas y devolverse toda la dignidad que podía en esa situación. La droga no solo le estaba dificultando conectar con la Fuerza, también encontraba dificultades para serenar su propio cuerpo. Aceptó el agua con un asentimiento cortés y bebió.

Esclavo de la ira (Obikin 4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora