Reglas

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Jack Frost:

La oscuridad predominaba en la habitación, apenas podía vislumbrarse de manera tenue la luz de la Luna. Peter yacía dormido a mi lado, estaba cubierto por mantas para evitar resfriarse debido a la temperatura que desprendía mi cuerpo de manera involuntaria.

Por alguna razón no podía conciliar el sueño, en realidad para un guardían no era una necesidad dormir, sin embargo Peter sí lo necesitaba y me gustaba acurrucarme a su lado. Esa noche había algo que me inquietaba, o mejor dicho alguien.

Observé la manera en que su pecho subía y bajaba al compás de su respiración, en momentos así era cuando no podía dejar de mirarlo. Había perdido la noción del tiempo, era como si el mundo hubiese dejado de girar solo para permitirme observarlo.

Encendí la lámpara para apreciar mejor los pequeños detalles de él. Había una constelación de pecas esparcidas por sus mejillas, las cuales adoraba marcar con mis labios. Sonreí al ver esa naricilla que me gustaba apretar para molestarlo y besar cuando me parecía el más tierno, delineé una de sus cejas siguiendo la forma con mi dedo índice.

Mi mirada cayó en sus labios, Peter tenía esa costumbre de dormir con una tenue sonrisa que casi parecía de altanería. Relamí mis labios en un acto involuntario, su respiración tranquila chocaba con la mía haciendo que mi pecho comenzara a burbujear.

—¿Por qué me provocas esto, Peter? —susurré en algo que no se describiría como audible.

El castaño se removió haciéndome contener la respiración, pasó la pierna sobre mí y me atrajo a su cuerpo en un suave abrazo. Cerré los ojos mientras sentía mi temperatura aumentar, la tibia piel de Peter me hizo soltar un suspiro de satisfacción.

—¿No puedes dormir? —dijo con voz ronca.

Sentí un tirón en el vientre al escucharlo, tragué saliva antes de abrir los ojos. Me encontré con esas brillantes esmeraldas que me miraban atentamente, su bello rostro ahora estaba más cerca del mío.

—No quería despertarte.

Sonrió de manera dulce, haciendo que lo mirara casi embelesado.

—Cuando no puedas dormir, despiértame. Sacúdeme o tírame de la cama si es necesario, yo siempre estoy dispuesto para una pijamada —dijo acompañado de una sonrisa brillante.

Reí por lo bajo, mi corazón en ese punto ya estaba golpeando en mi pecho y amenazando con salirse. Llevé mi mano a su mejilla, eliminé la escasa distancia entre nosotros y deposité un fugaz beso en sus labios.

—O podemos besarnos —sugirió con picardía.

Reprimí la carcajada que quería salir de mi garganta, fue contenida en el momento que Peter deslizó su mano hasta tomarme de la cintura. Su tacto era fuerte, ambos cómodos y acostumbrados a algunas caricias toscas.

—Conejo está trabajando en el taller —le recordé en voz baja.

Ambos estábamos conscientes de las reglas sobre nuestras pijamadas; usualmente Norte nos prohibía hacerle bromas a Phil, Tooth nos prohibía el exceso de golosinas, Sandy no dejaba que abusáramos de las películas de terror y Conejo no soportaba escuchar que también fuéramos ruidosos por las noches.

Contrario a lo que posiblemente todos pensaban, el barullo que en su mayoría eran risas, sonidos de satisfacción y gemidos de dolor, sólo eran ocasionados por peleas. Teníamos guerras de nieve, de almohadas, de cosquillas.... pero Conejo insistía en que eran de espadas. Peter siempre decía que él sólo alzaba su espada para Garfio, lo que ocasionaba más burlas en mi contra y que terminara realmente molesto con el inocente niño del bosque.

Travesuras en el Polo Norte (Jack Frost x Peter Pan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora