Prólogo

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La luz de la vela grabada que su mentor le había regalado iluminaba toda su habitación. Era media noche, ya había recibido un par de regaños por parte de su familiar gracias a que la luz del salón principal llegaba a todas las habitaciones de la biblioteca.

"- Jungwon, vete a dormir ya. La profecía de la que hablas no es real." Le había dicho Nox, su familiar, quien como buen gato, pasaba la mitad de su día durmiendo.

Y como buen familiar, pasaba el resto de su día quejándose de las investigaciones de Jungwon.

Al final se había rendido de intentar convencer al brujo de dejar el tema de lado con respecto a la profecía, obligándose a sí mismo a dormir con la tortuosa luz de la vela infinita de Jungwon iluminando todo su hogar de manera demasiado dramática para una mísera vela.

Eso es a lo que se dedicaba Jungwon en ese momento; descodificar la profecía en el libro antiguo de los hermanos Sol y Luna que el mismísimo príncipe Jungkook (su mentor) le había regalado en su cumpleaños.

Era un simple libro de cuentos que casi todos en Drovalon conocía, incontables copias mucho más modernas siendo repartidas al público común de toda la nación. Pero lo que Jungwon tenía en manos no era una copia.

No, lo que Jungwon tenía en manos era el mismísimo diario del Príncipe del Sol y Luna, escrito cuando los eventos de, lo que ahora era un cuento infantil, habían ocurrido.

Hacía más de mil años, Drovalon todavía era una nación dividida. Las tres razas humanas se consideraban enemigas en todos los aspectos; especialmente con las diferencias en sus habilidades y hábitats.

Los brujos siempre fueron la raza con más poder, no sólo político y de adquisición, sino que también tenían a su favor la capacidad de manipular la magia a su antojo. Esto siempre lo usaron para sacar ventaja sobre los demás, y antes de que los príncipes establecieran reglas de convivencia, todo era un caos.

La siguiente raza más poderosa eran los ángeles. Se dice que obtuvieron su nombre basado en unas escrituras aún más antiguas que la magia misma, pues se describía a seres mágicos con alas enormes que cuidaban de las personas... Y aunque ese nombre se les fue asignado por sus alas de infinita variedad de colores, en ese tiempo no había nada que les incitara a cuidar de otras personas que no fueran ellos mismos; no había ni una pizca de honor ni siquiera entre su propia raza, pero ellos estaban seguros en sus hogares flotantes en las nubes, pues nadie más podía tocarlos ahí, incluso si su división como raza los dejaba vulnerables.

La última raza era considerada por los demás como la más débil, la menos importante y la más desechable: los humanos de tierra. No tenían capacidades mágicas, ni alas enormes que les permitieran volar y les daban la habilidad de caminar sobre las nubes. No, los humanos de tierra eran sólo humanos. Se tenían los unos a los otros y una capacidad mental que se obligaron a desarrollar aún más si querían sobrevivir de la misma forma que sus contrapartes.

Lo único que tenían aparte de su sentido de supervivencia y sus comunidades funcionales, era la ciencia.

Los gobernantes de Drovalon siempre fueron distintos. En esa época eran conocidos como la raza de los reyes, pero actualmente se les llama serafines a aquellos que tengan las características únicas que sólo los gobernantes poseen: la magia de un brujo y las alas de un ángel.

Muy pocas personas han sido serafines, y siempre se ha considerado que son elegidas por el mismísimo destino ya que nadie ha nacido serafín, sino que sus poderes se obtienen por méritos, ganándose el respeto de cuanta persona se encuentran al tener a su disposición todas las habilidades que un humano podía poseer.

La razón por la cual no se hablaba mucho de los príncipes por esos años era porque todavía estaban los regentes de la época; una pareja disfuncional que, pese a hacer lo que era específicamente requerido para mantener la nación (esto siendo su tarea de alternar los ciclos del sol y la luna), realmente no se preocupaban por el bienestar de nadie, aprovechando su estado como regentes para reclamar riquezas ajenas y gastarlo todo en ellos mismos. Eran incluso conocidos como reyes a petición propia.

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