Prólogo.

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Estaba en problemas, cuando había prometido no volver a meterme en líos y comenzar de cero para limpiar mi imagen que destruí en mis cortos años, también en encontrar la libertad que me negaron desde mi niñez. Esa promesa que se esfumó en cuanto bajé del bus. Admito que merezco esto por mis actos que jugaron en contra, sin respuestas constructivas en mi defensa, sin más escusas sobre mi cometido y absteniéndome a las reglas del pueblo donde llegué hace menos de un día; como consecuencia terminé dentro del departamento de policía de King.

Caminaba desganada y con la cabeza gacha por un angosto pasillo oscuro y sin vida, apenas iluminado por una lámpara colgada en el techo agrietado que titila como si estuviera en una película de terror; causó un poco de miedo aunque ya no era la primera vez que pisaba un lugar así. Lo único que se escuchaba son mis refunfuños y las pisadas firmes de él sobre el suelo de cemento por el largo estrecho interminable. Sin reproches me detuve detrás de él, dándome la oportunidad de observar mi entorno, me di cuenta que era la única presa en la noche. Miré en frente dónde había unas rejas de barrotes gruesos y en el interior, una cama improvisada con un colchón fino y notoriamente incómodo.

—Esto es injusto.

Volví a repetir por enésima vez desde que me subí en su vehículo, suspiré y me apoye sobre la fría pared causando escalofríos en mi espalda y brazos. Observaba como él sacó las llaves del bolsillo y metió una de ellas en la cerradura en un abrupto movimiento, noté que estaba realmente enojado. Con solo pensar que pasaría la noche en una celda me agarró frustración, esto no lo vi venir, a decir verdad creí que él iba a pasar por alto el incidente y en ese momento estaríamos en casa comiendo pizza mientras veíamos un partido de futbol.

—Entra —masculló entre dientes notoriamente enojado, sostenia la puerta con su mano izquierda mientras que, con la otra, erguía el brazo en dirección a la celda, sin mirarme a los ojos.

Ya había intentado todas las formas para convérselo de no encerrarme sabiendo lo estricto que es en cuanto sus obligaciones. Antes de haber decidido volver a mi pueblo natal, él ya me habia advertido sobre esto «Si te mandas alguna cagada no te salvaré» y así cumplió.

—Soy tu ahijada ¿No puedes tener compasión por mí? —formé un puchero en mis labios como último recurso, mis convincentes pucheros y carita de perro mojado funcionaban en todos los casos cuando estaba en problemas y solucionaba mis líos ante mi padre.

Aunque este truco es tan viejo e innecesario ante mi padrino, él ya conocía desde mi niñez cuando lo utilizaba a mi favor.

—Te advertí que te comportaras, no llegaste hace más de tres horas y causas un incendio intensional —me dio un pequeño empujón para adentrarme a la dichosa celda, absteniéndome a esto retrocedí hacia la pared.

—Hay un justificativo —encogí los hombros ante lo dicho y finalmente ingresé al pequeño perímetro de no más de cinco metros cuadrados, con su mirada fulminante sobre mí.

—Haya o no, no es motivo para hacer eso —gritó y juré que lo habrán escuchado hasta en Washington. Con su misma actitud de macho alfa, antes de cerrar la puerta se acerca a mi deshaciéndose de las esposas en mis muñecas y en un silencio sepulcral me encierra en la pequeña celda.

Solo reí ante la irritada cara del policía— No fue intencional, se me cayó el cigarrillo prendido en el césped y ¡Pum! se incendió —acoté el hecho que me causó pagar las consecuencias y terminar tras las rejas.

—No es la primera vez que haces esto —se llevó las manos sobre su despeinado cabello sin saber cómo actuar ante mi -y como todos me califican- una desinteresada y rebelde sobrina, con quien tendrá que convivir durante los próximos meses, como se lo prometió a mi papá, me 'protegerá' hasta que todo el escándalo que causé en mi anterior ciudad se haya calmado.

Miró el reloj de su muñeca con el ceño fruncido y guardó las llaves en el bolsillo dando comienzo a su regreso por la puerta donde anteriormente ingresamos- terminó mi horario de trabajo, un compañero te mantendrá vigilada.

—Déjame procesar esto; ¿Pasare la noche en este lugar? —incrédula, traspasé mis delgados brazos entre los angostos espacios entre las rejas verticales oxidadas.

—Debes saber que aunque seas mi sobrina y te metas en líos, tendrás que afrontar las consecuencias como todos los demás. Buenas noches Angie.

—¡Shane! —grité sin recibir respuestas y solo quedándome sola en esta gran habitación llena de celdas. Patee la puerta apropósito como una niña caprichosa, sabía que estaba comportándome muy infantil, pero en ese momento sólo quería salir de ahí y hacer de las mías. Sin nada productivo que hacer comencé a caminar en círculos y con la mirada en el suelo de cemento, absteniéndome en acostarme en la cama notablemente sucia. ¿Acaso no limpian?

—Necesito un cigarrillo, necesito fuego.

Ese susurro que hizo eco en todo el lugar y lo único que oí a la redonda. Comencé a sentir la abstinencia de no poseer mi apreciado encendedor y la caja de cigarrillos que anteriormente Shane me los arrebató del bolsillo, sin ellos me pondría peor de lo que ya estaba. Irritada y furiosa, era una bomba de tiempo. Más el silencio sepulcral que me ponía aún más nerviosa. Rendida me senté en un hueco de la esquina, flexione las piernas contra mi pecho y enrolle los brazos en ellas para deshacerme del frío.

—Vaya, hace mucho que no tenemos a una detenida —en medio de mis pensamientos unos pasos sonoros resonaron sobre el cemento y esa voz logró que salga de mi trance, levanté la cabeza desprevenida donde me encontré con un oficial de brazos cruzados y apoyado sobre la pared. Solo nos dividía la puerta de barrotes.

Me tomé unos segundos en examinarlo de pies a cabeza mientras él se sentaba en una silla contra la pared. Sus llamativos ojos azules se llevaron mi atención, como sus labios gruesos y el rostro bien marcado. Lindo, pero era un oficial.

Sentado frente a mí me miraba como en espera de una respuesta de mi parte— pueblo aburrido eh —contesté cortando mi visión sobre él y me concentré en mirarse el suelo, por alguna razón esos ojos me ponían incómoda y evité mirarlo fijo.

—¿Cómo te llamas? —preguntó amable y amigable. ¿No ve mi cara de pocos amigos? No tengo intensiones de hacer amistades y menos con un policía, me limitaré en hablarle y lo más fríamente posible para que se largue.

—En dónde vivía solían llamarme la chica en llamas, mejor no preguntes el por qué. La verdad no debería importarte quién soy —volví a apoyar la cabeza en la pared con los ojos puestos en el techo agrietado acomodé la capucha del buzo sobre mi cabellera y dar por terminada la corta conversación.

—Chica en llamasrepitió con una pisca de burla— por cierto, soy Rick y estaré vigilándote toda la noche aunque no te guste.

Solté una risa sarcástica que hizo eco en toda la habitación y me atreví a mirarlos los ojos zafiro— Hoy y lo que quede de mi estadía en este aburrido pueblo, querido sheriff.

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