Prólogo - Introducción General

196 19 2
                                    

Observó fijamente la ventana, con la lluvia empapando el vidrio. Detectó el aroma a húmedad. Más relajado, desvío la mirada un momento al abrigo colgado cerca de la puerta. Era tarde, son casi las doce de la noche.

Sorprendente, pensó. La lluvia siguió su recorrido por las paredes afuera de casa. Un recuerdo lo atacó de repente.

Era verano, por lo que la lluvia iba y venía, presente en cualquier día, nublado o soleado. No importaba las condiciones, a veces podría iluminar el sol más hermoso, y aún así las nubes llegaban y empezado el gorgoteo constante y las quejas sobre la ropa mojada para los desprevenidos.

Uno de esos días, el estaba en traje. Un traje pulcro, liso y perfectamente arreglado por si mismo. Tenía una cita, una importante, para ese entonces, claro. Al llegar al restaurante, no reconoció a su cita, no estaba y eso no le extrañó. Se sentó en una mesa, empezando a leer el carta o menú. Era toda comida refinada que, aunque imposible que parezca, nunca le agradó.

El podría tener una actitud refinada o muy educada, dando la apariencia de traer una educación culta pero, la realidad es diferente. El ni si quiera tiene tanto dinero, apenas si ha ahorrado para esta cena.

A pesar de su personalidad, el estaba allí. Con luces tenues y conversaciones amenas, coherentes y refinadas rodeándolo. Se sentía incómodo pero, al menos esto era un comienzo. Si tendría que fingir un poco, para él no era un problema tan grande. Una charla amena, conversaciones comunes, aburridas tal vez.

Una vez la manecilla del reloj marcó las 10 de la noche se dio cuenta que ella no llegaría, era tarde y el restaurante, o su cabeza, le reclamaba el porque estaba sentado ahí más de dos horas. Tomó un respiro y miró su celular una vez más, esperando un mensaje. Al iluminarse la pantalla, un mensaje le alboroto la vista. Era un foto de ella con otro chico al lado suyo, acompañado de un:Que bueno que acepté. Él solo trató de calmarse y le escribió:Chat equivocado. Se levantó despacio de la mesa, solo había pedido un postre que con su miserable sueldo apenas le alcanzaba pagar.

Al estar afuera del restaurante, aún guardando sus sentimientos. Apretó los labios e hizo muecas solo para evitar que si quiera sus ojos se cristalizaran. Y cuando una gota resbaló de su mejilla, su llanto se ocultó bajo la lluvia.

Desde ese día no volvería a invitar a alguien a un restaurante que se comería toda su quincena. Es doloroso pensar que no sólo fue esa vez, si no fueron más veces. Con las ganas de quitarse esos recuerdos, se fue a su cuarto, tenía un poco de sueño y debía aprovecharlo.

Al acercarse a su puerta, el timbre le impidió abrir la puerta del cuarto. Sospechando quién pueda ser, fue a ver quien era tal ser nocturno qué lo visitaba a estas horas de la noche. Cuando la abre, un chico extiende una bolsa. Un olor exquisito sale de ahí y eso lo anima a sonreír un poco, se le hace familiar.

— Toma, estaba de camino porque... — El dueño de la casa no lo dejó termino y jalo del brazo al chico, haciendo que entre a la casa.

— Si, si, ya entra. — El chico se va directamente a la cocina mientras el otro solo atina a sonreír un poco y evitar que el chico lo vea sonreír de manera tan tonta.

Es un cuarto pequeño, apenas si se divide en una pequeña sala, su cuarto y una cocina igual de pequeña. No sabe porque a un chico de 16 años le gusta estar en un lugar así, y para empeorar las cosas, con él. A veces le trae comida, a veces solo viene a molestar. Pero, siempre los viernes llega a estas horas.

El olor de la comida lo despierta tanto como la loza siendo colocada sobre la pequeña mesa que la llama:Mesa multiusos. El chico lo llama por su nombre, y escucharlo de su boca lo confunde un poco. Tiende a llamarlo por sobrenombres cortos, ya que no habla mucho. Reconoce que ese muchacho es callado, que es él mismo quien comienza y lleva la conversación. Sin embargo, hoy no tiene tantas ganas de hablar.

Se sienta junto al chico y ve que la comida que trajo es su favorita, lo que explica porque le olía familiar. Aunque, cree que el chico es la unica persona que se atravería a comprar mariscos de noche sabiendo que si no lo come todo no lo puede guardar para más tarde.

El ambiente es silencioso y lo único que se escucha es la lluvia, chocando contra las paredes de afuera, empapando el vidrio. El abrigo sigue colgado cerca de la puerta de entrada y el dueño de la misma está comiendo a su lado, en silencio, con una sonrisa que se le escapa de vez en cuando.

Tal vez es todo lo que necesita, silencio, lluvia y alguien que sí este ahí.

Compendio del VerCheol Donde viven las historias. Descúbrelo ahora