Me llamo Vivian, pequeña Vivian.
Vivian significa pequeña, y siempre me he sentido así, pequeña e insignificante al lado de cualquiera. Pero hay un cualquiera mucho más grande que otros: los hermanos.
Trevor, el grande.
Max, el más grande.
Y lo que...
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Trevor
Hace 3 años que a mi madre se le ocurrió la maravillosa idea de acoger estudiantes de intercambio en nuestra casa.
Fue cuando mi hermano Max cumplió los 18, y yo los 15.
Fue cuando mis padres se separaron y mi madre tuvo la gran necesidad de llenar la casa cada verano con algún estudiante.
El primer año fue horrible, nos tocó una chica que escogió nuestra familia solo para ligar con mi hermano. Que asco.
El segundo fue genial, vino un chico más grande que nosotros así que salía siempre de casa porque decía que éramos muy pesados. Normal, mi madre siempre nos mandaba a jugar con él porque no quería que se sintiera "excluido de la familia".
Y este será el tercero. Será el mejor de todos.
Este año hemos tenido la opción de escoger el estudiante que viene a nuestra casa. Suerte que al final convencimos a nuestra madre de escoger-lo mi hermano y yo. Vendrá un chico de nuestra edad, con el que hemos estado hablando durante meses y tenemos muchas ganas de que venga. Creo que estaremos bien, muy bien.
- ¡Joder, tío!
Max me había despertado. Siempre me hace lo mismo el primer día que viene el estudiante: me despierta a las 6 de la mañana, tirándose de plancha encima de mí, me abre todas las cortinas posibles para que mi habitación esté lo mas iluminada posible... y eso solo para que ordene mi habitación.
-Max, el estudiante no tiene por qué entrar en mi habitación, ¿sabes?
-Lo sé, tampoco creo que entre. Solo lo utilizo como excusa para que ordenes tu habitación al menos una vez al año, y para molestarte.
Cabrón.
Lo peor es que tiene razón. Mi habitación está hecha un desastre muy desastroso.
-Hermanito de mi corazón, solo hazme un favor y ordenaré toda mi habitación. Quedará perfecta, tan perfecta como tú.
-Me das mal rollo.
Ahora si que quedará perfecto el hermanito de mi corazón. Cogí los cinco calzoncillos que tengo en el suelo de mi habitación hace una semana, no muy limpios, y se los arrojé en la cara.
