Poca cosa

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Hace unos día invité a Kim Namjoon, el educador de mis hijos, a que pasara a mi despacho. Teníamos que ajustar cuentas.

—Siéntese, Kim Namjoon —le dije—. Arreglemos nuestras cuentas. A usted seguramente le hará falta dinero, pero es usted tan ceremonioso que no lo pedirá por sí mismo... Veamos... Nos habíamos puesto de acuerdo en treinta rublos por mes...

—En cuarenta...

—No. En treinta... Lo tengo apuntado. Siempre le he pagado a los educadores treinta rublos... Veamos... Ha estado usted con nosotros dos meses...

—Dos meses y cinco días...

—Dos meses redondos. Lo tengo apuntado. Le corresponden por lo tanto sesenta rublos... Pero hay que descontarle nueve domingos... pues los domingos usted no le ha dado clase a Taehyung, sólo ha paseado... más tres días de fiesta...

A Namjoon se le encendió el rostro y se puso a tironear [el borde de su saco], pero... ¡ni palabra!

—Tres días de fiesta... Por consiguiente descontamos doce rublos... Durante cuatro días Taehyung estuvo enfermo y no tuvo clases... usted se las dio sólo a Jimin... Hubo tres días que usted anduvo con dolor de muela y [se] le permitió descansar después de la comida... Doce y siete suman diecinueve. Al descontarlos queda un saldo de... hum... de cuarenta y un rublos... ¿no es cierto?

El ojo izquierdo de Namjoon enrojeció y lo vi empañado de humedad. Su mentón se estremeció. Rompió a toser nerviosamente, se sonó la nariz, pero... ¡ni palabra!

—En víspera de Año Nuevo usted rompió una taza de té con platito. Descontamos dos rublos... Claro que la taza vale más... es una reliquia de la familia... pero ¡que Dios lo perdone! ¡Hemos perdido tanto ya! Además, debido a su falta de atención, Taehyung se subió a un árbol y se desgarró la chaquetita... Le descontamos diez... También por su descuido, la camarera le robó a Jimin los botines... Usted es quien debe vigilarlo todo. Usted recibe sueldo... Así que le descontamos cinco más... El diez de enero usted tomó prestados diez rublos.

—No los tomé —musitó Namjoon

—¡Pero si lo tengo apuntado!

—Bueno, sea así, está bien.

—A cuarenta y uno le restamos veintisiete, nos queda un saldo de catorce... 

Sus dos ojos se le llenaron de lágrimas. Sobre la naricita, bonita, aparecieron gotas de sudor. ¡Pobre muchacho!

—Sólo una vez tomé —dijo con voz trémula—... le pedí prestados tres rublos... Nunca más lo hice...

—¿Qué me dice? ¡Y yo que no los tenía apuntados! A catorce le restamos tres y nos queda un saldo de once... ¡He aquí su dinero, muchacho! Tres... tres... uno y uno... ¡sírvase!

Y le tendí once rublos... Él los cogió con dedos temblorosos y se los metió en el bolsillo.

—Gracias —murmuró.

Yo pegué un salto y me eché a caminar por el cuarto. No podía contener mi indignación.

—¿Por qué me da las gracias? —le pregunté.

—Por el dinero.

—¡Pero si lo he desplumado! ¡Demonios! ¡Le he asaltado! ¡Le he robado! ¿Por qué "gracias"?

—En otros sitios ni siquiera me daban...

—¿No le daban? ¡Pues no es extraño! Yo he bromeado con usted... le he dado una cruel lección... ¡Le daré sus ochenta rublos enteritos! ¡Ahí están preparados en un sobre para usted! ¿Pero es que se puede ser tan tímido? ¿Por qué no protesta usted? ¿Por qué calla? ¿Es que se puede vivir en este mundo sin mostrar los dientes? ¿Es que se puede ser tan poca cosa?

Él sonrió débilmente y en su rostro leí: "¡Se puede!"

Le pedí disculpas por la cruel lección y le entregué, para su gran asombro, los ochenta rublos. Tímidamente balbuceó otro gracias y salió... La seguí con la mirada y pensé: ¡Qué fácil es en este mundo ser fuerte!

[Título original: Poca cosa] 

El Namgi y Antón ChéjovDonde viven las historias. Descúbrelo ahora