RECUERDOS EN SOLITARIO.

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Solo en su habitación aquel joven se quedó mirando el techo mientras yacía sobre la cama.
La noticia de que el cadáver de su abuelo había aparecido no lo perturbó, pensaba en la manera en la que había muerto, en las múltiples formas en las que pudo haber pasado sus últimos momentos pero nada de eso lo hacía sentir triste, no, no era tristeza, era más bien decepción, se sentía defraudado y molesto, y por primera vez en la noche su rostro mostraba algo, rabia.
Se paró de un salto y con la varita fuertemente apretada en su mano derecha hizo que todos los objetos de su habitación cayeran al suelo.
Se escuchó un siseo proveniente de una enorme pecera que estaba sobre un escritorio en una esquina de la habitación, el único objeto que no abandonó su lugar tras esa repentina rabieta.
Una serpiente de gran tamaño de colores blanco y amarillo se movió molesta por el ruido, con sus ojos rojos miró al chico como reprochandole que la hubiese despertado.
El muchacho dijo algo en un extraño silbido como arrastrando las palabras y la serpiente pareció calmarse un poco.
Tras recobrar la compostura se sentó en la orilla de la cama, a sus pies había un portarretratos que al caer se había roto, dentro de este había una fotografía de un pequeño niño con el cabello tan negro como sus ojos,  y de cuclillas al lado de él un hombre de aspecto alegre, con el cabello castaño algo canoso y unos brillantes ojos azules.
Su abuelo lo miraba desde esa fotografía mientras abrazaba y le alborotaba el cabello al pequeño que tenía a su lado que no era otro que él mismo.
Sacó la fotografía del destruido portarretratos y le dio la vuelta, en la parte trasera escrito con tinta verde y una fina letra cursiva había un mensaje. "Para mi querido Arthur" decía el encabezado, "sé que debes estar atravesando por un momento de confusión muy grande, a tu edad no puedes entender lo que sucede más sin embargo sabes que algo está mal, sé también que yo nunca voy a poder remplazar a tus padres pero en la medida de mis posibilidades vere que nunca nada te falte, eres un Nogueira y nuestra familia es fuerte como el árbol del que viene nuestro apellido, estoy seguro que sabrás sobreponerte a la pérdida y saldrás adelante porque siempre voy a estar para ti".
El joven leyó varias veces las últimas seis palabras, "siempre voy a estar para ti", que farsa, pensó, que mentira tan grande, él, su abuelo, nunca más volvería a estar para él, se había ido, estaba muerto igual que sus padres, sus padres, y entonces lo recordó.
No era la primera vez que sufría una pérdida, no era la primera vez que se veía solo sin nadie a su lado para consolarlo. Hacía mucho tiempo que no pensaba en sus padres, habían pasado ya quince años desde la muerte de ambos, él sólo tenía cinco cuando en una mañana, que se parecía a cualquier otra, unos sujetos  irrumpieron en su casa, habían tomado por sorpresa a sus padres quienes al ser magos realmente hábiles lograron reaccionar a tiempo, tuvieron un duelo feroz mientras él se ocultaba debajo de la mesa, oía a sus padres gritar toda clase de hechizos y maldiciones y en varias ocasiones al entreabir los ojos pudo ver destellos de color verde y rojo volar en todas direcciones, tres magos más llegaron y se unieron a la batalla dejando a sus padres en una gran desventaja de siete contra dos, aún así su padre logró matar a dos de ellos y su madre a uno más, pero en la confusión de hechizos que lanzaban a diestra y siniestra uno de ellos logró acertar justo en el pecho de su madre y esta se desplomó en el suelo, su padre sin dejar de pelear intento repeler los ataques enemigos pero dos maldiciones le dieron de lleno, una en la cabeza y otra en el estómago, fue entonces que se dejó caer y quedó tendido al lado de su esposa.
Recordó las risas de esos magos y los insultos que les lanzaban a los cuerpos sin vida de sus padres, entonces cuando creyó que se irían uno de ellos se asomó debajo de la mesa y lo vio, trató de huir pero fue inútil, tropezó con algo y al abrir los ojos después de caer se dio cuenta de que estaba justo frente a los cadáveres de sus padres.
Uno de los magos hizo un movimiento con su varita y  el pequeño niño quedó flotando en el aire cabeza abajo, como si una mano invisible lo sujetara por el tobillo.
Los cuatro magos restantes discutían que harían con él y cuando finalmente se decidieron a matarlo también una luz extremadamente brillante llenó la cocina y una fuerte sacudida hizo a todos caer al suelo.
Fue entonces que su abuelo apareció, en aquel entonces él era un auror muy reconocido y llegó acompañado de otros aurores, quienes inmediatamente arrestaron a los magos que habían asesinado a sus padres.
A partir de ese día Arthur había pasado a vivir con su abuelo, Franco, quién hasta ese momento se había desempeñado como jefe de la oficina de aurores del ministerio de magia. La vida cambió mucho para ambos, su abuelo tuvo que dejar su trabajo en el ministerio para poder cuidar de él, así que tuvo que recurrir al antiguo trabajo de la familia, una tienda de varitas en la que él era el fabricante, dicha tienda había sido heredada de generación en generación pero cuando su abuelo era joven había decidido no dedicarse al negocio familiar, a pesar de tener muchísimos conocimientos en varitologia y ser un hábil fabricante de varitas.
Aún así y dada su reputación y sus grandes logros se mantuvo como asesor en algunos casos difíciles para el departamento de seguridad mágica.
En general los años que pasó al lado de su abuelo fueron buenos, aprendió mucho de él y se entendían muy bien. Recordó varios momentos divertidos que pasaron juntos, excursiones para ver criaturas mágicas, las horas que pasaba ayudándole en el taller a crear varitas, sus lecciones de duelo y lo que más atesoraba, las tardes en las que simplemente estaban sentados uno al lado del otro frente a la chimenea devorando un libro tras otro.
Y fue entonces que lo entendió, su abuelo se había ido para siempre, esos momentos juntos nunca volverían, ahora sí estaba solo. Y con un fuerte dolor en el pecho cerró los ojos y unas lágrimas escurrieron por sus mejillas, así se quedó, en total silencio, llorando la pérdida de su querido abuelo.
Tras unos minutos que parecían eternos se limpió las lágrimas con el puño de la camisa y miró nuevamente la fotografía, ahí también estaba llorando, pero la diferencia era que ya no se trataba de un niño indefenso, tenía veinte años, se había graduado de la escuela de magia pero sobre todo era un Nogueira, venía de una noble familia de magos de sangre pura, nieto del gran Franco Nogueira.
Él vengaria la muerte de su abuelo, se lo debía y no iba a descansar hasta dar con el o los responsables y hacerlos pagar.
Con ese pensamiento en mente se fue directo hacia su escritorio, sacó de uno de los cajones tinta, una pluma y pergamino, y se dio a la tarea de redactar varias cartas.
Esa noche no pudo dormir, pasó cada minuto planeando lo que haría, sólo hasta que salió el sol y se coló por una de las ventanas de su habitación dejó la pluma y se dispuso a darse una ducha, cuando de pronto se oyeron unos golpes en la puerta, tomó su varita y fue escaleras abajo, al abrir la puerta se encontró con dos chicos parados frente a él.
- Mira nada más, que pinta tienes, parece que el muerto eres tú, vinimos tan pronto como pudimos, ahora, cuéntanos tu plan-
Arthur los miró con seriedad y tras indicarles que pasaran la puerta se cerró por sí sola.

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