Capítulo 4: "Pequeños roces de intensidad".

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Todo era subjetivo desde que Raquel la había besado frente a todos, en la tarde. El tiempo pasaba más de prisa y sentía que la necesidad de conocer aquella desconocida se le escapaba de las manos. Nunca, ni con Juliana, sintió la urgencia de acercarse a alguien y compartir parte de su existencia con esa persona. Raquel significa experimentar una aventura entre lo divino y lo peligroso, e Isabel, con sus años de experiencias, no esta para dejar pasar los buenos momentos que le pudiera presentar la vida. La pelinegra había llegado para remendar su herida y ella iba a dejar que refrescara y ahuyentara su soledad, por lo menos, en esos pocos días.

La rubia se encontraba rodeada de mujeres. Reían, compartían, bailaban, bebían, todo lo que se podía agregar a la palabra socializar tranquilamente. Es la primera noche en ese lugar y ella lo está disfrutando al máximo, tal como se le había pedido Monica. Se desprende de su pasado, permitiéndose respirar libremente, abrazando todo lo que ha dejado de vivir en más de un año y llenándose de la paz que le rodea, al sentirse viva. Ya le agradecerá a su amiga en su momento, en conclusión, no ha sido mala idea, desconectar unos días de su realidad.

Sonríe a una de las mujeres que comparte mesa con ella y se pone de pie, aprovechando que Raquel se ha mostrado ausente desde la hora de la cena, pareciera que siempre está ocupada y ello se le antoja curioso a la rubia, ¿en que trabajará? Se aleja del grupo y observa el espacioso manto oscuro del cielo adornados por millones de estrellas, visto desde ese lugar es maravilloso y sumamente relajante. Unas manos rodean su cintura y grita asustada, dando un respingo.

—Sh, no grites —Raquel susurra en su oído y la acerca lo más que puede a su cuerpo.

—Eres idiota —la rubia intenta separarse, pero no se lo permiten.

—Cállate y disfruta del silencio de la noche, no lo eches a perder con tus quejas sin fundamentos.

—Me estás acosando, obvio que tienen fundamentos —Isabel se remueve entre sus brazos y provoca que sus cuerpos se rocen.

—Sh, silencio y estate quieta, rubia. Observa lo preciosa que está la noche.

—No me mandes a callar, no tienes ...

Raquel no permite que termine la frase, la voltea y captura sus labios entre los suyos, los muerde con rabia. La rubia se va quejar una vez más, pero la lengua de la pelinegra entra en su boca, ávida y aventurera, haciendo que su cuerpo se estremezca bajo tanto calor y dominio. Siente que sus piernas tiemblan, ante la intensidad del beso y su piel empieza a sufrir grandes espasmos de calores. Raquel apenas le da oportunidad y la acorrala contra un árbol que las protege de las miradas de los demás, besándola desenfrenadamente, buscando respuesta en esa boca, que no demora en llegar. Isabel cierra los ojos y entre el silencio pacífico de la noche y los débiles sonidos de sus labios al chocar, deja que su cuerpo vague por las corrientes de placeres que empiezan a florecer en él.

La rubia gime al sentir las manos escurridizas de la pelicorta directamente en su piel, explorando su cintura con timidez y queriendo seguir conquistando terreno en el campo que tiene a su disposición. Raquel tira de su playera hacia arriba e Isabel la detiene.

—Aquí no —pide con voz entrecortada.

—Aquí si —demanda la pelinegra con seguridad—, en este lugar, bajo la luz de la luna, me vas a dar tu primer orgasmo y no quiero que te quejes más.

—He dicho que aquí no —Isabel la empuja, pero es en vano, el cuerpo de aquella mujer la tiene totalmente sometida.

—Cállate de una jodida vez, me estás volviendo loca.

La pelinegra la pone de frente al árbol, restriega su pelvi en las nalgas de la rubia y gruñe con necesidad. No lo piensa mucho y lleva una de sus manos a la entrepierna de la rubia, acaricia su parte íntima por encima de la ropa y en respuesta a sus caricias, recibe un gemido que la insta a seguir acariciando. Su mano libre se aventura dentro del pullover y va con hambre hasta sus senos, los toca, pellizca y masajea con ambición. La atrae hacia ella y pasa la lengua por el cuello para luego perderse en su oreja y jadear sobre ellas, iniciando incendios entre los pliegues del sexo que masajea con ímpetu.

—Aquí no, por favor —suplica la rubia, pero ya es demasiado tarde, su cuerpo solo responde a las caricias de Raquel y busca más contacto con esta.

Raquel baja la pantaloneta que lleva puesta la mujer que se mueve entre sus manos hasta las rodillas y sonríe. El encaje blanco que protege el trasero de la rubia le da la bienvenida, lleva una mano hasta este y lo acaricia con fuerza.

—Me haces perder la cordura, Isabel. Quiero pasar mi lengua por ese delicioso culo que tienes, tanto que ya puedo sentir tus fluidos rodando por mi garganta —muerde el lóbulo de su oreja y la voltea, para atrapar su boca con un apetito desmedido e Isabel no se puede contener.

Ambas gimen al unir sus cuerpos y se mueven con furia. No hay pasión, solo una sed escalofriante de ser saciada en la piel de la otra, que las enloquece. Sus manos empiezan a recorrer rincones oscuros y precisos para aumentar el placer. La rubia abre las piernas y le da libre acceso a la mano que la pelinegra lleva al centro de estas. Muerde sus labios para acallar el gemido gutural que no dudaba podría escapársele. El tacto es perfecto, caliente y lujurioso, demasiado para mantenerse de pie. Sus muslos tiemblan y se sostiene de los hombros de la pelicorta que se acerca más a ella y la recuesta completamente contra el árbol.

—Me voy a beber todo tu odioso pasado.

Raquel baja las bragas y las lleva hasta donde ha caído la pantaloneta. Isabel lleva una mano a su boca y tiembla al sentir lo delicioso que se sumergen dos dedos en su interior, no recuerda haberse mojado tanto teniendo sexo alguna vez y eso la hace, casi, suplicar por más. La pelinegra no deja de mirarla fijamente, está en el interior de la mujer que lleva deseando por años y la emoción es tanta que teme sea un sueño. Pero, las uñas de la rubia en su espalda a través de la tela muestran que lo que está sucediendo es muy real. Sus dedos emergen de la humedad entre esos hinchados pliegues y en sus glándulas gustativas germina otra necesidad, necesita probarla, catar su olor y sabor.

No lo piensa mucho y tira de su pullover hacia arriba, pero la rubia la detiene, no le importa, otro día degustará sus tetas. Se arrodilla y entre la luminosidad escasa y sensual de la luna observa unos labios ligeramente oscuros, un clítoris que ha sobresalido entre ellos en busca de liberar y aportar placer. Goza de la carne jugosa ofrecida y sus ojos vagan por las escasas partes de la anatomía que puede ver, hasta que sus pupilas tropiezan con dos orbes azules que le quiebran el poco equilibrio mental que le quedaba.

La rubia lleva una mano hasta su cabello y empuja su rostro hacia adelante, verla arrodillada le recordó que ella puede llegar a ser un poco perversa y quiere correrse en esa muy bien delineada boca. Raquel explora superficialmente con la lengua y gime al sentir el sabor fuerte y embriagante de la mujer. Abre la boca y abarca toda su vulva, chupa con fuerza, bebiendo de ella. Traza sus contornos delicadamente y lame toda la carne. La embestida de su boca sube en intensidad y los temblores de Isabel no demoraron en llegar, así como los movimientos de su cadera. Levanta la mirada y los gestos excitados de la fémina no los olvidaría nunca, ve que muerde una mano y se la imagina gritando, Dios, esta mujer es la gloria.

Los espasmos de sus músculos van disminuyendo poco a poco y Raquel se pone de pie, luego de haber limpiado y bebido hasta la última gota de los fluidos que se esparcieron por toda su boca. En el trayecto despacio de sus movimientos sube las bragas y la pantaloneta, cubre la piel que desvistió y toma a la mujer entre sus brazos. Ahora ella ocupa su lugar contra el árbol y la lleva a su pecho, la siente estremecerse. Baja poco a poco hasta quedar sentada con la rubia entre sus brazos. No habla ni hace algún movimiento al escucharla llorar, solo opta por apretarla más contra ella y darle el espacio acompañado que necesita.

—¿Tan débil has quedado? —bromea Raquel al escuchar que ha dejado de llorar.

—No seas imbécil —la rubia levanta el rostro y la mira.

—¿Qué ves?

—Solo han pasado 24 horas y ya has logrado lo que querías, ¿estás feliz?

—No, pensé que serías más difícil —Isabel hace amago de separarse.

—Idiota, si me has violado —la risa de la pelinegra se debe haber escuchado en todo el hotel.

—Gracias por evitarme hacer eso.

Isabel hace silencio y se pone de pie sin ninguna resistencia por parte de la pelicorta. Raquel sabe que debe estar sola y se marcha, solo espera que sea el inicio y no el fin.

Intensidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora