Epílogo.

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—Hola —saluda Raquel entrando al despacho de su prometida.

  Más de tres años habían pasado desde que se llevó a Isabel a vivir a España y nunca se había sentido tan bien en tomar esa decisión tan precipitada.

  —Hola —saluda la rubia con una sonrisa de auténtica felicidad en los labios—. ¿Cuándo aprenderás a tocar?

  —¿Tan mal lo hago? Más de tres años haciéndote el amor, creando formas y posiciones y hasta ahora me lo hechas en cara.

  —Lo tuyo con el sexo es inmenso —Isabel sonríe ampliamente—, la puerta, cariño, la puerta. ¿A qué se debe tu visita, amor? ¿Raquel? Mis ojos están arriba, no en el pecho.

  —Esa camisa te queda muy bien, esas tetas podrían provocar infartos —dice la no tan pelicorta, pasando la lengua por sus labios.

  —Aquí no, amor. Hace unos días por poco nos sorprenden, sería una vergüenza que sucediera algo así.

  —Eres la jefa y no serías la primera en repetirlo dentro del escritorio de alguna oficina. Te deseo tanto que me enferma tener que esperar hasta la noche, rubia.

  —En casa te la puedo gritar, aquí me tengo que cohibir mucho y sabes que me encanta disfrutarla.

  —Un poco de sofocos y jadeos bajos también me excitan, todo de ti me excita —Raquel se acerca a ella.

  Isabel se aleja del escritorio y se pone de pie, camina hasta ella decidida, pasa por su lado y tira de ella de un brazo.

  —Vamos.

  —Pero ...

  —Nada de peros, vamos —la rubia sale y ambos de sus compañeros las miran, sonríen y saludan. Conocen de la relación de la abogada y saben de sus conflictos no actos a menores, ya que en una ocasión Isabel no pudo contenerse y terminó gritando un delicioso orgasmo que estalló en la boca de la morena, hecho que duró en comentarios por meses, hasta que un día pasó a ser solo una broma más.

  —Isabel, realmente no venía por sexo.

  —¿Por qué venías entonces, amor? —la rubia detiene la mano antes de llamar al ascensor y la mira.

  —Esta noche quiero que me acompañes a un evento, uno muy importante y requiere de toda tu presencia.

  —¿Es obligatorio?

  —Que tú estés, sí, que asistas, no, eso es tu decisión, cariño.

  —Está bien, mi amor. Ese brillo en tu mirada lo consigue todo. Ahora vamos —la rubia presiona el botón, para suerte de ambas, el ascensor estaba en su piso.

  —Tienes que trabajar, rubia.

  —Me han entrado ganas de arrancarte la ropa y arañarte todo el cuerpo mientras me penetras —susurra en su oído y la empuja dentro del elevador.

  —Así me gusta, caliente.

 

  Tres meses después:

  Isabel intenta cerrar sus piernas, pero las manos de Raquel se lo impiden. Grita y tiembla deshaciéndose en esa boca que la hace enloquecer, ¿Cuántos orgasmos lleva? No lo sabe, pero siente que no puede aguantar uno más.

  —Raquel, dame un respiro, por favor.

  —Ahora eres mi esposa, no pidas parar. Esta luna de miel debe ser bautizada con bastante sexo.

  —Eres insaciable, por favor, que delicia de mujer.

  —Siempre quiero más de ti, rubia.

  Isabel sonríe y el anillo en su dedo anular en su mano izquierda la lleva a ese mirador, con toda la cuidad de Madrid a sus pies, una Raquel más que nerviosa y ella disfrutando de su estado. Recuerda la cara que puso la morena al darle el SÍ, sin siquiera pronunciar una palabra. Tira de ella hacía arriba y la besa, probando su propio sabor.

  —Tengo que contarte algo.

  —¿Estás embarazada? —Isabel la mira, el tema hijos, no ha llegado, pero sabe que no demorará en aparecer.

  —No mujer, aun no me embarazas. Es otra cosa.

  —A este ritmo, es posible que termines con sextillizos.

  —¿No tienes idea de cómo supe que me pedirías matrimonio?

  —Recordándolo ahora, no.

  —La noche, luego de la cena con Mónica, cuando casi me violas en el coche, ¿recuerdas?

  —Si.

  —Esa noche, luego de ser violada en la cama, te quedaste dormida, fui a acomodar tu ropa y como sabes, tengo manía con revisar los bolsillos antes de ponerla en la ropa sucia y, cariño, fuiste una descuidada, opté por dejarlo en su mismo sitio y volví para entonces hacerte el amor yo.

  —Recuerdo que me despertaste y me comiste y tuviste, como te dio la gana.

  —Te amo. Me alegro tanto que ni la palabra violación te cauce dolor.

  —Yo también te amo, mi rubia. Mencionar su nombre ya no causa nada, cariño. Gracias a ti por ayudarme, lo del especialista no estuvo mal, pero si no hubiese sido por ti, seguiría igual o peor.

  —Creo que ya no merece la pena hablar de ello y me urge quedar embarazada, ¿podrías embarazarme? Por favor.

  —Hace unos minutos rogabas para que te dejará respirar y ahora pareces leona en celos.

  —Hazme el amor, morena, habla poco y actúa más.

  —Te arrepentirás.

  Ambas ríen. Raquel se coloca encima de ella y abre sus piernas, uniendo sus sexos en un vaivén deliciosamente húmedo que las hace gemir a ambas.

  —¿Te gusta así, rubia?

  —Solo tú sabes cómo hacerme explotar, morena.

                                                                                                                 FIN.

SORPRESITAAA...

Gracias nuevamente por todo el apoyo dado. Nos seguimos leyendo.

Intensidad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora