Capítulo 7

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Les dejo el cap de hoy. Y como siempre, comenten, pongan una estrellita si les gusta y regresen por más. Y si no pueden esperar, el adelanto del siguiente capítulo en mi blog.

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Y si me siguen en twitter o facebook, tendrán los avisos de las publicaciones, tanto aquí en wattpad como en mi blog.

Josephine

Tenía que reconocer que miré aquel trasero más de una vez, pero ¿qué mecánico tiene un culo como ese? Ya, los de los posters para chicas, pero este no era un modelo de esos que se pasa el día metido en un gimnasio esculpiendo sus músculos para que quedasen bonitos. Lo de este chico era... ¡Agh!, recuerda lo que te dijo Diego, aléjate de los chicos guapos en el taller, solo son problemas. Y si eso no fuese suficiente, mi teléfono vibró con la llegada de un mensaje. Cio, hablando del Rey de Roma.

—¿Podrías echarle un vistazo a mi coche esta noche? —Él y su increíble máquina, no eran ninguno de los dos para tanto. A ver, sí, ese trasto estaba acondicionado con todo lo que pudiese darle más potencia, pero al igual que los músculos de gimnasio, podían levantar mucho peso, pero eso no quería decir que fuesen fuertes. ¡Agh!, ya me entienden, no es lo mismo levantar una barra con 150 kilos en los extremos durante unas cuantas arrancadas, que cargar con sacos de 50 kilos de harina de un almacén a un camión durante una hora. Los segundos tal vez no podrían hacer lo de los primeros, pero los primeros no aguantarían el ritmo de los segundos, y sé de lo que hablo.

—No creo que pueda, mi padre sigue convaleciente. —El muy gilipollas no volvió a preguntar por él desde el día del accidente, creo que lo hizo por no quedar mal. Y desde que lo despidieron, esta era la segunda vez que contactaba conmigo, y en esta ocasión ni siquiera trató de disimular diciendo que me echaba de menos y quería verme. Su coche, ¡Agh!, hombres y sus juguetes.

Al final Diego tenía razón, Cio era un niñato egoísta que solo miraba su ombligo. Lo único que le preocupaban eran las carreras y su coche, el resto solo éramos accesorios. Pero cuando una está enamorada no se da cuenta de ello.

—Por favor, nena. Necesito que hagas tu magia. Mañana hay carrera. —¿Nena? ¡Nena!, eso ya no le iba a funcionar.

—Puedes ir al taller del chino, seguro que ellos pueden ayudarte. —El chino tenía siempre lo último en tecnología para ganar carreras. ¿Ilegal?, sí, pero si tenías dinero todo se podía comprar.

—Tú eres la mejor. —Ya, y siempre le salía la mano de obra gratis. Pero eso se acabó.

—Tengo un precio. —Si quería mis servicios, tendría que pagar por ellos, como el resto de clientes del taller. La única diferencia sería que haría ese trabajo en otro lugar, fuera del horario normal, y que sería ilegal. Bien visto, podía sacarme un bien pico.

—¿Vas a cobrarme? —¿No lo decía?, mano de obra gratis.

—Como al resto. Mi familia tiene que comer. —El seguro del trabajo de papá le pagaba una pequeña nómina mientras se recuperaba, no era lo mismo que estando en activo, pero era mucho mejor que lo que tenían otros, incluso los policías. Pero eso no se lo iba a decir a Cio.

—Está bien, tú lo mereces. —Antes ese alago me habría sonado a música en los oídos, pero es que no estaba diciendo nada que no fuese verdad. Yo merecía todo el dinero que pagaban por mi trabajo, ser mujer no hacía que valiese menos. —¿Nos vemos esta noche cuando cierre el taller?

—De acuerdo, le echaré un vistazo. —No necesitaba más de 15 minutos en averiguar qué era lo que necesitaba.

—Te esperaré en el aparcamiento de la parte trasera.

—Ok. —Levanté la cabeza del teléfono para topar con la mirada del nuevo sobre mí. —¿Qué? —pregunté.

—No quería interrumpir, parecías ocupada. —Señaló con la mirada el teléfono en mi mano. Con rapidez lo metí de nuevo en el bolsillo.

—¿Terminaste con el aceite? —Mi voz no salió demasiado delicada, sino más bien algo agria.

—Sí, aceite cambiado, en el contenedor de reciclaje, y juntas y tornillos revisados. No hay fugas. —Alcé una ceja incrédula, no porque no hubiese hecho el trabajo, tiempo tuvo de sobra, sino porque apenas se había ensuciado. Esto es un taller, ¡por Dios!, aquí uno se mancha de grasa de motor solo con respirar.

—Vamos a comprobarlo. —El sonrió y asintió, como todo un niño bueno.

Me acerqué al elevador donde todavía seguía el coche, bajé unos centímetros la altura, cogí una lámpara y revisé si había alguna fuga. No lo parecía, pero ya saben, no es suficiente, así que cogí un trozo de papel del rollo y lo pasé en los sitios apropiados. Se manchó, pero no de aceite de motor. El chico lo había hecho bien, o eso parecía. Miré a mi alrededor, tratando de descifrar si alguien le habría ayudado.

—Bien, parece correcto. —No podía decirle que estaba mal, porque no era así.

—¿Y ahora que toca? —No podía decir que el chico no fuese servicial, cualquiera de los otros buscaría una excusa para descansar, ya saben, un pitillo, un tentempié... lo que fuera.

—Bájalo del elevador, y sube el todo terreno verde. Hay que cambiarle la suspensión. —Estaba a punto de girarme hacia el coche en el que estaba trabajando, cuando él me interrumpió.

—No sé hacer eso. —Vaya, un tipo que reconocía que no sabía hacer algo sin presionarle. Sorprendente.

—Solo tienes que dar a los botones de bajada y...

—No, me refiero a cambiar unos amortiguadores. —Ya me parecía a mí que no supiese usar un elevador hidráulico, no era difícil, un botón para subir, y otro para bajar, hasta un niño sabría leer cual era cual en las etiquetas.

—Vale, campeón, vayamos entonces por partes. Primero saca a ese coche del elevador, subes el todo terreno, le quitas los neumáticos, y después me llamas.

—De acuerdo. —Asintió con una sonrisa y se fue a cumplir con mis órdenes. Estaba bien esto de que no las rebatieran y además las acatara con una sonrisa en la cara. Una podía acostumbrarse a esto.

Cogí la llave de carraca y me dispuse a aflojar la última bujía de la vieja Chevi en la que estaba trabajando, un clásico. Estaba terminando de aflojarla, cuando llegó otro mensaje a mi teléfono. ¿Qué mosca le picaría a hora a Cio? Cuando comprobé de quién era el mensaje me quedé congelada, más de por quién era, por lo que había escrito.

—Pásate pronto por casa esta noche, tenemos que hablar. —¡Mierda!, ¿Me habría descubierto? Tragué saliva, nerviosa. Si le ponía una excusa insistiría más, y cuando al final me enfrentase a lo que había hecho, lo único que habría conseguido es cabrearlo innecesariamente. Lo mejor en estos casos, es no retrasar el enfrentarte a tus errores y pedir perdón. Aunque error, lo que se dice error, para mí no lo había sido, solo fue un... experimento para ponerme en su piel, quería vivir en primera persona la adrenalina que le provocaba su trabajo, y había sido alucinante. ¿Merecía la pena pagar por ello? Totalmente.

—Puede que no salga a la hora, pero intentaré hacerlo. —Lo de Cio iba a ser rápido, muy rápido.

Owen

Una bruja avinagrada, eso era esa chica. Como decía mi madre, parecía que se había comido un limón. No aparentaba tener mucha más edad que yo, pero daba la impresión de que ya odiaba al mundo. En otro momento me habría gustado conocer su historia, pero... No, tenía que conocerla, porque quizás la bruja fuese además una rata. Emil pensó que usaban un modulador de voz, porque al principio creímos que era la misma persona. Pero al final, las localizaciones que marcaban los teléfonos nos dieron tres zonas diferentes de movimientos. Las fórmulas matemáticas habían sido claras con el análisis; eran tres individuos diferentes.

Ahora bien, si eran tres que simulaban ser el mismo cambiando su voz, ¿por qué no podía ser uno de ellos una mujer? Llegados a este punto, ya no podía descartar a nadie, daba igual su sexo, edad... Lo único que sabía era que se movía y era muy meticuloso, los tres lo eran.

El tormento de Owen - Chicago Legacy 11Donde viven las historias. Descúbrelo ahora