PRÓLOGO

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El mundo había cambiado, pero no de la forma en que los hombres lo esperaban. Desde el 536 a.C., la tierra no había tenido un cambio tan abrupto hasta ahora, cuando la tierra fue devorada por la oscuridad y la calamidad, no hubo un evento que pudiera compararse al desastre que se avecinaba. Aquello que la humanidad alguna vez consideró su peor año estaba a punto de ser eclipsado, y esta vez, la amenaza no provenía solo del cielo.

Era el 4 de agosto del 2080. En Caslon, capital de Alteria, el reloj marcaba las seis de la tarde cuando el cielo comenzó a transformarse en una mezcla de colores jamás vistos. La niebla espesa, familiar e imponente, cubrió la ciudad con una urgencia que forzó a sus habitantes a huir de las calles. Negocios cerraron de golpe, escuelas quedaron vacías en segundos, y desde las puertas de la universidad Edus Planes hasta la venerable biblioteca, las sombras emergieron. Todos creían que el clima volvería a su curso habitual, pero lo que siguió alimentó un miedo antiguo.

Una ventisca húmeda, cargada de rayos y centellas, surcó los cielos, mientras auroras danzaban entre las nubes, proyectando un resplandor lavanda sobre la tierra. Aquellos destellos no solo pintaban el cielo, sino que parecían traer consigo una advertencia. En ese instante, los dioses, parecían haberse despertado, lanzando una maldición envolviendo a Caslon en un espectáculo celestial que para algunos era una obra de arte... pero para otros, era el inicio del fin.

El caos se apoderó del pueblo cuando las campanas de la iglesia principal, Jerusalén, resonaron con fuerza. La amabilidad y la esperanza que definían a Caslon se esfumaron, dejando atrás gritos de angustia, accidentes en las calles y personas desesperadas por escapar de la niebla lavanda que parecía consumirlo todo.

"El enojo de Dios", susurraban los fieles creyentes, temerosos de que el juicio divino hubiese descendido sobre ellos. Pero pocos sabían que en las sombras se ocultaba un secreto aún más peligroso. Desde tiempos inmemoriales, las reencarnaciones habían sido prohibidas en este mundo, vistas como una maldición que podía traer el fin de la humanidad. Sin embargo, una joven, Lilit, guardaba en silencio un oscuro misterio. Oculta de sus propios padres, ella era una reencarnación antigua, mucho más vieja de lo que su apariencia indicaba. Y ahora, el fenómeno que sacudía Caslon había despertado algo más que el pánico: había reavivado un poder dormido.

Inly Lilit Nitiviv, absorta en la belleza del cielo púrpura, permanecía ajena al peligro inminente. Había soñado toda su vida con ver una aurora boreal, y aunque el mundo a su alrededor parecía desmoronarse, para ella, aquellas luces danzantes eran una visión mágica. Pero en las entrañas de Caslon, otros comenzaban a movilizarse. Un grupo de jóvenes, despertados por la tormenta y la niebla, sintieron el llamado de un deber antiguo. Ellos habían sido destinados a proteger a Lilit, la última esperanza de la humanidad... o quizás su ruina.

Alguien en algún lugar, había leído un libro, uno que nunca debió abrir, y desde entonces, se culpaba por lo que estaba sucediendo. Para él, las estrellas brillantes y el cielo púrpura no eran más que un castigo. Era un descendiente del mayor pecado, o al menos eso creía. 

Lejos de allí, Mikhail Siderum un clérigo que salía de la biblioteca antigua, observaba el caos desde la distancia. Con ojos oscuros y melancólicos, cargaba un secreto que lo atormentaba, sabía que el tiempo se agotaba. Los dioses, los hombres, e incluso las estrellas parecían confabularse. Las reencarnaciones estaban prohibidas, pero el mundo seguía jugando con las almas de los antiguos. Mientras la niebla comenzaba a disiparse y el caos se transformaba en un inquietante silencio, él solo podía pensar en una cosa: matar a Lilit, sin importar el costo.

Y así, mientras el pueblo de Caslon intentaba retomar su vida cotidiana, ignorantes de la verdad que yacía bajo sus pies, los vehículos blindados del gobierno de Alteria irrumpieron en la ciudad. Portaban el símbolo del sol junto a una estrella, una señal de que algo mayor estaba en marcha.

El cielo, antes un simple reflejo de la naturaleza, ahora era un presagio de lo que estaba por venir. Algunos lo veían como el fin del mundo; otros, como el principio de algo más grande. Pero la verdad era aún más inquietante: este cambio, aunque positivo al principio, no sería completamente benigno.

Y este, era solo el comienzo.








Año 536 a.C.: Pequeña Edad de Hielo de la Antigüedad Tardía ​ fueron los episodios de enfriamiento de la atmósfera más graves y prolongados a corto plazo en el hemisferio norte en los últimos 2000 años.

El Reino: CaslonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora