capitulo 2

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Había dedicado el resto de su vida al celibato una vez perdió a su mujer e hijo. No podía negar la amargura dentro de sí al recordar como había ocurrido aquel fatídico día.

Rondando ya sus cincuenta y tantos jamás esperó que ese día volviese encontrarse cara a cara con algún miembro del cuerpo de exterminio.

Precisamente uno de ellos le había salvado, ellos habían impedido que muriera junto a su familia por lo que no podía evitar sentir la cierta culpabilidad de estar con vida y ser cobarde debido a sus creencias para no poder terminar con ella.

El joven de cabellos dorados y mirada penetrante teniendo en brazos a una mujer moribunda no era lo que esperaba encontrarse.

Su vestimenta los había delatado por eso con cierta molestia había negado la ayuda desde un principio sin embargo la tenacidad irritante de aquel joven le hicieron hacer un trato.

Solo marido y mujer podía estar juntos en una habitación en ese templo y debía respetarlo.

Le había parecido una pérdida de tiempo pensarlo, mirando el estado de aquella mujer probablemente moriría pronto pero la sorpresa fue enorme cuando escuchó al hombre acceder a su condición.

Su vida antes de ser un monje se enfocaba en la medicina. Siendo una aldea remota sabía que podía ser de utilidad sobre todo a los hombres en ese templo quienes dedicaban su vida a la iluminación adorando deidades.

Vivía remotamente en paz hasta hace algunos meses cuando las personas cercanas a ellos comenzaron a desaparecer y fue la presencia de esos dos lo que confirmo que se trataba de demonios y no una simple organización criminal.

Por experiencia sabía que incluso en una aldea como esa bajo la noche siempre había lugares a los que era mejor no merodear.

Había tanta basura en este mundo que escuchar la exigencia de aquel joven y su determinación para poder salvar a esa mujer le daba nauseas.

Uno de los jóvenes del templo les había unido en matrimonio por lo que ahora se encargaría de esa mujer; a nadie le gustaba cuidar moribundos así que en unos días aquel sujeto estaría solo de nuevo. Talvez por eso se notaba tan entusiasta, se dijo.

Se había fijado en el aspecto de la mujer. Ciertamente fue desafortunada por sus facciones excéntricas aunque no opacaran del todo la belleza con la que contaba, cuando la vio desnuda comprendió que a pesar de su complexión era una mujer demasiado llamativa.

Agradecía el hecho que estuviese casada y ninguno de los demás monjes la hubiese visto.

Los había dejado a solas en cuanto el joven de cabello rubio se presentó con él. Se había mostrado recto, honorable por lo que esbozo una leve sonrisa que luego eliminó al salir de la habitación.

Había decidido acercarse a la mañana siguiente encontrando al chico dormido sobre la pared cercana. Por su expresión parecía que estaba en su sueño profundo aunque no soltara su katana.

Entrecerró sus ojos al estudiarlo. No se fiaba de su apariencia fácil por lo que se acercó rápidamente al futon donde estaba la joven.

-Ha tenido fiebre – escuchó su voz haciéndolo sonreír con cierta ironía sabiendo que su intuición era cierta. Ese chico le había parecido un tonto sonriente pero estaba siempre alerta.

- Me ayudaras a moverla – respondió sin inmutarse – hay que cambiar los vendajes.

Notó que el joven se ponía de pie estirándose un poco para luego asentir sonriendo haciéndolo fruncir el ceño ¿es que no entendía la gravedad de este asunto? ¿De verdad creía que la mujer sobreviviría a estas heridas?

Desde ahora y hasta el finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora