Era sábado. Día festivo para algunos a excepción de mercaderes que aprovechan las fiestas para vender y ganar dinero. Sin embargo, algunos gremios como la sastrería o los herreros; poco pueden ganar trabajando un sábado cualquiera. Así que mantienen sus talleres cerrados.
Pues bien, decidí salir a dar un paseo al mercado de la ciudad. Sin embargo, mi joven esposa no quiso acompañarme. Había caído en un resfriado y necesitaba reposo. Quise quedarme, pero insistió en que saliera, y tras darle un beso en la frente le dije que no tardaría demasiado.
Paseé entre mucha gente que iba y venía de un puesto a otro sin tener demasiada prisa. Casi ninguna. La gente se tomaba ese día de calma para todo lo que pudiere tomarse sin prisa.
Compré unos pedazos de coco tallado que vendía una anciana para ir comiendo algo mientras iba visitando las tiendas. Me costaron solo dos Tugriks, no era mucho, sin embargo siempre salgo de casa con algo de dinero, pues nunca se sabe con qué tipo de vendedor puede encontrarse uno.
La anciana me sirvió siete trozos humedecidos en media cáscara de coco que usaba como cuenco. Me fijé que todos aquellos "cuencos" portaban cada uno siete trozos y le pregunté por qué razón los tenía así puestos.
Ella me respondió que el número siete otorga buenos augurios en la ciudad. La verdad es que no lo entendí bien. Intuí que no se trataría más que de una superstición típica de gente mayor.
Siguiendo con mi paseo, crucé la plaza que hay delante del castillo del rey, y caminé delante de la estatua que hay en la plaza como monumento a una mujer que vestía con armaduras y que empuñaba una espada. En su escudo estaba grabado el número siete (otra vez el número siete). Dicen que esa estatua rinde homenaje a una mujer de Norutieh que vivió hace muchos siglos y que lideró las defensas de la ciudad en una batalla, pero yo no conozco la historia, así que supongo que algún día debería conocerla.
Casi había terminado mi paseo y me disponía a volver a casa cuando pasé por delante de un puesto que no estaba atrayendo la atención de nadie.
Se trataba de una pequeña tienda de lona apartada del bullicio de la gente. Era triste ver un negocio que, labrado con el sudor de la frente, se encontraba en una esquina del mercado, ignorado por todos.
Había una chica como dependienta bastante joven. Casi diría que era una niña. Se la veía triste por la falta de clientes. Vendía libros.
Me acerqué y sobre una mesa había libros de todos los tamaños y colores, pero no tenían portada alguna.
Yo no me había dado cuenta, pero, al acercarme y mirar aquellos libros, la chiquilla esperó con entusiasmo a que escogiera uno.
La miré.
—Buenos días –– le dije.
—Buenos días –– me respondió ella.
—¿No tienen título? —le pregunté.
—Sí que los tiene, señor. Los tiene por dentro —me respondió.
Era cierto, abrí uno al azar de color rojo que se titulaba "La joven bruja de las esferas". El título era llamativo.
—Que libros tan poco corrientes —me dije.
—Eso es porque son obras anónimas que nunca se publicaron —me dijo ella.
La miré extrañado.
—Son obras que se escribieron en su día, algunos tienen mucha antigüedad. Se hicieron pocas copias a mano y las ediciones desgastadas se volvieron a escribir respetando el anonimato del autor. No existen ediciones, ni autores. Son libros misteriosos. Algunos de ellos tienen miles de años y originalmente se escribieron sobre papiros enrollados. Yo misma he reescrito algunos.
Era cierto, al fondo de su pequeña tienda había una pluma dentro de su bote de tinta y un libro abierto a medio escribir.
—¿Y de qué tratan? —volví a preguntar.
—La mayoría son cuentos de hadas sobre brujas. Pero no sobre las brujas de hoy día, de las que todas quieren alistarse a la Legión 7 para ser guerreras, sino de las brujas de antaño, aquella casta de mujeres místicas que usaban la magia para fines benéficos. Los cuentos que aquí ve los he ido recolectando viajando por todo el mundo, buscando esas obras misteriosas, pues en sus páginas encierran un mundo maravilloso —la chiquilla hizo una pausa—. Ya nadie parece querer leer cuentos de hadas. Todos se decantan por la lucha y la acción. Todos buscan una historia de dimensiones épicas. También tengo de esas aunque no son como las que la gente quiere.
Escuchaba a la chiquilla, que me hablaba un poco nerviosa y preocupada, pues fui su único cliente en todo el día. Mientras, agarré un libro de color azul.
—Ese lo conseguí en Tarare. Es un cuento popular que se contaba a las brujas más jóvenes cuando se iban a dormir. Lo copié hace unos meses —volvió a callarse hasta que finalmente decidió dar un gran paso; la chiquilla era muy tímida—. Puedo hacerle una oferta.
En sus palabras noté la desesperación por vender alguno de sus libros. ¿Sería que necesitaba el dinero? ¿O quizás solo quería que la gente leyese cosas nuevas y a la vez antiguas?
—¿Cuánto cuesta? —le pregunté.
—Para usted se lo puedo dejar en...
—No, no, —la interrumpí—. ¿Cuál es su valor real?
—Este son diez tugriks —me dijo sin dejar de frotar el mostrador, como si estuviera sucio.
Tampoco era muy caro, no era muy grueso y resultaba algo sencillo. La caligrafía estaba muy bien cuidada.
—Creo que a mi mujer le encantaría —dije—. Ha caído enferma y un regalo le levantaría los ánimos.
–– ¿Usted también busca las estrellas? –– preguntó la vendedora.
––Creo que no te entiendo –– le dije después de un instante de silencio.
––Lo entenderá en cuanto abra este libro.
Finalmente se lo compré. La chiquilla no tuvo palabras para decirme cuanto me lo agradecía.
Llegué a casa con la ilusión de regalarle el libro azul, pero al llegar me la encontré dormida, presa del agotamiento.
Me senté sobre una silla y decidí leer lo que le compré. Y el cuento comenzaba en la primera página.

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La Joven Bruja de las Estrellas (Extendido)
Fantasy"Cora comenzaba a pensar en lo que se iba a encontrar tras adentrarse en la luz, cosas maravillosas, o quizás cosas horribles. Hubiese lo que hubiese, aquellos que allí vivían no le iban a permitir quedarse." Aventurate en esta fábula que une a niño...