3 - La maldición milenaria

1 0 0
                                    


Al cabo de las horas, entrada ya la tarde, llegó a la aldea aquella bruja de cierta fama entre los suyos. Vestía con capucha pero su rostro era claramente visible. Quién era ella o cual era su nombre era algo que Cora ignoraba.

Comenzó examinando a Coral como lo haría un médico, pero enseguida hizo uso de sus capacidades mágicas, sin embargo, nada de lo que hizo surtió efecto.

Aquella bruja se llevó una mano a la barbilla y perdió la mirada entre sus pensamientos.

–¿Por que no despierta? – pregunto Carlos.

–¿No puede curarla? – dijo el alcalde, haciendo compañía a la familia.

–No hay nada que curar – dijo aquella bruja.

–¡¿Cómo?! – exclamó Cora.

La bruja miró a la menuda e intuyó que era su hija por la increíble semejanza.

–Tu madre no está enferma, cariño. Está maldita – sentenció.

La menuda pudo sentir como se abría un abismo a sus pies ante las palabras de aquella bruja. Estar enfermo era una cosa pero estar maldito era otra bien distinta.

–¿Quién le ha hecho esto a mi madre? – preguntó la joven Cora –. ¿Cómo ha podido pasar esto?

—Hace poco más de mil años —dijo aquella bruja a Cora—, nosotras, las brujas, fuimos

castigadas por los espíritus protectores. Antes de ser brujas, eramos humanas, pero tantos eran los errores de los humanos que decidieron crear una nueva especie para guiarlos espiritualmente. Cien mujeres de corazón noble fueron elegidas para dejar de ser humanas y convertirse en brujas. A simple vista podemos parecer mujeres corrientes pero lo que nos diferencia es que podemos usar la magia. No es más que una ínfima parte del poder de los espíritus pero este don nos lo ofrecieron a cambio de hacer el bien. Nuestra misión es construir un mundo mejor, ayudar a los humanos a evitar caer en la tentación o ayudarles a salir de ella. Mil años pasaron desde nuestra creación cumpliendo este cometido pero el corazón de algunas brujas no tan nobles se corrompió y usaron el poder mágico para hacer el mal. El caos comenzó a reinar y los humanos comenzaron a perder la confianza en nosotras. Los espíritus protectores lo vieron y no pasaron por alto semejante pecado, pero entendieron que no podían sentenciar a toda la especie por las fechorías de unas pocas. Una noche se reunieron los siete para lanzar una maldición de la que ninguna bruja podría escapar. Se dice que usaron la misma oscuridad como magia arcana para que la maldición fuera irreversible al poder de las brujas.

>>Esa noche, la oscura maldición recorrió las tierras como una peste, el aire se llenó de los gritos de terror de las brujas pecadoras que sufrían malformaciones y deformidades en sus cuerpos como si les hubiesen echado encima agua hirviendo o aceite caliente.

>>La luna lloró aquella noche, nuestro símbolo brilló en el cielo de color rojo. Aunque se dice que era la propia sangre de miles de brujas que, derramada en la tierra, se reflejaba en la luna.

>>La maldición no las mató como cuentan algunos, sino que al sufrir deformidades se las distinguió de las brujas buenas. Aquellas poseían un rostro monstruoso, con nariz larga y puntiaguda al igual que su mentón. Con una voz ronca y aguda. Por su fealdad vistieron con ropas negras para ocultarse en la oscuridad de la noche.

>>Nada queda de aquellas brujas, pues fueron cazadas y perseguidas hace mil años. Pero con la llegada del segundo milenio ocurrió lo impensable y la maldición surgió otra vez. La luna volvió a alzarse sobre nuestras cabezas de color carmesí y era tan grande que parecía caer del cielo. Por miedo a sufrir el mismo destino que a nuestras compañeras caídas en desgracia, decidimos no mirar a la luna, temiendo que su poder pudiera entrar en nuestra alma a través de los ojos.

–"A través de los ojos". ¿Es eso posible? – preguntó Cora.

–Aun tienes mucho que aprender, pequeña, pero ni siquiera yo estoy segura de muchas cosas. Tu madre está maldita porque he visto que mis poderes de bruja no son capaces de revertir sus efectos. Convocaré un aquelarre en los bosques de Tarare.

–¿Un aquelarre? – preguntó Carlos, extrañado.

–Una reunión entre brujas de reconocimiento para tratar los temas más delicados. Es posible que Coral esté maldita a causa de la última luna carmesí. He de ponerme en marcha ahora mismo si quiero reunir a las brujas más poderosas de Tarare lo antes posible.

Cora, y todos los allí presentes, conocieron el motivo por el que la bruja más famosa de la aldea cayó en un sueño eterno. No se trataba de ninguna enfermedad, no había cura posible porque no estaba enferma, sino maldita. La ultima luna de sangre ocurrió poco antes de nacer Cora, ocho años atrás, con el cambio de milenio. Coral la miró, probablemente. La maldad entró en ella a través de sus ojos y se gestó en su interior sin darse cuenta, hasta que decidió reclamar su alma recientemente.

La bruja abandonó la casa de Coral, dejando a la familia sumida en una profunda pena.

Aquella noche, Cora estaba sentada al lado de la cama de su madre, había estado llorando y ahora se encontraba cansada. De vez en cuando le resbalaba una lágrima por la mejilla pero ya no se molestaba en secarse los ojos.

No dejaba de pensar en las palabras de aquella bruja que le contó lo relacionado con la maldición milenaria mientras miraba por la ventana, implorando a la luna, suplicándole alivio. De pronto le vino a la mente una chispa de luz.

—La maldición es irreversible al poder de las brujas porque está hecha de oscuridad pero la oscuridad siempre huye de la luz. Contra un poder tan grande como la oscuridad de la maldición, se necesitaría una luz más intensa que ningún fuego —miró por la ventana al cielo estrellado—. ¡Las estrellas! —exclamó en susurro.

Con una intuición propia de la más inocente fantasía, la diminuta, agarró una pequeña bolsa anudada y aguantando el entusiasmo que la invadía salió de casa sin hacer mucho ruido.

Una vez fuera de casa miró al cielo, sabía que las estrellas no se podrían alcanzar desde el suelo. Debería subirse a algo muy alto si quería alcanzarlas.

Recordó el campanario de la iglesia a medio acabar y acudió al lugar. Los andamios que el carpintero y los albañiles habían colocado aún seguían en su sitio.

Subió por ellos hasta llegar arriba sin pensar si las alturas le daban miedo o no. Sin embargo, cómo imaginó, desde arriba no se alcanzaban las estrellas, ni por asomo. Volvió a bajar y enseguida recordó que en los bosques vio árboles mucho más altos que ningún campanario.

Desprovista de todo, menos de su valentía y determinación, echó a correr hacia los bosques en la oscuridad de la noche, sin pensar si correría peligro, solo pensando en afrontar cualquier contingencia con tal de sanar a su madre. Y así dejó atrás su hogar y a su padre para comenzar la aventura en busca de la luz de las estrellas.

La Joven Bruja de las Estrellas (Extendido)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora