III. BENDITA PUTA

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Thais se inscribió al concurso del Fashion Week México antes de salir de su departamento. Maneja por la avenida Reforma para entregar su primer pedido.

El director de la secundaria, Ramón Sánchez, es un verdadero hijo de puta. Thais lo aguanta por qué es el único que le paga las facturas a tiempo y por qué le solicita pedidos mes a mes. Ya sea para hacer las faldas de las niñas un poco más largas o para hacer los shorts deportivos de los niños más cortos; según porque les molesta al correr.

«A parte de puta, satánica», piensa Thais.

El señor Sánchez es capaz de decirle groserías a todos sus proveedores, trata a todos los que trabajan en su escuela como esclavos. Thais sabe que solo ha sobrevivido como director porque siempre muestra su lado «profesional» con los padres de familia; los tiene a todos comiendo como perros hambrientos entre su cola. Al parecer no hay nada que los alumnos ni los profesores puedan hacer al respecto, es alguien con mucho poder y lleva en ese puesto por más de dieciocho años.

Thais siente ganas de vomitar cada vez que visita al director para hacerle sus entregas. Él preferiría dejar la orden como pedido de Uber Eats a la primera persona que lo reciba en la puerta y largarse. Pero el señor Sánchez siempre pide que él le haga la entrega directamente para revisar los pedidos y darle una retroalimentación más larga que La guerra y la paz.

Thais se enfoca en el tráfico de la ciudad: en los gritos de los señores vendiendo tamales en la calle, los claxonazos de los carros y el sonido de los charcos de agua disparándose hacia la banqueta. También piensa en el concurso de moda y en que no tuvo otra opción más que enviar uno de sus mejores diseños y rezarle a la virgencita de Guadalupe que no sea víctima de una extorsión de una empresa fantasma. Pero, aparentemente, el concurso es real. Fashion Week México mandó la convocatoria no solo a México, sino a Estados Unidos y a Europa también.

Thais siente que no tiene ninguna oportunidad ni siquiera para que revisen su material. «Seguramente lo aventarán por la ventana y le darán la oportunidad al hijo de otro millonario». Él preferiría volverse frailero antes que pedirle ayuda a su papá, quien lo odia por haber escogido la carrera de diseñador de modas. Las últimas palabras que cruzó con él fueron: «vete a la mierda o chinga tu madre». Su papá soñaba con que hubiera escogido la carrera de doctor, arquitecto, o abogado. Tiene en su mente la idea de los hijos «perfectos», es decir mamones, hijos de puta como él. Pero Thais optó por salirse de su casa y ganarse la vida como pudiese. A pesar de luchar con la enfermedad de haber sido mimado hasta los 22 años de edad.

Son cuarto para las diez de la mañana y Thais no puede llegar ni siquiera cinco minutos tarde ya que el Señor Sánchez lo amenaza con reemplazarlo. Después de estacionar su carro y caminar una cuadra, Thais llega a la entrada de la escuela cargando cuatro bolsas llenas de uniformes escolares y mordiendo su identificación para poder mostrarla a la entrada.

El guardia de seguridad lo observa como si fuese un violador prófugo. Thais lo ignora por completo y le enseña su identificación que sostiene con sus dientes. La entrada de la escuela está pintada con un color verde moco que opaca toda la felicidad de la vida aparentando un reclusorio. Las ventanas están cubiertas por rejas de metal, como si vivieran los asesinos seriales más sanguinarios de la historia.

El guardia toma la identificación de Thais con la yema de sus dedos.

—¿Con quién viene? —pregunta el guardia con desidia; regresándole su identificación casi al instante.

—Con el director Sánchez, cómo le he hecho durante los últimos cuatro años —dijo Thais dejando las bolsas en el piso y guardando su identificación en el bolsillo de su pantalón.

El guardia levanta sus cejas y le indica que pase a registrarse con la secretaria del rector. Una señora en sus casi setentas, con canas y actitud de mal cogida. Esta señora es como el segundo demonio antes de pasar con Satanás. Tiene el típico estereotipo de una persona que trabaja a huevo sin dirección ni sentido.

Thais vuelve a dejar sus bolsas a un lado de la recepción y toma el lápiz de su oreja para registrarse en el libro de visitas.

—Solo se puede registrar con pluma, joven —dice la secretaria en un tono plano mientras sigue escribiendo en su computadora.

Thais mueve sus ojos de abajo hacia arriba y borra su nombre del libro de registro. —¿Podría prestarme su pluma, por favor? La última vez me dijo que solo podía usar lápiz —dijo tratando de controlarse.

La secretaría no lo ha volteado a ver ni una sola vez. Toma una pluma que está a lado del teclado de su computadora y la coloca frente a Thais manteniendo su atención en el monitor.

—Gracias —dijo Thais suspirando y reflexionando por qué a tanta gente le hace falta un chile en la cola. «Seguramente es por qué la gran mayoría lleva trabajando para el señor Sánchez la mayor parte de su vida», piensa. Se le hace lógico que todos sean tan tóxicos por haber tragado tanta mierda.

Thais se sienta en uno de los sillones de la sala de espera con sus setecientas bolsas y respira hondo y profundo. Se visualiza en su casa, jugando con Pérez Pardo mientras toma una copa de vino y lee una de esas novelas para homosexuales. Su imaginación se dispara con toda esa narrativa de hombres musculosos penetrándose. Siente que están escritas para encender los deseos sexuales más íntimos. A Thais le provoca una tremenda erección y teme que su novia, Yuki, lo mate una vez que lo descubra.

«¿Seré bisexual, gay, o uno de los miles de preferencias sexuales que existen hoy en día? Tengo que ubicarme para no lastimar a nadie».

Los pensamientos de Thais lo llevan fuera de la realidad, hasta que algo más capta su atención. Escucha las voces de los alumnos del colegio discutiendo en el patio. Al parecer hay como tres o cuatro de ellos molestando a un alumno más joven. Los pendejos lo están empujándolo y diciéndole maricón o algo así.

Su corazón late rápido; se acuerda cuando molestaba a Fermín Goyri.

—¡El director lo está esperando! —gritó la secretaria desde su escritorio.

Thais sale de sus pensamientos y toma sus bolsas rápidamente para dirigirse hacia la oficina del director de la escuela. Los latidos de su corazón se intensifican, ahora que lo invade el peor recuerdo de su vida.

—Espero que haga algo al respecto de lo que está sucediendo en el patio señora —le dijo Thais a la secretaria.

SolferinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora