1 De Septiembre, 2020

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Sonando: Je te laisserai des mots - Patrick Watson

La vista frente a mi era sencilla: las autopista nocturna curiosamente silenciosa, como si el vidrio de la ventana que nos dividía hubiese optado por encapsularme y autos moviéndose a una velocidad decente cuyas luces delanteras causaron un efecto distorsionado al alcanzar la pantalla de vidrio. Me hallaba entonces, en un departamento. De pocos muebles con acabado minimalista y elegante, la mayoría era de color blanco, marrón o un gris pálido, pero las luces amarillas cambiaban su tono por uno más cálido. Los ambientes eran sumamente ordenados, daba la impresión de que no vivía gente allí pero al mismo tiempo, el aroma de una rutina flotaba en el aire, un conjunto de olores que combinaban la madera, plástico y algo que es nuevo se sobreponían al desinfectante de limón.

Era eso, un ligero cítrico que flotaba en el aire y me traía una desagradable sensación como a Danny en El Resplandor.

Estaba lejos de casa.

Había silencio. Se suponía que no debía ser así. Porque incluso mi respiración, mis pasos o el roce de mi propia ropa debería haberse escuchado, pero ninguno de esos sonidos llegaba a mis oídos, sólo un pitido bajo y el susurrar de todos los mecanismos dentro de mi cuerpo eran escuchados por mi, igual que cuando cae la noche y hay una gran ausencia de ruido ajeno, apenas el cricar de un grillo o el sonido tácito de una nevera, pero yo no podía escuchar eso que yacía existiendo fuera de mi organismo. Entonces ese pesar en el pecho se agravaba, porque me hizo pensar en que algo de suma importancia estaba sucediendo o sucedería, pero yo no lo sabía, o lo ignoraba, en todo caso. Y mucho menos sabía como hacer que se detuviera.

Lo que era real ya lo confundiría con los fragmentos de estos ambientes, porque primero entraba a esta escena antes de ser arrojada a una vasta oscuridad para ser recogida agresivamente a la misma historia y ser colocada con delicadeza en el suelo de una calle mojada. La lluvia cayendo a torrentes y deslizándose por la autopista hasta la alcantarilla más cercana, de lo contrario, crearía amplios charcos que dificultarían el paso al otro extremo con la ropa inmaculada.

Era de noche. Yo vestía con ropa oscura y me paré a un lado de la moto. Las pocas luces apenas iluminaban mi rostro o mis manos que no intentaban en lo absoluto por cubrirme de la lluvia. También estuve sobre la moto, siento la conductora, pero yo sabía que había alguien más allí conmigo.

Había llegado al departamento porque le di un aventón a una mujer en una moto roja ¿quién conducía? Lo desconozco, igual que lo que me llevó a ese departamento o el lugar al que originalmente me dirigía, así como si era ella o yo quien iba de pasajera. La conocía, sí ¿pero su identidad? Mentiría si dijera que sé quién es. Porque sencillamente pudo ser otra versión de mi aunque dudo que sea así. La recuerdo con una camisa roja, de tez blanca y cuerpo esbelto, su voz más bien me hacía pensar en las vecinas que lo halagan a uno en un tono de emoción practicada con una sonrisa que pretendía ser natural.

La puerta de la habitación se cerró y me quedé adentro. Después no supe más.

Habrá pasado algún tiempo, mientras mi anatomía flotaba en un mar negro, mis párpados cerrados y existiendo con un mecanismo que no es consciente de que lo hace.

Lo siguiente que supe fue que un hombre y una mujer entraron al departamento. En una mesa al inicio del pasillo que dirigía a la habitación donde yo estaba, vieron a la mujer en calma disfrutando de un café, la taza blanca en su mano derecha mientras el mismo codo se apoyaba en la mesa de roble y ella se dirigía a ellos, tomó un trago y los miró. Luego sonrió.

Ese acto tan sencillo desencadenó la desesperación de los recién llegados. El hombre usaba un traje azul que se arrugaba cuando golpeaba la puerta con su puño o gritaba algo que parecía ser mi nombre, eso creo, sólo veía su boca moverse de la misma forma en que se pronuncia mi identidad porque no lo podía escuchar. La mujer rubia que venía con él usaba una prenda de vestir roja y su cabello se levantaba descuidado al buscar algo con lo que golpear la barrera que nos separaba, lanzaba miradas de miedo y desprecio a la mujer sentada y apasible esperando a que se diesen cuenta de algo, pero más a mi me hace pensar en un protagonista que esta cerca de salvar a alguien a quien su antagonista le ha hecho algo, pero para el bien o para el mal de la trama, todo dependía del escritor en esa situación. Podría salvarlo a tiempo y entrarían los policías para encargarse del antagonista mientras el protagonista abraza a su ser querido o, fracasaría rotundamente y justo ante sus ojos, le vería morir y sería allí, entonces, donde el protagonista crecería, o haría lo contrario. Aquí igualmente, todo dependería de una decisión, puesto que la ausencia de lo que se ama generaría un quiebre que marcaría un antes y un después en el protagonista.

El Aroma De La NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora