Enero, 2020
Gerónimo nació con cabeza de globo. Los médicos contuvieron el aliento cuando, de entre las piernas de la madre, brotó un globo pequeño unido por un hilo al resto del cuerpo; el cuerpo de un bebé sano. Pataleaba con movimientos convulsos, se aferraba al meñique de las enfermeras y su pecho subía y bajaba al ritmo adecuado. Pero nadie se atrevía a mirarle el rostro, que flotaba en medio de la sala de parto con los ojos bien abiertos.
—Señora, no puedo asegurarle que su hijo no se irá volando esta noche — sentenció el doctor.
La madre desvió la mirada del fondo de la sala de parto, donde el padre del globo trataba de aplacar el llanto que sonaba a fuga de gas.
Los primeros años de vida fueron una mezcla de azar y malas decisiones que llevaron a los padres a remplazar el cordel de Gerónimo un par de veces. En ambientes cálidos el globo en cuestión se hinchaba lo suficiente como para explotar, por no mencionar lo arrugado y pequeño que se ponía en las mañanas frías. El resto de los niños susurraban entre risas guturales cuando Gerónimo cruzaba el patio de la escuela, apuntaban con dedos de aguja a su cabeza levitante, que vibraba con las risas agudas, maliciosas.
Lejos de miradas acechantes, Gerónimo aprendió que, entre cada zancada, era capaz de alzarse unos centímetros del suelo. Así fue como se volvió el jugador destacado del equipo de básquetbol de la preparatoria. El favorito del entrenador, quien lo bautizó como Gero El Globo Martínez. Entre las obligaciones y el balón, Gerónimo pasó volando de aquí allá. Se volvió experto en el arte de la inflación y la desinflación, tanto, que en algún momento consideró dedicar el resto de su vida a la economía. Cada mañana, al salir de casa —y si hacia buen viento— sus padres lo miraban irse flotando hacia su destino, el cual converge en las mismas circunstancias para todos los hombres, sin importar la densidad de su cabeza.
Sacando partido de su desapego con el suelo, comenzó a trabajar para una empresa dedicada a la reparación del alumbrado público y pronto consiguió su propio gafete con El globo Martínez impresa en él. Las personas que pululaba metros debajo de su zona de trabajo, por muy atareados que pudieran encontrarse, alzaban la mirada al globo atorado en el cableado, hasta que reparaban en el cordel que lo unía con un cuerpo. El zumbido incesante de la ciudad amortiguaba en buena medida los comentarios sobre él, pero de vez en cuando, escuchaba con atención.
Aquella risa femenina que se elevó a su posición le erizó la piel. No se trataba de la misma carcajada al estilo de las hienas que había conocido antes. Esta risa se deslizaba a lo largo de sus brazos, subía por el cordel y le dejaba una caricia en su cabeza de látex. La dueña, una mujer de pasos apresurados, iba acompañada de un hombre en todas las ocasiones que logró avistarla. La pareja solía visitar una cafetería cercana, bebían tazas humeantes y compartían algún postre. Gerónimo apenas se daba cuenta de la sonrisa etérea que brotaba en sí mismo ante la escena. Qué clase de favor divino se habían ganado esos dos, se preguntaba. Ella rozaba el rostro de su acompañante con la misma delicadeza con la que se cuida a una flor difícil. Sus manos, de tacto afable, danzaban igual que un par de plumas sobre la piel masculina. Y de pronto, su cabeza de globo se transformada en el ojo solitario de Polifemo, donde se reflejaba Galatea en brazos de Acis.
Incluso cuando Gerónimo terminó sus años de servicio, continuó deambulando por la misma calle en busca de la pareja. De tanto en tanto, se elevaba por su cuenta y observaba la cafetería, siempre refugio del calor fértil de otros amantes.
Sucedió entonces que Gerónimo compartió la muerte unificadora con el resto de los hombres y el globo que había actuado de cabeza, libre del cuerpo, se dejó guiar por una brisa amable. Un último viento de coincidencias lo detuvo en electrostática del cabello femenino. Una mujer. La mujer, que miró sobre su hombro para encontrar un globo extraviado.
Imagen tomada de: Виктория Иванушкина, "Love story, coffee, date, love, hands", Behance
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La mosca vagabunda
Short Story¿Buscas algo breve para leer en el baño? La mosca vagabunda es una colección de diez relatos que te mantendrá más tiempo de lo pensado en el escusado.