Junio, 2021
Mamá me envía al jardín con una pala en manos, en medio de la lluvia. Es mi trabajo desenterrar a mi tío cuando sea que lo necesitemos. Mientras camino hacia el montículo de tierra, me pregunto si esta vez valdrá la pena. Mi tío apenas lleva unos cuantos años muerto y no acaba de acostumbrarse a la quietud de la inexistencia. Comenta que allá abajo la vida es tan tranquila que resulta aburrida. Tan buena que nadie, por lo general, regresa.
Me planto delante de la cruz que lleva las iniciales de mi tío, encajo la pala en la tierra y remango mi suéter descolorido. Suspiro. Me rodea una leve brisa que carga consigo el olor a hierba húmeda. Si se tratara de mí, estaría un tanto molesto de que me convocaran de vuelta a este lugar, en especial en un día como este.
Mi esfuerzo de cavado va acompañado de algunos quejidos. A estas alturas, ya no me preocupa disimular mis actos poco honorables; hace mucho tiempo que la gente abandonó esta zona, siguiendo el reposicionamiento de la iglesia del pueblo.
Al cabo de cierto tiempo, mi avance es considerable, aunque está lejos de ser suficiente como para que la panza de mi tío emerja de las profundidades. Por suerte, tenemos al gato para estos casos. Una gata negra, en realidad, vieja y callejera, que fue la única compañera de mi tío cuando él vivía. Lo más cercano que tuvo a una esposa, dice mamá.
La lluvia arrecia su ritmo cuando me aproximo al punto crítico. Al echar la cabeza hacia atrás, noto que el cielo tiene un color similar al de las canas de mi tío. Es entonces que vislumbro la silueta de la gata balaceándose hacia la modesta zanja que he cavado. Lanza un maullido y me observa desde el filo del jardín.
Cuando llego al féretro, la gata se sumerge de un brinco, tierra abajo. Regresa su mirada rasgada en mi dirección y yo asiento. La gata propina tres rasguños al féretro y maúlla entre cada zarpazo. Acto seguido vuelve al nivel del jardín de un solo brinco, el cual a duras penas consigue ejecutar debido a la edad. Mamá asegura que cuando la gata alcance un punto de vejez irretornable, deberemos de olvidarnos de mi tío. Por eso cuidamos bien de la gata.
De pronto, tras unos segundos de silencio, los migajones de tierra encima del féretro se sacudan, brincan y acallan su movimiento. Sucede un gran estallido hueco. La tapa del ataúd se estrella contra el costado de la pared de tierra. La figura que se incorpora es muy corpulenta como para llevar varios años muerta. Mi tío tose y me da la impresión de que sus pulmones expulsan polvo desde lo más profundo.
como sólo él sabe toser para desperezar su organismo y maldice al machucarse un dedo con las bisagras del ataúd.
—¡Eh, muchacho! Tráeme la escalera.
Troto hasta el fondo del jardín y vuelvo con la petición de mi tío. Lo ayudo a colocar la escalera bien firme a los pies del ataúd. Ésta tiembla al soportar el peso muerto de mi tío, que cuando llega a la superficie, sacude sus vestiduras.
El tío Bonifacio llevaba un bigote de vellos gruesos. Su cabeza tiene forma similar a la de una pera, o mejor dicho, su cuerpo entero está inspirado en la silueta de una pera. Pero lo más destacable del tío Bonifacio es su olor. Contrario a las creencias populares, mi tío no huele al decaimiento putrefacto de la muerte, sino que su cuerpo exudaba un aroma a alcohol de mala calidad. Y a carnes frías.
Me da unas palmadas en el hombro a pasar de largo, de camino a la puerta que da a la cocina. La gata se bamboleaba detrás de él al mismo ritmo aletargado.
Mamá se encuentra delante de la estufa. Lleva el cabello apenas recogido; se ve apurada. Cuando el tío abre la puerta de golpe, mamá volteó de inmediato con una sonrisa tímida.
—¿Me necesitaban?
Mamá asiente en silencio y le tiende un frasco de vidrio lleno de una salsa rojiza.
—Ayúdame a abrirlo, que ya se está enfriando la pasta.
Imagen tomada de: Gianna Meola, "Black Cat in the Forest", Behance
ESTÁS LEYENDO
La mosca vagabunda
Storie brevi¿Buscas algo breve para leer en el baño? La mosca vagabunda es una colección de diez relatos que te mantendrá más tiempo de lo pensado en el escusado.