El zorro

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El llanto del cachorro de esa casa, despertó a su cansado padre a las tres de la mañana. Con mucho pesar, Isaac se levantó y fue a la cuna de Olie, quien lloraba desconsoladamente. Tomó en brazos a su bebé y comenzó a mecerlo de un lado para el otro.

—Ya pasó, ya pasó — habló con la voz ronca —, fue un mal sueño, eso es todo, papá está aquí.

Olie no paraba de lloriquear, aunque esta vez ya no gritaba, pero no parecía estar cerca de calmarse.

—¿Qué tal si leemos un libro?

—¿Bibo? — Preguntó el bebé pausando el llanto por un momento.

Isaac miró con sorpresa a su cachorro.

—¡Sí, sí! ¿Puedes decir "libro", Olie?

Entonces el bebé comenzó a sollozar de nuevo.

—Venga, venga, leamos un "bibo", ¿te apetece? — Isaac besó la frente del cachorro y tomó asiento en su propia cama, tomando de la mesita de noche, el libro preferido de su bebé.

—Veamos que tenemos aquí... — hojeó el libro y entonces se detuvo en un cuento que no le había leído antes a Olie —. ¡Ajá! Este se llama... "El Zorro y las Uvas".

Olie, sollozando todavía, se metió el pulgar a la boca y miró el libro con atención, recorriendo con sus ojos llorosos los dibujos que habían en las páginas, entonces su padre comenzó a leer.

—Un día, un zorro vio un lindo racimo de uvas maduras colgando de una enredadera que se extendía a lo largo de las ramas de un árbol.

Olie se pegó al pecho de Isaac, escuchando los latidos de su corazón y cómo su voz retumbaba en él.

—Las uvas parecían estar listas para comérselas, el Zorro se hizo agua la boca mientras las miraba con ganas.

Isaac leía tranquilamente mientras su mente divagaba. Oliver tenía un año y medio pero no parecía tener la intención de comenzar a hablar pronto. Al contrario, siempre se comunicaba con señas y sonidos incoherentes. Juan insistía en que era normal, Nath decía que parecía estar un poco atrasado en el habla. ¿Quizás necesitaban ver a un pediatra pronto?

—El racimo colgaba de una rama muy alta, y el Zorro pensó en saltar para llegar. La primera vez que saltó erró el racimo por mucho — el cachorro bostezó con cansancio —. Así que caminó hacia atrás para tomar impulso y dio otro brinco, pero se quedó corto una vez más. Una y otra vez lo intentó, pero en fue en vano.

A veces deseaba no desvelarse a esas horas de mierda, pero si Oliver lo necesitara, cruzaría el mundo entero. Un libro durante la madrugada no era nada.

—El zorro se sentó y miró las uvas con indignación. "¡Qué tonto soy! Estoy aquí cansado por un racimo de uvas agrias que no vale la pena," Y entonces se fue caminando muy, muy despreocupadamente.

Isaac terminó de leer y miró a su cachorro. Se había quedado profundamente dormido una vez más. Sonrió y lo llevó de vuelta a su cuna. La mañana siguiente, llegó a la hora exacta y entró en la oficina de Elijah, que al verlo, primero miró su reloj y luego al castaño. Isaac frunció el ceño molesto.

—Buenos días — saludó.

—Mjm — dijo Elijah desinteresado —. ¿Y mi café?

Isaac miró a un lado.

—Aún no me lo había pedido.

Elijah bufó.

—Todas las mañanas quiero un puto café, ¿de acuerdo? Sin azúcar, cargado y sin leche o mierdas de algún tipo.

—Claro — dijo Isaac entre dientes —, ahora regreso.

Al bajar a la cafetería, vio al amigo de Elijah charlar con un par de mujeres que reían de sus bromas. En realidad, ni él, ni Elijah, eran mal parecidos, eran realmente muy atractivos, claro que, sus personalidades, o al menos la de Elijah, dejaban mucho que desear.

Elijah, cansado de su asiento, se levantó de su silla y caminó un poco por la habitación, para acercarse después a las ventanas y mirar la ciudad a través de ellas. Suspiró. Faltaban apenas unos meses para su boda y el vacío en su pecho seguía creciendo. No amaba a Victoria, y estaba seguro que ella a él tampoco. Eran buenos amigos, sobre todo buenos socios, pero un matrimonio entre ellos estaba... muy lejos de su comprensión.

La noche anterior habían hablado de los preparativos del evento y Elijah había acordado comenzar a buscar un traje apropiado. Un traje blanco. Joder, con lo que odiaba vestirse de blanco, parecía tan jodidamente presuntuoso. Además, ni él, ni Victoria, eran vírgenes uno por otro, lo cual lo llevaba a su otra preocupación. Tendrían que tener relaciones y concebir hijos, eso era impensable, Elijah odiaba a los bebés.

Arrugó la nariz y volteó bruscamente, empujando accidentalmente una silla donde se encontraba el maletín de su asistente.

—¡Mierda, mierda! — Exclamó cuando vio caer el maletín y soltar al suelo algunos de los objetos que llevaba. 

Rápidamente levantó todo lo que pudo, llaves, cartera... ¿un chupete? Tomó el objeto entre sus manos y vio lo mordido que estaba. Sonrió al ver las marcas de los pequeños dientitos marcados en el hule de aquella pequeña mierdecilla. ¿Qué tan pequeño era el bebé de Isaac? Parecían los dientes de un ratoncito.

—¿Jefe? Digo, Elijah — lo sorprendió Isaac, haciendo que se asustara y se levantara rápidamente. Se miraron sorprendidos uno al otro.

—¡Joder, ¿por qué coño dejas tu bolso donde sea?! ¡Tiré tus putas cosas por accidente!

—Lo lamento, es que, no tengo donde poner mis cosas...

Elijah alzó una ceja.

—Mierda, cierto... — pensó un segundo y se acercó a Isaac para tomar el café de sus manos —. Anda por Roman, dile que envíen un escritorio extra a mi oficina.

—Claro que sí, señor.

—"Elijah" — lo corrigió el pelinegro.

—Elijah.

Uvas AgriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora