II

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Había llegado justo a tiempo, casi como si cada suceso de su vida hubiese sido preparado para llevarlo a ese instante.

Mientras corría hacia su Rey, podía recordar cuándo su padre le regaló su primera espada de madera, cómo luchaba en el jardín de su casa y cómo lloraba cada vez que tenía que despedirse de su padre por largas temporadas. Recordó también las breves visitas que le había hecho siendo un niño y había admirado a esos hombres armados con el logo real y la fuerza para defenderlos a todos.

Los recuerdos siguieron sucediendo por su cabeza, cuando decidió alistarse, la pelea con su madre, los entrenamientos, las guardias nocturnas, la primera vez que fue llamado a batalla, el orgullo en los ojos de su padre y esos mismos ojos observándole sin vida. La promesa de ser un hombre, al igual que él lo fue.

Así Kellan había corrido sin descanso por la llanura repleta de cuerpos inertes y sangrantes. El sol picándole en la espada, el sudor, la tierra y la suciedad corriendo por su piel expuesta. La espada le pesaba ya en la mano, después de tanto tiempo peleando. Sin embargo, no dejó que eso lo retrasara.

Cuando hubo llegado a su Rey, que se encontraba tirado en el suelo, agarrándose el brazo herido y la mirada alzada hacia su atacante no tuvo tiempo de fijarse, pero más tarde recordaría esa mirada y sería por ella, por la que juraría lealtad de nuevo a aquel hombre.

El Rey que desafió con la mirada a la muerte que se abalanzaba sobre él. Como si de algún modo, hubiese sabido que Kellan estaba allí cerca.

El joven muchacho alzó su espada para interceptar el golpe del oponente sobre su Rey y cuando alzó la vista descubrió al joven príncipe del reino rival, sediento de la sangre del enemigo de su padre. Eso no lo detuvo, tan sólo avivó la energía que aún le restaba.

Y con todo ese fuego crepitando en su interior se abalanzó hacia su nuevo oponente. Para salvar a su Rey. Para vengar a su padre. Para proteger a su gente.

El crepitar de espada contra espada se convirtió en el único sonido del cuál Kellan era capaz de percatarse. Su vista fija en su rival, esquivando cada golpe, esperando el momento oportuno para terminar con él. Estaba tan cerca de saborear el sabor de la venganza que fue como si no hubiese desperdiciado ni una gota de energía en la última pelea. No. Estaba renovado.

Giró hábilmente la espada con movimientos sueltos de muñeca, mientras su adversario recobraba el aliento. Debería haber atacado entonces, aprovechando que a penas podía levantar su arma, pero Kellan se sentía rebosante de poder y quería disfrutar de aquello. Quería disfrutar de cada grito que ese príncipe enunciara en su nombre.

Por eso cuando atacó no fue con el filo, sino con la parte plana de la espada, solo para provocarle dolor sin llegar a cortarle. Solo para burlarse de él. Cuando el príncipe se dio cuenta de ello, la furia decoró su cara en tonos escarlatas y se abalanzó hacia Kellan, quien solo tuvo que fintar a la derecha y dejar que el príncipe besara la tierra de sus pies.

El joven Kellan pensó seriamente seguir jugando con aquel desgraciado, pero finalmente decidió que había fanfarroneado bastante y que suficiente penoso era que sus soldados hubieran dejado tirado a su soberano. Así que decidió finalizar con la tortura de aquel ser despreciable y sobre todo, hacer un favor a la humanidad y terminar con su vida.

Alzó la espada por sobre su cabeza y la bajó con rapidez, pero no tanta como la de un hombre desesperado que no quiere morir. El príncipe giró en un intento de evitar el corte, se levantó del suelo y corrió dejando atrás una parte de si mismo y a Kellan.

El soldado se sorprendió bastante de esa huida y por ello tardó varios segundos en darse cuenta de que pese a que no había conseguido acabar con su vida, le había cortado una mano. La mano con la que blandía su arma.

Corona de Sangre (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora