Cuando Dijiste Adiós.

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Aún recuerdo ese día que te vi por primera vez en ese café...

Jamás en mis 19 años había visto a una chica tan dulce, tan tierna, tan... Tú. En ese momento la barrera me cruzó. Yo no rebasé el muro, el muro me calló encima a mí.

Toda mi vida he estado y salido con chicas guapas. No eras la excepción, pero eras más que hermosa. Una belleza enigmática que hechizaba a cualquiera y no sólo por tu buen físico.

Tu inocencia.

Inocencia que no todas las chicas de hoy en día tienen.

Soy demasiado terco para siquiera hacer el intento de comprender las cosas. Para mí no hay razón ni motivo alguno por el cuál te hayas tenido que ir y dejarme, ¿por qué me haces sufrir? Te pedí que no lo hicieras, te imploré y no te quedaste.

Lo cierto es que al no tenerte cerca ha hecho aparecer una incertidumbre, estoy inquieto, creo que perderé la cordura en algún momento y tengo suficientes motivos para ceder ante ella. Nunca debimos coincidir, ¿no es así? Yo no era lo que tú buscabas, ni tú lo que yo buscaba. Una chica como tú nunca debía de relacionarse con chicos como yo. Alguien tan liberal que no mide límites y no le importa hacer las cosas aunque estén mal.

Tú eras absolutamente todo lo opuesto. Conservadora, educada, amable, bien portada y obediente. Cosa que nunca te pesó porque todo lo hacías con una brillante sonrisa en los labios. Eras feliz.

Ese día...

Ese alocado día...

Como el idiota que he sido siempre no me fijé por dónde iba y tropecé, echándote el café encima. Lo único que hice fue insultarte y gritarte.

—¿¡Es que eres ciega?! ¡Fíjate por donde vas!—alcé la voz molesto, ya que habías manchando mi camiseta de marca. Al momento que levanté mi vista, te vi.

Tan hermosa.

Esos benditos ojos grises como la tormenta.

—Disculpa, no te vi.—musitaste, sonrojándote de vergüenza.—Pero fuiste tú el que venías muy rápido.-agregaste, en un tono tan suave y calmado.

Sólo te observé. Cabello negro como las plumas de un cuervo, ondulado y largo... Tan largo y sedoso que te llegaba a la cadera. Tu piel clara inmaculada, labios en forma de corazón, pequeños y delicados. Cejas pobladas y perfectas. Nariz pequeña y respingona. Eras más pequeña que yo por lo que tuve que bajar mi cabeza para poder hacer contacto visual contigo.

Te detallé descaradamente de arriba a abajo. Piernas torneadas, muslos rellenos. Justo en ese vestido de verano te veías irresistiblemente hermosa. Tu abdomen plano. Toda tú perfecta.

No pronuncié palabra alguna. En ese instante llamaste mi atención, el brillo que reflejaba tus orbes era ireal.

Pero tú.

Tú te mantuviste impasible, esperando a que yo dijera algo.

Nunca me había pasado algo así. Estaba acostumbrado a que las chicas se pusieran nerviosas o por el contrario, fueran atrevidas cuando las mirada de la forma en la que te miraba. Sin embargo tú no.

¿Qué pasaba contigo?

Yo soy un chico de buen parecer, siempre lo he tenido claro y lo he aprovechado. Simplemente actuaste como si fuera uno más. No me conocías, no obstante esperaba otra reacción de tu parte.

Reacción que nunca llegó.

Y yo como un loco no dejaba de mirarte.

—¿Cómo te llamas?—pregunté en su lugar.

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