Hasta ese momento, el día favorito en toda la vida de Sumire había sido su último cumpleaños, el número 16.
Sus padres la habían dejado sola desde la mañana anterior ya que se dieron a la tarea de buscar unas hierbas medicinales que solo se obtenían en Kannazuka, por lo tanto, hizo su rutina diaria sin ningún pormenor sabiendo que ninguno regresaría a tiempo para felicitarla.
Thoma, otro de los sirvientes del clan Kamisato que era unos años mayor que ella y que también era uno de sus únicos amigos en aquel lugar que recordó su cumpleaños, le había preparado un pastel con fresas y ayudado a soplar las 16 velitas al final del día. Cenaron soba frío juntos y luego cada quien se despidió para ir a dormir.
No obstante, lo que parecía una noche cualquiera terminó siendo la experiencia más memorable de su año.
Escuchó que tocaron a su puerta desde afuera y pensó que era Thoma que había olvidado algo dentro de su habitación pero se llevó una sorpresa al encontrar a Ayato afuera de su puerta. El aire fresco del mes de septiembre y la sonrisa del muchacho la recibieron amablemente.
—Ayato —tartamudeó—, buenas noches, ¿pasa algo?
Sumire adoraba como la luz de la luna iluminaba a la perfección el rostro de Ayato solo para que ella pudiera admirarlo con claridad. Podría mirar para siempre sus ojos y su cabello de un tono azulado que era la envidia de los mismísimos lirios de cristal originarios de Liyue, un azul que solo había presenciado en libros y no tenía comparación.
—Ofrezco disculpas por molestar, vine a felicitarte por tu cumpleaños, y de paso a traerte un presente.
Las palabras se atoraron en la lengua de Sumire, mientras que un sonrojo se adueñaba de su cara y casi deseó tener todas las luces apagadas para que Ayato no se diera cuenta de ello. Le avergonzaba que él tuviera tanto poder sobre ella con solo pronunciar una frase insignificante, pero así había sido desde hacía muchos años atrás.
No podía recordar el tiempo exacto en el que había empezado a gustar de Ayato pero sí podía hacer una lista inmensa de razones por las que le gustaba.
¿Fue desde la vez que la escuchó hablar sin parar por una hora entera sobre el proceso de plantación de las camelias? ¿Había sido desde el día que le ayudó a rescatar y buscarle familia a un gato que había encontrado bajo la lluvia? ¿O desde la vez que la salvó de caer del borde de un desnivel en la montaña Yougou, cuando la acompañó a buscar pétalos de cerezo para uno de sus experimentos botánicos?
De cualquier forma, sabía dos cosas con certeza: que era muy joven para comprender el significado del amor y que había sido inevitable relacionar ese sentimiento con Ayato a largo plazo.
Salió de su trance de alabanzas hacia Ayato cuando el muchacho le tendió una caja envuelta con un lazo enfrente.
—Es para ti.
Sumire no cabía en ella de tanta emoción, se desmayaría en cualquier instante.
—Gracias. —Tomó el objeto entre sus manos. Se moría de curiosidad por saber qué había adentro pero pensaba que era grosero abrirlo frente a Ayato—. ¿Quieres pasar?
—¿Puedo? —Claro que sí, es más de tu propiedad que mía, pensó ella, pero no lo dijo.
—Adelante.
...
Ahora era una noche cálida de marzo, pero sentía el frío de una cruenta noche en diciembre dentro de su pecho. Cruzó la barda de madera de la residencia sin importarle si alguien miraba o no y caminó con impaciencia hacia su habitación, borrando las lágrimas que caían con violencia con el dorso de la mano, la misma mano que Ayato había besado tan dulcemente momentos antes.
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Donde florecen los hibiscos | Kamisato Ayato
FanfictionAsagao Sumire es la hija de una pareja de sirvientes del clan Kamisato de la Comisión Yashiro y ha pasado su vida al lado del hijo mayor de la familia, Ayato, con quien ha creado un lazo más profundo que una simple amistad con el paso de los años en...